sábado, 8 de diciembre de 2012

Alma en pena 

         Le entregué la carta, antes de terminar la lectura, la rompió en pedazos, se dio vuelta y los fue echando por la calle. Sentí que me faltaba el aire, vacilé unos momentos, hacía un frío terrible, me  metí en el primer coche que encontré. A veces me reprochan mi comportamiento frío y distante. Es cierto, pero yo nunca le he buscado respuesta a esto, lógicamente, porque no me veo sociopático. Bueno, llegué a casa y sin pensarlo mucho me decidí hacer la maleta y viajar

         No sé cómo fue mi viaje, no confío plenamente en mi memoria, temo que me vaya a traicionar… ¿Qué quedaría de mí sin recuerdos?  Bueno, desde la proa del barco observaba el tumulto de la marea, y a medida que se alejaba la nave con un ritmo vertiginoso, comenzaron a encenderse las luces de la ciudad y el tráfico se convirtió en un ambiente bohemio.  Sobre una especie de cadena de hierro, en forma de roca,  cubierta con unos trapos descoloridos, me senté y  apoyé la espalda  contra el mástil, le escribí una carta a Dania, rodeado de instrumentos marítimos, no sé cómo me nacieron las palabras. En todo caso la carta empezó así: 
         
         Comarit, a 11 millas de la costa, navegando sobre 30 nudos

Como una llama delante de mis ojos quedó la imagen desgarradora de la carta que usted  rompió en pedazos, esparcidos por el suelo… Yo estaba convencido de que usted comprendería mis condiciones, sin embargo, resulta que me tiene por un hombre falso. Ahora, que le escribo esta carta trato de hallar una razón que sea lógica para justificar su actitud que me confunde. Eso no tiene motivo serio de existir, pero existe. Es triste marcharse sin darme siquiera una explicación, pero más triste no saber adónde nos llevarán los momentos decisivos que estamos viviendo, todo aquello que alguna vez fue motivo de comunión entre ambos ya nos está abandonando, abriendo en mi espíritu un hueco, una amarga sensación de angustia. El sentimiento de vacio comienza  cuando las cosas compartidas ya no dispensan aquella sensación de estar reunidos en un mismo anhelo.
         Con esto, creo haber expresado algo de lo que siente un hombre que se halla en un estado moral triste y lamentable”.
                                                      Abdul, alma en pena   
          

         Ya en plena mar, soplaba una fresca brisa, nos empujaba un viento favorable, nuestra velocidad era mayor. Ante mis ojos se ofrecía el romántico espectáculo del aflasto iba cortando las aguas del mar. El barco era  grande, mercantil, por primera vez pude darme cuenta, realmente, de la manera cómo se llevaba el trabajo en el barco, cada cual sabía perfectamente su puesto y sus obligaciones, las obras se hacían disciplinadamente y con mayor seguridad, todo se hacía en medio de un alboroto incesante; el ir y venir de la tripulación me cansaba, yo no estaba acostumbrado a aquel ambiente. Busqué un sitio donde refugiarme de la humedad que me afectaba mucho. De suerte un marinero estaba de guardia me vio escribiendo al pie del mástel, me pidió hacerle unas líneas para su familia, el viejo debió de haber permanecido  meses navegando sin regresar a su casa. Hablando trabé especial amistad con aquel hombre, cuya conversación me fue extremadamente provechosa, llevaba en su cabeza un verdadero libro de anécdotas. Al caer la tarde, justo cuando por fin hubo concluido su turno de vigilancia, me convidó a tomar un café en el bufé de los marineros, ahí fue donde me había contado su historia y cómo se lanzó a  la vida marinera.