sábado, 31 de octubre de 2015

Itinerarios de Abdul 

Entre tragos y cartas de Leila



         Media hora después, ya estábamos en su departamento que olía a licor. Farfán insistió en que nos deprimiéramos los dos juntos, que después de un duchazo me contó que Lamy le había dejado y se fue con un deportista, me contó la desilusión tan grande que se había llevado con Lamy. Me abrazaba y se bañó en lágrimas, sentía que se le iba a caer el corazón, en medio de tanta tristeza estaba bebiendo demasiado. Entonces comprendí que empezó de nuevo el horrible calvario de quejas y lamentos. Supe que esa noche la cosa no iba a parar bien. Lamy era la quinta novia que lo dejaba. Mirando hacia el techo me dijo que en ella había depositado toda la confianza que él era capaz de dar en el mundo, sin Lamy su vida era una mierda, y deseaba suicidarse aunque en sus ojos se notaba que se moría por ganas de vivir. Le palmeé el hombro tratando de calmarlo fue cuando chilló que las mujeres eran lo peor que podía existir. Yo sabía que Frafán necesitaba desahogarse y contarle a alguien lo que le estaba sucediendo, pero yo empecé a cansarme, entonces agarré un lápiz y papel y le sugerí que escribiera de una vez por todas todo lo que sentía.

         Viví dos semanas con Farfán, le ayudé a superar sus dolores. Hemos devorado muchos libros, escribí varios textos, bebía poco y leía mucho. Yo metido en el mutismo leyendo las cartas que me mandaba Leila y él abrazando la botella de whisky danzaba locamente y cantaba. Era su manera de levantarse el ánimo. En todo caso, Farfán volvió a su vida normal, y yo volví a ser yo también. Una noche me habló de sus proyectos y del negocio en el que quería invertir el dinero que le concedieron tras haber sido ganador finalista del premio literario. Dijo que primero quería cambiar su coche por una furgoneta grande, usarla como transporte turístico, y segundo era construir una pequeña imprenta. Dijo que la vida de un maestro era una mierda, nunca llegaba a fin de mes con los centavos que le daban, y decidió abandonar la enseñanza de una vez por todas. Me dijo que si no le salían bien las cosas, se iría a vivir a Canadá. Lo que yo seguía ignorando era de dónde iba sacar el dinero suficiente para todo aquello, pero nunca le hice la pregunta.


         El otoño no tardaba en acabarse y yo contaba los días porque Leila tenía programado llegar a fines de noviembre. Lo que me importaba era volver a ver a Leila y anunciarle que la vida sin ella era un total disparate, una vida llena de dificultades, veía su mirada por todas partes y perdía el control, pedirle que me prometiera no volver a dejarme solo. Claro, era una locura ni yo mismo podía entender porque no había base material en que apoyarme. No fui con Leila a Londres y ése era mi error. La primera carta que me mandó, en ella contaba que se encontraba excesivamente contenta, citó los lugares que había visitado y los libros que había comprado para mí, me relató detalladamente cómo iban sus actividades y las salidas con sus padres. Mientras leía su carta, en el fondo le perdoné mil veces esos detalles que no habíamos compartido. Le perdoné esas caminatas que hizo lejos de mí, le perdoné las cosas de las que no pudo acordarse, le perdoné hasta las cosas que indudablemente omitió. Todas las mujeres, y por más sinceras que fueran siempre tienen cosas que omitir.............







jueves, 29 de octubre de 2015



Itinerarios de Abdul

No debí haber llegado


         En efecto, el día que viajó Leila entré en crisis; debo dejar claro que la ausencia de Leila produjo en mí una melancolía terrible, era como el monte Everest al que llegaban muy pocos aventureros. No quiero justificar mi hipersensibilidad, el caso es prácticamente emocional, sin embargo no es como piensan ustedes. Tal vez se preguntan ¿por qué diablos cuento esto?, cosa que no me inquietará sabiendo que la curiosidad corre en la sangre humana. Bueno, nunca llegué y cuando llegué al aeropuerto el avión ya había despegado. Llegué con ganas de decirle un montón de cosas que nunca me atreví enunciar, llegué con ánimos e hipérboles que era inútil sacarlas del vacío. No debí haber llegado nunca. La idea de una nueva pérdida me atormentaba, el aeropuerto se convirtió en una isla desconocida. Quise maldecir el tiempo, el aeropuerto, el avión, maldecir todas las cosas que formaban parte de aquella conspiración, pero maldecir no aliviaba mi dolor. El asunto se parecía enormemente a la agonía que vi en los ojos de mi abuela cuando moría de una forma espantosa. Qué estrecho es el mundo! Yo aún tenía catorce años, mi abuela tosiendo y a duras penas respiraba, guardaba cama cerca de una ventana grande que daba a la calle principal, las ventanas estaban abiertas de par en par porque el médico decidió que eso era lo mejor. Esa escena nunca me abandonó a lo largo de otros catorce años y constantemente se me venía a la mente. Nunca entendí por qué las cosas se me complicaban a ultimo momento cada vez que quería llegar, y todos los que aparecían pronto desaparecían de mi vida.

         Ya había empezado a volverme loco cuando elaboré tanto optimismo que no me sirvió en mis noches de insomnio, En realidad, me producía tanto pánico y sudor en el cuello recordar cuando estaba en el aeropuerto con las manos en los bolsillos parado ante el túnel contemplando tristemente a los pasajeros empujando con dificultad sus maletas, y a medida que el avión se elevaba sobre gigantescas nubes yo me hundía en océanos de abismo. Confieso que todavía no sé cómo en poco tiempo llegué a tomarle cariño aunque la verdad es que me costó mucho trabajo. Diez menos quince: salí del aeropuerto sin saber a donde ir, regresar a casa era aun más duro. Diez menos diez: cogí un taxi, llovía fuerte. Diez menos tres: el taxi paró en el primer semáforo, bajé el vidrio de la ventana, soplaba un viento muy frío. Diez y veinte: llegué al centro y entré en un bar, creo era Bushi, de los modernos pero tranquilo. Avancé cabizbajo, y avancé más, hubiera continuado avanzando hasta la trastienda y salir por ahí, pero una voz logró sacarme del silencio. Terminé sentado en una mesa al fondo, ordené una botella de whisky y me metí un par de tragos, la acabé rápido y pedí que me pusieran otra. Pronto el asunto llegó a su clímax, no sé, pero se me ocurrió infiltrarme de mirón entre las chicas que bailaban, a ver si encontraba a Leila y rogarle morirme en sus brazos. Fue cuando empecé a recitar en público versos de Luis de Góngora, versos románticos del Quijote, también recité a gritos unos de Pedro de Padilla, Luis Barahona de Soto y Carlos Boyls. Todos los que estaban bailando se detuvieron y empezaron a rodearme y escucharme. A medida que recitaba más me rodeaban. Me embargó una pésima pena cuando llegué al último romance, y poco a poco se fue transformando y no pude contener mis lágrimas. Me tiré al suelo y rompí llorando en medio del bar.




En llorar conviertan
Mis ojos, de hoy más,
El sabroso oficio
Del dulce mirar,
Pues que no se pueden
Mejor ocupar,
Yéndose a la guerra
Quien era mi paz”


        El público se conmovió tanto, sobre todo las chicas. Vi un mar de lágrimas brotaba de sus ojos, dos muchachas salieron a recogerme, y comprendí que aquello tenía que terminar. Francamente eran muy atractivas, me propusieron trago, dudé, si aceptar o negar, porque sentía una necesidad impresionante de estar solo y al mismo tiempo de que alguien supiera que estaba sufriendo. Opté por aceptar y deseé que ambas fueran Leila por si se marchara una, otra se quedara conmigo. Con el último trago me levanté, iba al servicio a pegar una meada pero por el camino me topé con Farfán.................
 

                                                                 
    
                                                                                                  

                                                                        

martes, 20 de octubre de 2015

     
Itinerarios de Abdul

Nunca he llegado  


      -No puedo, de verdad no puedo, Leila. Tal vez antes podría si me lo hubieses dicho en su momento. ¡Lo siento!  Ahora no puedo. Le decía desconcertado. En este momento bajaron sus padres. Un hombre gordo, con un espíritu donjuanesco, tenía una barriga abultada, una gorra negra, los gestos y la postura demostraban una extrema petulancia. con unos pasos firmes se me figuraba un tipo que apostaba por cualquier partida. Su padre me hizo acordarme de un profesor que me enseñaba historia cunado aún estudiaba en la preparatoria. Bueno, éste creía que explicando la primera y la segunda guerras mundiales estaba haciendo un descubrimiento y le gustaba que le aplaudiéramos, tenía una vanidad bastante pueril y quería satisfacerla de cualquier manera aunque fuese por un falso asombro que veía en el rostro de mis condiscípulos. La mujer era corpulenta, bajita, elegante, parecía que andaba un poco fastidiada, la sonrisa se desvaneció en una apretada línea recta, sus labios dibujaban una expresión de angustia, y su pecho se levantaba hacia arriba cuando respiraba profundamente. Leila volteó a mirarlos con un movimiento lento. Les saludé, y ellos insistieron en no darse cuenta y atravesaron la amplia sala hasta que llegaron a un mueble bastante grande y rojo, supongo que era un sofá estilo imperio. De pronto la mujer sacudió su cabeza para arrojar unos mechones rubios hacia atrás porque tenía ambas manos apoyadas en las caderas, permaneció de pie exhausta de energía mientras me miraba con ojos brillantes. A decir verdad, en ese momento no sabía si de ellos brotaba odio o desprecio. Bueno, Leila me presentó teniendo cierta ilusión por la reacción de sus padres, y creía que al decirles que yo era escritor me profesarían afecto o les importaría tanto; pero se engañó, no fue así. El señor era un diputado, un político de esos latosos que se pasaban la vida defendiendo sofismas y falsedades. Era imposible que aquel hombre tuviera alguna pasión literaria; y menos por textos con un lenguaje medio filosófico y medio literario.  

-¿Qué escribe usted?- me preguntó sarcásticamente mientras abría los botones del traje gris que llevaba. Me quedé un poco perplejo y cariacontecido porque me sorprendió su pregunta.

-Historias, cuentos cortos, y escribo sobre cosas que me inspiran- le contesté. Y él mostró una risa burlesca. Su risa me produjo una mala impresión. No había necesidad de  explicar el motivo de su risa. Era bastante claro que la concepción literaria del mundo y de la sociedad, para él no existía. Fue la primera vez  que sentí que yo no disponía del mérito real de tener condiciones de literato. Su risa malintencionada me hizo recelar de mi talento verbal. En ese momento entró una sirvienta flaca, nariz afilada, ojos negros, pelo castaño, los labios finos, su apariencia sonriente le daba un carácter más femenino, nos sirvió unas tazas de café y desapareció. Entonces empecé a hablar de una manera elocuente y exaltada, hablé de la literatura y sociedad, y de novelas universales, escritores clásicos y contemporáneos. Exponía mis ideas acerca la lectura de los libros y el cambio que podrían producir en los pueblos. A lo que él me respondió con vanidad que cualquier cambio debería realizarse por procedimiento político. Para él la literatura era algo artificial y fuera de la naturaleza, afirmando que la política ponía el orden social, cosa que con literatura no podría realizarse. Realmente yo no tenía humor de defender lo que creía, era una conversación inútil. Leila estaba muy emocionada, su madre nos miraba aburrida como si quisiera detener de una vez aquella controversia que había iniciado con una pregunta muy tonta. - Recuerde usted que la inmoralidad predomina la política- le dije, y con esto me despedí.

         Ya eran las siete de la tarde, hacía un frío intenso.-¿A dónde iría?- me dije. Tardé un par de segundos antes de decidir dirigirme hacia la librería de Benidol; ésta queda al sur de la ciudad, bastante lejos por lo que supondría coger un taxi o el metro, además estaba lloviendo,y me faltaban fuerzas para caminar cuarenta minutos. Bueno, caminé un poco mirando a la derecha e izquierda a ver si aparecía un coche. Andaba bien abrigado, pero el frío me mordía la cara y acababa con mis carrasperas, el frío me mata, el calor me mata, la humedad me mata, Dios! todo mata en este mundo, corremos el riesgo de morir en cualquier momento. Qué desastre! De pronto apareció un taxi, le señalé y se detuvo. Una vez  llegué a la librería el viejo Edwin estuvo esperándome desesperado. -Has tardado, iba a cerrar- exclamó él. No contesté, -Aquí tienes los libros que habías solicitado la semana pasada, revísalos bien-. me dijo. -Por cierto, falta Los Miserables, de Victor Hugo, éste aún no me lo mandaron- añadió.- te sirvo un café? me invitó. -No, gracias, tengo prisa.  Me puse a examinar el paquete, leyendo títulos y tachaba en la lista. Bien, ser un lector exige perseverancia y disciplina- dije. le pagué y regresé a casa. 

      Me despertó un mensaje de Leila. Sentía un dolor de cabeza acompañado de unas ganas horribles de volverme a dormir. Leila partiría con sus padres a Londres, y quería verme antes de viajar. Miré el reloj, Dios! Media hora más para la partida. volví a leer el mensaje, y me poseyó un miedo ingobernable, era preciso actuar con rapidez, ni un minuto que perder. Inmediatamente me puse de pie, y empecé a vestirme para no llegar tarde. Salí corriendo de casa como si mi vida dependiera de aquel mensaje. Era triste la atmósfera en la calle, corrí y corrí como nunca en mi vida..........