viernes, 30 de marzo de 2012

Itinerarios de Abdul VII


Séptimo capítulo: Itinerarios de Abdul

         Contemplé su retrato, me distrajo de mí mismo, en el fondo sentí algo reconstruía una parte de mi historia....comprendí que me hallaba dominado por mi pasión hacia Dania, pero ella no estaba para configurar mi esperanza. Ni el sueño, ni el olvido me libraron del embrujo de aquellos recuerdos, sólo los libros. Esperé a Dania horas y horas, leí mucho, escribí bastante y pensé demasiado. No apareció. Fue como esperar que apareciera la luna en una noche de tempestad, como navegar sin brújula y sin rumbo, confieso que fue como vivir ausente de la realidad. Sufrí insomnios durante toda la noche, no sé cómo llegué a conciliar el sueño, pero sé que dormí muy tarde.  
        
         Me levanté cansado, molido y sin ánimo. Quería dejar de pensar, pero el pensar no me dejaba, el tictac de mi reloj rompía el silencio del alba, las agujas seguían diseñando el mismo círculo de doce horas, sesenta minutos y sesenta segundos, nada ha cambiado. Me despabilé y salí a la terraza a hacer mis ejercicios. Respiré hondo, crucé mis dedos y me dejé caer sobre mis rodillas. Aquella mañana estaba triste como bajo una nube oscura. Empecé mi rutina, preparé una taza de café y unos bollos, antes de tomar mi desayuno solía encender la radio, un aparato muy viejo, me lo había regalado mi abuelo cuando aún tenía once años. Lo encendí para ir internándome de la situación política del país. Aunque mis estudios eran literarios, yo podía entender lo que sucedía delante de mis narices. Las noticias de cada día traían cosas terribles; se respiraba por todas partes la crisis económica, todas las estaciones hablaban sólo de la crisis, como si el mundo se estuviese acabando. La falta de esperanza y la decepción cubrían el horizonte y abrumaban la vista del pueblo. Se organizaban manifestaciones y huelgas, mucha crítica, no se sabía a quién seguir, y quién estaba en lo correcto y quien no, ni se podía distinguir entre blanco y negro, todo se hizo un color cenizo. Las protestas son el nudo de todas las revoluciones. Mis conocimientos acerca de la política eran pocos y ese barullo de tantas noticias negativas deformaba mi fe en el porvenir y no me permitía ser optimista. En cierto modo estoy de acuerdo con que la crisis joda  más a la gente, quiero decir que los pueblos se han dejado esclavizar por el capitalismo, y ahora pagan la cuenta. Ayer admitieron ser esclavos, lo han disfrutado, y ahora es tiempo en que se den cuenta del saco donde habían metido las narices, y mañana se salvan, si es que lo consigan.

         Sonó el teléfono, lo cogí y escuché “Por favor, Abdul, puedes venir a casa, ahora mismo” era mi tío Chápalo, supuse que algo debió de haber sucedido. No dejó tiempo para hacerle la típica pregunta “qué pasó” sólo me avisó y cortó la llamada. Efectivamente, fui, eran las ocho en punto cuando llegué, toqué el timbre. Me abrió su hija mayor, estaba muy pálida, agobiada, sus ojos irritados, me abrazó y empezaron a brotarle incesantemente lágrimas, la consentí unos instantes, e intenté calmarle. Le pregunté por mi tío y me respondió que salió con el médico a traer medicina. Dijo que, el día anterior, su madre salió en una manifestación, contra la reforma laboral, cuando llegaron a la plaza mayor, cerca de palacio de gobierno, la policía detuvo algunos manifestantes, hubo violencia, intervino policías con cascos, tiraban balones de gas, la gente empezó a correr; unos corrían y otros se escondían,  su madre estuvo también corriendo, cayó en un hueco en la acera, y tuvo una hemorragia intracerebral según los exámenes que le hicieron en el hospital cuando la llevaron. Eso no es nuevo en la historia de los policías, en vez de defender a los ciudadanos, defienden ciega y extremadamente a una banda de estafadores que apenas tienen nada de piedad. Unos luchaban por el poder y otros por el pan y  dignidad humana, ¡qué miseria!

        No me lo podía creer, me sentí indignado. La esposa de mi tío Chápalo era una buena persona y de  talento. Me dijo que los médicos sospechaban que se quedaría paralizada, muda….y rompió a llorar. En esto llegó mi tío y nos fuimos a ver a Fátima.



jueves, 29 de marzo de 2012

Itinerarios de Abdul VI


Sexto capítulo: Itinerarios de Abdul

         Yo anduve perplejo y casi obsesionado durante un tiempo por el abandono en el que me dejó Dania, cuando más la necesitaba, en abandono me encontraba. No pude evitar pensar en  Dania. Se me vino a la mente el recuerdo de muchas cosas, me poseyó una tremenda nostalgia, me sentí ahogado, decaído y enteramente  derrotado. Un alboroto promovido en mis interiores, en el fondo me hería, sí, era un alboroto que rompía el silencio de mi corazón, aquel mundo de paz y belleza.  Mi vida empezó a ser aburrida, monótona y sin sentido, por primera vez en mi vida, llegué a comprender que el corazón no muere cuando deja de latir, el corazón muere cuando los latidos no tienen sentido, cuando los sabores son iguales, cuando no se podría diferenciar el día de la noche, y la luz de la oscuridad, cuando todo es nada, y la nada no podría llevar absolutamente a ningún lugar más que a la nada, y luego a la deriva. Cada situación endemoniada, es peor que la otra.

         Enseñé mi artículo al jefe del departamento de los estudios sociológicos. El señor Bengala estaba en su despacho, me permitió, amablemente, sentarme. Me sentí autorizado por su sonrisa y conseguí sentarme tras una operación muy complicada de mi torpeza.  Leyó atentamente mi ensayo, vaciló unos momentos, me miró con asombro y se mostró muy contento de mi escrito. Dijo que era interesante el tema que analicé. Era mi primer encuentro con Bengala, todos le respetaban, tenía fama de intelectual,  ensayista, sabio y filósofo. Tenía cuarenta y cinco años, llevaba un traje gris, siempre usaba corbata, una boina clásica, anteojos dorados, su mirada inspiraba sabiduría y su sonrisa daba un carácter de modestia y humildad. Charlamos un rato, a decir verdad, me impresionó mucho su visión del mundo, utilizaba un lenguaje metafórico pero sencillo y bien claro, de cuando en cuando citaba a platón y a otros pensadores que no había oído nombrar, me habló de cosas que yo ignoraba, sentí que mis conocimientos pertenecían a la época en que se habían construido las primeras torres en la historia. Me hizo unas cuantas preguntas acera de mi vida privada y cuando le contesté, él respondió con sonrisas ambiguas y daba la impresión de estar divertido de mi conversación.

        En medio de la conversación, se abrió la puerta, entró una muchacha a la que él me presentó con cierto engolamiento. Era esbelta, hermosa y llena de excelentes cualidades, mejillas rojizas.  Nos sirvió un café a mí y otro a Bengala. La contemplé serenamente, probablemente Bengala se dio cuenta de lo distraído que me puse. Era asistente, y correctora de textos, de modo que el mío pasaría inevitablemente por sus manos, pensé, porque Bengala me pidió dejarle una copia.  Debió de tener veintitrés años. Se llevó una colección de folletines que reposaban encima del escritorio y salió silenciosamente. Dieron las cinco, quise despedirme, pero Bengala me dijo que esperase unos momentos, que iríamos en su coche. Marcó unas llamadas a la prensa para comentarles las publicaciones que debían salir en la parte sociológica. Se puso su blusa, me cogió del brazo y me llevó hasta donde tenía aparcado el coche. Era un Renault Mégane, de color gris metálico. 


       Cuando llegamos a la rotunda, vía Nº 37 le dije que me dejase ahí. Tuve ganas de caminar, el cielo estaba claro, soleado y despejado, pero fresco, me sugirió que la atmósfera estaba limpia. Paseé por el parque público, y compartí con la gente que me miraba con supuesta indiferencia,  aquel sol sin fuerza, aquellos árboles espesos, aquel aire suave y fragante. Me paré ante la sombra de un tronco de árbol seco, declinado que pareció aproximarse a su fin. Es extraño cómo se descubre a veces, en ciertas cosas, respuestas a preguntas e inquietudes más frecuentes que suelen fatigar la mente. Realmente lo importante no es lo que se hace, sino cómo se piensa, porque esto último precede a todas las cosas hechas, nunca me han interesado las consecuencias, a partir de cómo se piensa puedo saber cómo se hace, y por lo tanto prevenir las consecuencias. Volví a casa hasta bien entrada la noche, me encerré en mi estudio y comencé mis lecturas nocturnas. Sin embrago, no pude dejar de pensar en Dania. Las agujas del reloj daban mecánicamente vueltas incesantes, mientras el tiempo va muriendo. El reloj pesa más que las agujas, pero sin agujas éste no vale nada, ni se podrá medir el tiempo. Pensé, y me reí de mi locura.



miércoles, 28 de marzo de 2012

Itinerarios de Abdul V


Quinto capítulo: Itinerarios da Abdul

         La muerte de Lina influyó mucho en nuestra relación, produjo un giro bastante notorio, que yo no alcanzaba a comprender.  Dania empezó a tratarme fríamente y en ciertas veces me ignoraba. Una tarde asistimos a una conferencia, al salir me dijo Dania con seriedad que no quería que le acompañase, que necesitaba estar un poco sola. La miré estupefacto, y quedé totalmente desconcertado. Realmente, me sorprendió su actitud tan seria, firme e imprevista. Me era difícil admitir tal comportamiento inhabitual, lo recibí como una humillación, esa impresión me dejó apabullado y me duró un mes entero porque no me agradó de nada. Aquello me dolió y sentí por primera vez, después de trece meses y quince días de nuestra buena relación, que algo andaba mal. A veces uno tendría que tener un corazón tan grande y flexible, donde quepa todo; fraudes, cosas agradables y desagradables, buenas y malas…En todo caso, no tuve más remedio que respetar la decisión de Dania y entender lo que no se entiende.

         Me quedé convencido de que ese incidente se debía a una razón que Dania no tardaría en explicármela. Debo decir que por ninguna parte hallé una locura tan grande que la de intentar entender los temperamentos y los caprichos de una mujer. No comprendo a esa clase de mujeres que se creen que habían venido al mundo para que los hombres se arrodillasen a su alrededor y cantarles alabanzas. ¡Sandeces inexplicables!

         Aquel día regresé a mi casa, preparé un café, me eché en mi estudio y me puse a escribir. Cuando ya estuvo bien entrada la noche, salí y fui a visitar a mi tío Chápalo. Hacía mucho calor, el aire era sofocante, tan pesado, el cielo rojo y abrumado. Encontré a mi tío enfermo, retenido en casa tosiendo,  le pregunté qué tenía y me dijo que le había cogido una gripe con mucha fiebre. Estaba charlando con él un rato, me comentó que ninguno de sus amigos vino a visitarle, y cuando le pregunté por el motivo, me contestó que sus amigos tenían miedo al contagio y que no estaban  dispuestos a pasarse días en la cama.- ¡mira qué gente es! Dijo indignado. Su respuesta me causó más risa que indignidad, yo le dije que era lógico, me miró de reojo y se encogió de hombros. Me habló mal de sus amistades y me dijo con aplomo que la gente tiene miedo de morir y volver a la tierra de donde habíamos salido, a lo que le respondí -yo vine del vientre de mi madre y no de la tierra. Mi tío era contable y formaba parte de los miembros del sindicato y tenía amistades con la prensa.

Le entregué a mi tío Chápalo unas cuartillas que yo había escrito sobre “el consenso espiritual”, era un ensayo que me lo propuse y quería publicarlo en el diario. Se puso sus anteojos, y comenzó a leer detenidamente mi texto, mientras tanto, yo fui examinando atentamente los libros que tenía en su estantería por si hallaba alguna narrativa clásica que aún no había leído. Cuando hubo terminado, me dijo que estaba perfecto, pero no dejó señalarme algunas ideas de las que él no estaba convencido, sólo para manifestar su superioridad de conocimiento. –veras, a mí no me interesa  persuadirte ni que estés de acuerdo conmigo, lo que quiero tío mío es que me hagas el favor de ayudarme a publicar este ensayo en el diario para que la gente se haga la idea de que existe algo que se llama “consenso espiritual”, y antes de hablar del consenso social, deberían, previamente, aprender y comprender lo que es “el consenso espiritual”. Le dije. ¡Pero, qué disparates dices chico! Me contestó burlonamente. Sin decir nada me puse a recoger furiosamente mis cuartillas que estaban sobre la mesa, y salí disparado ni siquiera me despedí de su esposa que me tenía cariño. ¡Al diablo tío! Murmuré cuando ya estuve bajando las escaleras repitiéndome la injusticia y zarandajas que recibía desde que empezó el día.

martes, 27 de marzo de 2012

Itinerarios de Abdul IV


Cuarto capítulo: Itinerarios de Abdul

         Salí de la cafetería, el clima estaba calumniado aquella tarde, el viento silbaba y daba alaridos. Cogí un taxi, le dije que me llevara a la clínica Avecina. La carta me ha entristecido bastante, era como una tempestad serena, me agitó en el fondo y me sentí un poco culpable por la desgracia de Lina, la hermana de Dania. A medida que avanzaba el coche, yo buscaba entender la lógica de este mundo, y pensé que la vida a veces da a cada uno lo que merece, y otras veces no. Miraba los edificios tan altos, carteles rojos, blancos, paneles, todo tenía forma vertical, civilización de alturas. Las ciudades empezaron a carecer de la  vida verdaderamente social. Cosa desagradable, pensé.
        
         Llegué a la clínica, pasé por un gran portal eléctrico, en la recepción había una enfermera rubia, elegante, labios pintados, con un uniforme blanco, estaba distraída con unos informes, le dije el nombre del paciente, esperé unos segundos mientras ella consultaba su equipo informático, luego me contestó sonrientemente que Lina estaba en la tercera planta, habitación número dieciocho. Le di las gracias y me dirigí al ascensor, me metí en él, justo antes de que se cerrara la puerta, entró una pareja de ancianos burgueses, debieron de ser diabéticos,  me saludaron amablemente, me dijeron que iban para la segunda planta. La cara del marido no me era extraña, creo haberlo visto en algún sitio, pero no recordaba dónde. A lo largo de treinta segundos me fijaba en el hombre e intentaba recordar dónde lo había visto. Llegamos a la segunda planta, se abrió la puerta, salieron sin despedirse y yo seguí mi ruta a la tercera. Tengo mala memoria, como los viejos, debo hacer algunos ejercicios para mejorar mi memoria porque si la cosa sigue así, no podría avanzar ni en mis estudios, me dije.

         Salí del ascensor y entré por una puerta de la derecha, me llevó a una sala grande donde encontré a Dania y a sus padres con los ojos rojos de llanto, me dijeron que se hallaba más grave de lo que estuvo días atrás. Estaba Lina en la cama tan serena, su rostro bastante pálido, hecha un esqueleto, al verme sonrió y me dijo –sabía que ibas a venir, no lo dudé.  Realmente yo no quise preguntarle cómo se encontraba porque sería ridículo de mi parte, se veía muy claro que la chica estaba viviendo los últimos momentos de su vida. Ante aquel esqueleto me puse torpe. Por primera vez me resultaba difícil encontrar el modo de entablar una conversación, no sabía qué decir ni qué palabras elegir para consolarla.

         Lina que era vanidosa y antipática conmigo, ahora resultaba que tenía mucho cariño por mí dominante. Apretó mi mano derecha diciéndome que le disculpara todos los malos comportamientos y las molestias que me provocaba. Vi brotar de sus bonitos, oscuros ojos, una lágrima que cuando se la sequé con mi mano la sentí exageradamente caliente, luego, las lágrimas empezaron a rodar como el beso sus mejillas. En esto, entró una enfermera, era morena, bajita, gorda,  pelirroja, debía de tener veintiséis años, le medió la tensión arterial y la temperatura, después concluyó su tarea desinfectando enteramente la habitación de Lina. Salió la enfermera,  y otra vez volvió a reinar un sentimiento trágico que ardía como una antorcha en mi interior. Creo que hubiese soportado los tiros de un fusil que padecer esa terrible ansiedad.

         Me dijo que se sentía feliz por haber podido despedirse de mí, ella sentía por mí cariño y yo por ella sentía piedad, una reciprocidad  injusta. Se me figuraba que la cosa era como una escena teatral en la que uno de los protagonistas debía morir para que el otro colocara una flor inmarchitable en su tumba. A mí me tocó ser ese personaje que veía a Lina parpadear los ojos hasta que se le pusieron vidriosos, se le cerraron lentamente….y murió.


domingo, 25 de marzo de 2012

Itinerarios de Abdul III


Tercer capítulo: Itinerarios de Abdul

         La tesis que tenía la hermana de Dania era que yo estaba loco, un ser de carácter tradicional, que yo era un misterio, un bohemio de aspecto clásico y juzgaba mi estilo de vida,  después de afirmar esto, le fue especificando a Dania los defectos, físicos y morales que yo tenía. A decir verdad, yo no comprendía de qué clase era, y a qué se debía esa seria antipatía que ella no acertó disimular por mí, siempre trataba de convencer a Dania de que yo no era la persona indicada, que sólo se dejaba llevar por cosas insignificantes que veía en mí. Tenía mil y un motivos para hablar mal de mí y para diseñarme como un mamífero feroz y feo. A comparación con los demonios yo era peor. Por más que pensaba en el asunto no pude encontrar una justa razón que me explicara ese odio. Todos los males del mundo acerca de mi perosna se los comentaba a mis espaldas a Dania. A pesar de las cosas que decía de mí, yo no me incomodaba. Nunca he pretendido aparentarme  perfecto, pero lo que a su hermana le molestaba profundamente era que yo no hacía caso a ella ni a lo que decía de mí. Esa indiferencia era peor porque le causaba rabia. Cada uno tiene derecho de opinar, pero esto no significa que me quiten el derecho de importarme un bledo lo que opinen de mi. Mientras tanto Dania se divertía entre su hermana y yo tomándonos por dos rivales que debían negociar la paz.

         Terminó el pianista su turno y entró un guitarrista, un joven moreno, de pelo largo, con pantalón de vaquero negro y un sombrero marrón de tres picos como los piratas del Caribe. Se sentó, templó la guitarra, empezó a tocar y cantar canciones populares e inició con

Cuando por la noche
La luna se quita-a-aaa
Esperando que venga mi niña
Ahí me quedo esperando
Hasta que el sueño me vece
Y mi niña no viene

         Unas parejas se entusiasmaron, se levantaron y salieron a la pista a bailar al son de la guitarra. El tocador variaba los ritmos y esto me produjo un estorbo musical, y para colmo cantó unas canciones vulgares, plebeyas, no me gustaron para nada, por lo encanalladas que eran. Dejé de prestar atención al guitarrista y volví a concentrarme en la carta que estaba leyendo.

Querido Abdul,

Quizás ésta es la primera vez en que te digo “querido”  y supongo que es la última. La soberbia satánica y los celos no me dejaron simpatizarme contigo ni ganarte al menos como amigo, quiero decir, en el fondo, para mí,  tú eres un caballero, una persona a quien quiero, aprecio y valoro muchísimo; esto nunca te lo había declarado ni demostrado; nosotras las mujeres, por naturaleza somos celosas y nos dejamos engañar por el coraje y la falta de la estabilidad sentimental nos hace ser rebeldes, aparentarnos y manifestar estúpidamente lo que no es. Reconozco que he sido tonta, y mala contigo aunque de manera indirecta, en muchas ocasiones he deseado ser la primera con quien te hubieses cruzado en la vida. Lamentablemente, no fue así, y así quedó sólo un deseo que me agobiaba cada vez que te miraba con mi hermana Dania. Créeme, me disculparías si supieses la envidia que sentía cuando os miraba juntos, caminando, estudiando, charlando…Envidiaba a Diana sin querer, todo era por ti, porque te quería en silencio. En todo caso, no me parece oportuno arrepentirme……………
Te comento que mis días están contados, yo estoy internada en el hospital con un problema de cáncer de pulmón, mi situación está muy grave, según, me enteré de algunas enfermeras que se ocupan de mí. Te escribo esta carta para que vengas a verme cuanto antes, que quiero despedirme de ti antes de irme al otro mundo.
                                                                                  Lina, hermana de Dania

viernes, 23 de marzo de 2012

Itinerarios de Abdul II


Segundo capítulo: Itinerarios de Abdul

         Recibí una llamada de Dania diciéndome que nos viésemos cuanto antes, dijo que necesitaba comunicarme algo que no esperaba, eso me preocupó bastante. Era un día de invierno, un frío terrible me besaba el rostro, el cielo estaba gris, caía una lluvia menuda, salí de la universidad y me iba para mi casa. Ese día yo estaba triste, en el fondo sentía una melancolía que me hería como una espina, afortunadamente, soplaba un aire que me despejó el alma y comencé a dar unos pasos rápidos para calentarme. No soy enérgico, el frío me mata y el calor me afloja y cansa, soy débil, desde pequeño siempre me llamaban El de poca salud. Recuerdo, antes de que me llamase Dania, revisé el correo y encontré un mensaje suyo en que me decía que me extrañaba mucho y que se hallaba muy mal e inquieta. Bueno, supuse que por mí, que quería volver a verme, por amor a mí, claro. En realidad, odio las sorpresas, odio todas las cosas que me salen repentinamente, me perturban, me hacen perder el control. Llegué a casa y me eché en mi cuarto, pensaba y andaba como un loco, de la derecha a la izquierda, no quise acostarme; sabía perfectamente que no se me cerraban los ojos. Saqué un libro de mi estantería para distraerme, era de Balzac, pero no  entendía nada de lo que leía. Comprendí que no podía y me senté en mi escritorio a terminar un artículo que había empezado a escribir el día anterior; era un artículo sobre el pesimismo social….
       
          Me puse un abrigo de cuero negro y salí. En la esquina de la calle, justo antes de entrar en la avenida Mauritos, me crucé con el cartero, me saludó y me entregó una carta, nunca tuve esa impresión de simpatizarme con los carteros, siempre los veía como monstruos, cosa inexplicable, ni yo mismo me la podía explicar. Caminé dos kilómetros, y por cualquier sitio que paseaba me paraba a contemplar; no es que me gustase contemplar, esa costumbre la adquirí desde que era aún niño, cosa me sucedía mucho, siempre andaba distraído. Cuando acompañaba  a mi madre al mercado, mientras ella hacía compras yo me quedaba parado ante algún sitio viendo los dibujos, los colores, intentando entender aquellos signos que expresaban montones de cosas que yo en aquel entonces ignoraba, ¡Dios bendiga las madres! la pobre siempre tenía que buscarme, preguntar al personal y a la gente si habían visto a un niño flaco, rubio, ojos azules, de siete años, esos eran los datos que podían identificar mi figura. 
         Entré a una cafetería, el camarero me sirvió una taza de té caliente con menta. Afuera el ir y venir de la gente mareaba la vista y cansaba los ojos. Dentro había un pianista que tocaba una melodía clásica, una pareja escuchaba emocionalmente con manos cruzadas, unos charlaban sobre asuntos políticos, parecía que ni se daban cuenta del esfuerzo que hacían los dedos del pianista para animar el ambiente. Saqué la carta, me puse a leer y ahí fue lo inesperado.

martes, 20 de marzo de 2012

Itinerarios de Abdul I

Primer capítulo : Itinerarios de Abdul 


-Por favor, Abdul, no cambies de teléfono, quedémonos en contacto, quiero llamarte y saber de ti, saber de ti….
Iba repitiéndome esas palabras de Dania al despedirnos en la carretera Nº 13 en el centro de la ciudad, palabras sinceras, palabras de una muchacha estaba por casarse, palabras cortaban en el fondo más que el cuchillo de doble filos. Seguía avanzando hacia mi piso y tenía miedo de llegar, de la terrible soledad que me esperaba, las luces de los coches salían en varias direcciones y me distraían, llovía y yo estaba desabrigado. Volvía a repetirme las palabras de Dania y pensaba que debió de haber visto en mis ojos algo extraño, que ha detectado en mí algo que no andaba bien, algo que despertaba mil y una razones para pensar. Otra vez me daba miedo, me aturdían esas palabras que me repetía, tenía ganas de correr hasta que mis piernas no respondan, de no parar jamás. Me asustaba la idea de llegar a mi piso, pero ya estaba ante la puerta. No pude abrir y quise volver a la calle a caminar, pero ya estaba dentro, el piso estaba oscuro y tampoco encendí la luz, me metí en mi escritorio, miraba el retrato de Dania que tenía puesto en la estantería de mis libros, yo mismo se lo hice el día que precedió su cumpleaños, lo construí con ganas, por amor a ella, por alegrarle el corazón, por muchas cosas que ahora no vale la pena citarlas, razones que sería en vano decirlas cuando ya es tarde, demasiado tarde. Me aterraba un vacío que hería mis adentros, sentía que todas las cosas han perdido su significado y su razón de ser, de existir, como que el mundo había perdido su belleza y se hizo complejo. Debo reconocer que la inteligencia emocional de Daniel Goldmán no me funcionó para nada. Cerré mis ojos y vi a Dania que estaba al volante mirándome a través del cristal brumado por las gotas de la lluvia, con una sonrisa tan tenue quería arrancar, yo seguía ahí parado al borde de la acera inmóvil observándola, triste, hecho un desastre, eso duró minutos, durante los cuales busqué comprender la lógica de ese itinerario inesperado en el que me encontraba sumergido sin darme cuenta, un itinerario sabe Dios dónde empezó y en qué termina.


sábado, 10 de marzo de 2012


El poeta de los cadáveres y el fanatismo

         Oscaro era un poeta cruel. Yo ignoraba por qué motivo escribía poemas sobre cadáveres y cementerios. Despreciaba el resto del mundo orgullosamente. Era un caso extraño, parecía turbio. No se sabía a ciencia cierta qué clase de sufrimientos padeció en alguna etapa de su vida. Quizás a esa extraña inclinación se debiese su pasión por la anatomía y la innaturalidad, pero su morbosidad era más patente en todo lo que directa o indirectamente tuviese referencia con la muerte y los cuerpos inertes. Al principio, yo supuse que había estudiado anatomía o tenía relaciones con algún grupo de anatomistas y biológicos. No creo recordar que en alguna ocasión lo haya mencionado en nuestras charlas. Sus poemas eran en sí un secreto, y yo tuve la curiosidad de explorar el secreto de Oscaro. Bueno, no soy Sherlock Holmes y tampoco dispongo de su inteligencia, pero habilidad de observación no me falta. Entonces, comencé a seguir la ruta de los emprendedores detectives. Primero me puse a indagar en los lugares que él solía frecuentar, luego preguntaba a las personas que le conocían haciéndome pasar por pariente suyo colateral. En el proceso que seguí no me costó mucho tiempo para juntar informaciones. En dos semanas pude formar una pequeña biografía sobre la vida de Oscaro y estuve al tanto de sus actividades que ejercía regularmente. Pero me faltó conocer ciertos detalles de su infancia. 
         Le dije a uno de los personales del ayuntamiento si podía Consultar el registro de la residencia de una persona se llamaba Oscaro, me dijo que no era permitido. Me quedé  pensado unos instantes, de repente me vino una idea y le comenté que soy  primo suyo, que yo vivía en Canadá y acababa de llegar y no sabía a quién preguntar y que necesitaba sólo la dirección de la residencia y ahí podía preguntar a los vecino. Me miró de arriba a abajo y viceversa, yo ahí parado inmóvil.  Creí que no tenía suerte, que no aceptaría. Efectivamente movió su cabeza diseñando un guión que no. Le dije que  no conocía a nadie en la ciudad, que Osacro era el único pariente que me quedó de la familia paterna. A veces es menester mentir para conseguir algo o algún beneficio, eso está mal, pero yo mentí sólo para ayudar a Oscaro. Quise desempeñar el papel del detective y psicólogo. Por fin aceptó dejarme consultar el registro. Le di las gracias y me retiré enseguida de allí. Una vez tenía la dirección de la casa donde vivió Oscaro su infancia. Fui a visitar ese lugar. Una mujer debía de tener unos sesenta años estaba regando unas plantas y flores. Me dijo que la casa estaba cerrada que no había nadie, le comenté que yo era amigo de un chico que vivía aquí hace veinte cinco años, yo viajé al extranjero y no volví a saber más de él, que después de tantos años ahora vine a buscarlo. La vecina al parecer necesitaba alguien con quien platicar. Me invitó a entrar a tomar café y ahí me daría informaciones. Afortunadamente, resultaron los detalles que me faltaban. Su padre era duro y áspero. De pequeño Oscaro sufría de golpes y mal tratos. Se veía abandonado porque sus padres siempre viajaban y lo dejaban con la abuela que era muy vieja; un esqueleto de huesos secos como un puente frágil que amenazaba derrumbarse en cualquier momento. Ésta nunca le dejaba salir jugar y brincar con los chicos,  y así en su infancia perdió ilusiones de conocer a multitudes de gente para recuperar en cierto modo la falta de sus padres. Una vez éstos viajaron como de costumbre, y no volvieron a aparecer hasta que llegó un día un hombre le dijo que era el abogado de la familia. Le había informado de que sus padres murieron en un accediste tráfico. Lo acompañó al forense, ahí reconoció los cadáveres de sus padres. El abogado se encargó de hacer los preparativos del entierro…Creo que la escena de los cadáveres quedó plasmada en la memoria de Osacro, que pronto se convirtió en una fuente de inspiración. Ahora comprendo por qué cuando él me hablaba, sus ojos ardían con el fuego de la indignación, parpadeaban para cerrar grandes y angustiosos secretos. Sin embargo con las mujeres soltaba una expresión agradable; era capaz de organizar en las señas de su rostro la perfecta imitación de romanticismo, ternura y desprecio, según el interlocutor y la circunstancia. En su opinión, el hombre debe ser valiente, político y egoísta para conseguir lo que desea. En virtud de ese mecanismo psicológico él medía a las personas y las diferencias en la comunidad, ya que pensaba que Dios había hecho el cielo y la tierra para que los fuertes esclavizaran  a los débiles, me dijo que una sociedad sin problemas, sin clases, sin violencia, sería inarmónica. Fue cuando nuestra charla se convirtió en una discusión tormentosa.
-Tú defiendes el estado burgués aunque sea corrupto- le advertí.
-Sí, ¿y por qué no? Es que gracias a ese estado la vida se actualiza día a día- me dijo.
         Lo horrible, a mi juicio, no era que Oscaro tuviera mal entendido el concepto del estado y la sociedad o tratase de destruir los valores que habíamos heredado los seres humanos por los siglos de los siglos. Lo grave es que a él no le importaba absolutamente nada de los problemas sociales, ni los malos fenómenos que nacen de la trasgresión e injusticia y la violación de los derechos humanos…. Su dialéctica se basa en el ego y en su visón superficial del mundo.
         Le dije a Oscaro que hoy día, muchas personas piensan que nuestra época (actual) y  las condiciones en las cuales vivimos es el mejor tiempo que conoció la historia humana. Creen que los medios que utilizamos y la comodidad en la que nos encontramos…etc. Creen que todo eso expresa el auge del progreso que ha conseguido realizar la capacidad mental del ser humano, por lo tanto les parece absolutamente correcto decir que nuestra época es la mejor de la historia humana. 
         Es cierto, antes, la gente utilizaba las lámparas de aceite (quinqui) y ahora tenemos electricidad. Antes utilizaban los caballos y bestias para desplazarse y transportar las cosas, ahora nos disponemos de coches, aviones, trenes, barcos…etc. Antes el viaje duraba años y meses para llegar...Ahora es cuestión de horas o días. Antes se servían de palomas mensajeras para enviar cartas o comunicarse, ahora la tecnología hizo que todo se hiciera con un solo clic. Antes no nos enterábamos de lo que ocurría en otras tierras, ahora las noticias nos llegan minuto por minuto, en general todo se hizo fácil, pero volvamos a hacer la misma pregunta a las personas que reflexionan y miran las cosas profundamente. Preguntemos a estas personas que observan y calculan todas las cosas con inteligencia y exactitud a ver si nos van contestar que la mejor época es la nuestra; (actual).
-Seguro nos responden que es la mejor- me dijo Oscaro
-¿Eso crees?- Pregunté
-Sí, y no lo dudo. ¿Acaso insinúas que no es de las  mejores?- me cuestionó
- Veras, la moneda tiene dos caras. Yo diría que es la peor de las peores, diría que nunca hubo una época en que el ser humano se convirtió en un demonio visible. Yo diría amigo mío, que esta época es el inicio del Apocalipsis. Sabes que en las pasadas épocas los ricos vivían pacíficamente con los pobres, y todos contentos, eso debido a que cada uno respetaba al otro y no le exigía que se adaptase a su manera de vivir. Sin embargo, en nuestra época los ricos son permanentemente ricos y cada vez se hacen más ricos, y los pobres cada vez se hunden más en la extrema pobreza…. ¿eso por qué? –seguro tiene justificación.
¿Casarse un hombre con otro hombre, y una mujer con otra mujer eso es el progreso?
¿Cómo es posible pretender que ésta es la mejor época mientras estamos gobernados por un grupo de estúpidos que manejan las cosas según sus caprichos y nos someten a las leyes que inventan y si sales a protestar te mandan al calabozo o te quebrantan el cuerpo los guardias civiles, y así regresas molido a la casa, si es que te sueltan. Al fin de cuenta te encuentras ni con la justicia ni siquiera con tu salud. ¿Cómo es posible pensar así si nos están estafando en todo el tiempo? Y si reivindicas tus derechos te acusan de terrorismo. ¿Ésta es la mejor época? ¡Vamos!, como se dio el caso, déjame contarte lo que sucedió con un hombre que llevaba una vida casi primitiva en nuestra época.

         Hace un par de años, quiso Dios que me topase en el desierto con un pastor, recuerdo se llamaba Jawarizmi. Este hombre era grueso, alto, flaco y  moreno; pero moreno de tanto andar bajo el sol de alta temperatura con la mirada siempre llevada al horizonte. Era un hombre hábil, cargado de historia y de historias. Yo lo escuchaba absorto, con asombro; como se escucha a un soldado que regresa de la batalla o al peregrino que regresa de Mecca. Pensé que Jawarizmi nunca había ido a la escuela ni a los institutos donde enseñan las teorías meteorológicas o las ciencias naturales, no tenía libros ni nada, y a pesar de esto, sabía muchas cosas, pero sus andanzas por el desierto equivalían una enciclopedia de conocimientos; éstas le hicieron aprender mucho de la naturaleza; digo era naturalista sin querer. Tenía un camello y un ganado de treinta y tres ovejas. Los guiaba de oasis a otro con una vara bien labrada. Supongo que él mismo la había labrado.  Se calentaba, y calentaba su comida con leña que recogía por su camino. Tenía un sentimiento fuerte y enérgico. Pese a que vivía solo, era un tipo social. Vivía feliz y contento porque nadie le exigía pagar impuestos por el ganado, nadie le subía las facturas de agua, gas y electricidad. Era feliz porque nadie le estorbaba con anuncios engañosos publicitarios. Jawarizmi nunca se preocupaba cuando sube el precio de petróleo. Estaba totalmente contento con lo que tenía y nunca pensaba tener lo que le podía ser inconveniente en otro momento de su vida. Andaba siempre tranquilo y de buen humor porque en el desierto no hay semáforos o atasco, ni presenciaba peleas ni escuchaba vecinos insultándose. Nadie le incomodaba porque en el desierto no hay clubes o cafeterías de prestigio donde los adolescentes pueden intercambiar groserías, y no se molestaba cuando se cortaba la luz en la metrópoli…Jawarizmi era libre, libre con todo sentido de libertad. Sin embargo, en la ciudad, los ciudadanos no son libres, obedecen, obedecen. Los esclavos de ayer, hoy han pasado a ser ciudadanos absolutamente sometidos y de pronto el hombre olvidó el concepto clásico de libertad.  De modo que no existe la libertad en nuestra época.
-¿Has perdido el juicio,  quieres que vayamos a vivir en el desierto?- Me interrumpió Oscaro burlando.-Deja de decir majaderías, eso no puede ser-añadió. Yo seguí haciéndome el despreocupado y continué: El caso es que sucedió que una noche cuando callaron los silbidos del viento, las bestias pusieron las orejas en descanso, lo yacente y lo inerte se hicieron yacente e inerte sin más sobresalto. Jawarizmi empezó a contarme su historia, dijo que era hijo de Gabriel Zulfikar, éste era ingeniero minero, gerente de una empresa en las minas de Georgia, y descendía de una familia turca. Cuando aún tenía catorce años, su padre lo mandó a estudiar en Rusia; precisamente en aquella época de guerra fría entre La Unión Soviética y EE.UU. En su historia había elocuencia y nostalgia, y lo que contaba se armonizaba con el espíritu de la noche en el desierto. Jawarizmi no tenía la idea de lo que iba a estudiar en Rusia y tampoco estaba entusiasmado. Ingresó a la facultad de ciencias aplicadas, era un estudiante tranquilo e inteligente. Estudiaba muy bien y nunca se impacientaba, además, era puntual como un reloj. De vez en cuando escribía a su padre para hacerle estar al corriente de cómo le iban los estudios. A los seis u ocho años de estar instalado en Rusia. Estaba hecho un hombre y regresó a reunirse a su familia. 
         A la buena de Dios, se desplazaron a Turquía y ahí montaron un negocio y empezaron a ganar más de lo que ganaba su padre en las minas de Georgia. A cada tres meses su padre donaba  millones y millones a todos los pobres de la ciudad. Tuvo fama del buen y generoso burgués. Bueno, todo andaba bien hasta que un día lo acusaron de comunista. Turquía era un país donde reinaba una pesada atmósfera de desconcierto y zozobra. Ya que estaba en el bando de EEUU, así que las ideas comunistas eran censura, un delito mayor contra el estado, y los comunistas eran condenados a muerte.
         En cierta mañana, vino una furgoneta de guardias  por su padre. Lo llevaron a la cárcel bajo la tiranía peor que todas conocidas. A los tres días había sido fusilado en la plaza Konak en el corazón de la ciudad de Izmir. El gobierno le quitó todas las fortunas y riquezas que tenía; fue como quitarle definitivamente la tierra debajo de los pies y que quedase colgado un poco por encima de ella. Su padre fue tristemente, como un sacrificio que se ofrece al fanatismo y despotismo de hombres que pretendían gobernar el mundo. Jawarizmi viéndose sin nada se echó al desierto como un loco…......