Alma en pena
Le entregué la
carta, antes de terminar la lectura, la rompió en pedazos, se dio vuelta y los
fue echando por la calle. Sentí que me faltaba el aire, vacilé unos momentos, hacía
un frío terrible, me metí en el primer
coche que encontré. A veces me reprochan mi comportamiento frío y distante. Es
cierto, pero yo nunca le he buscado respuesta a esto, lógicamente, porque no me
veo sociopático. Bueno, llegué a casa y sin pensarlo mucho me decidí hacer la
maleta y viajar
No sé cómo fue mi viaje, no
confío plenamente en mi memoria, temo que me vaya a traicionar… ¿Qué quedaría
de mí sin recuerdos? Bueno, desde la
proa del barco observaba el tumulto de la marea, y a medida que se alejaba la
nave con un ritmo vertiginoso, comenzaron a encenderse las luces de la ciudad y
el tráfico se convirtió en un ambiente bohemio. Sobre una especie de cadena de hierro, en
forma de roca, cubierta con unos trapos
descoloridos, me senté y apoyé la espalda contra el mástil, le escribí una carta a
Dania, rodeado de instrumentos marítimos, no sé cómo me nacieron las palabras.
En todo caso la carta empezó así:
Comarit, a 11 millas de la
costa, navegando sobre 30 nudos
“Como una llama delante de mis ojos quedó la imagen
desgarradora de la carta que usted rompió
en pedazos, esparcidos por el suelo… Yo estaba convencido de que usted comprendería
mis condiciones, sin embargo, resulta que me tiene por un hombre falso. Ahora,
que le escribo esta carta trato de hallar una razón que sea lógica para justificar
su actitud que me confunde. Eso no tiene motivo serio de existir, pero existe.
Es triste marcharse sin darme siquiera una explicación, pero más triste no
saber adónde nos llevarán los momentos decisivos que estamos viviendo, todo aquello
que alguna vez fue motivo de comunión entre ambos ya nos está abandonando,
abriendo en mi espíritu un hueco, una amarga sensación de angustia. El sentimiento
de vacio comienza cuando las cosas
compartidas ya no dispensan aquella sensación de estar reunidos en un mismo
anhelo.
Con esto, creo haber expresado algo de
lo que siente un hombre que se halla en un estado moral triste y lamentable”.
Abdul, alma en pena
Ya en plena mar, soplaba una fresca
brisa, nos empujaba un viento favorable, nuestra velocidad era mayor. Ante mis
ojos se ofrecía el romántico espectáculo del aflasto iba cortando las aguas
del mar. El barco era grande, mercantil,
por primera vez pude darme cuenta, realmente, de la manera cómo se llevaba el
trabajo en el barco, cada cual sabía perfectamente su puesto y sus
obligaciones, las obras se hacían disciplinadamente y con mayor seguridad, todo
se hacía en medio de un alboroto incesante; el ir y venir de la tripulación me
cansaba, yo no estaba acostumbrado a aquel ambiente. Busqué un sitio donde
refugiarme de la humedad que me afectaba mucho. De suerte un marinero estaba de
guardia me vio escribiendo al pie del mástel, me pidió hacerle unas líneas para
su familia, el viejo debió de haber permanecido meses navegando sin regresar a su casa. Hablando
trabé especial amistad con aquel hombre, cuya conversación me fue
extremadamente provechosa, llevaba en su cabeza un verdadero libro de
anécdotas. Al caer la tarde, justo cuando por fin hubo concluido su turno de
vigilancia, me convidó a tomar un café en el bufé de los marineros, ahí fue
donde me había contado su historia y cómo se lanzó a la vida marinera.