sábado, 31 de diciembre de 2011


     Contrastes de la vida
    
     Soy inconformista, descontento, nada me agrada en esta sociedad. Me parece que todas las cosas perdieron el valor estético, le dije a Sara que me miró con extrema curiosidad. Prefiero-añadí- vivir en el campo, vivir entre los árboles y los ríos, sentir verdaderamente el paso del tiempo y las estaciones, estar lejos de la hipocresía y de las mentiras, lejos de la envidia y las infinitas enfermedades sociales. Los hombres son absolutamente materialistas, no piensan más que en cómo ganar dinero, hacer crecer sus cuentas bancarias, adulan, complacen, soportan, en una palabra ¡lo que puede hacer un hombre por amor de unas miserables monedas! Y las mujeres son fastidiosas desde un punto de vista moral. Ya nadie desempeña el papel que le corresponde, nuestra sociedad vive bajo la incapacidad moral, es un caos. Mucha gente toma actitudes pensando que está desarrollando estratégicamente las condiciones de vida, sin embargo, ignoran que esta misma operación es una estrategia de una construcción destructiva.
     Créeme Sara, no estoy criticando a nadie, simplemente, trato de interpretar estas malas y desagradables circunstancias en que se encuentra la sociedad. Además estoy harto de leer las necedades que publican los insensatos periodistas. Algunos periódicos dicen estúpidamente que las cosas se mejoran y habrá soluciones para la crisis, dicen que se puede dar un salto hacia el porvenir con todas las fuerzas del pueblo. Yo digo ¿de qué  fuerzas habla esta gente? ¿Fuerzas de corrupción y de ignorancia? Esto no conduce a ninguna parte. Al leer estas necedades, el otro día se me ocurrió mandar una carta al periódico, pero pensé que no valía la pena. Me consideran un cínico pesimista, y no hay manera de que yo pueda convencer a nadie de que soy una persona sensata y seria. Seguro que abrir un debate con estos periódicos inmorales supone un fracaso polémico, como aquella polémica que había entre dos locos; uno asegura que es de día y otro que es de noche mientras que el asunto no es más que una tontería.
     Pero las cosas cambiarán para bien, debes tener fe y esperanza, me dijo Sara a lo que contesté yo - Por amor a Dios Sara, tú también me vas a decir esto, estas palabras me las sé de memoria. Mira, la verdad es que tenemos mala sociedad, naturalmente, no me refiero a la tierra, ni al clima, ni tampoco a los siete vientos. Repito que hablo de la gente inmoral, gente que carece de educación, principios, y de valores y responsabilidad. Por Dios Sara tenemos que ser un poco objetivos y no andar pintando las tristes verdades; el sistema educativo actual no funciona, no da resultados, las programaciones y los proyectos que pone el gobierno no se llevan a cabo, el ir y venir de los estudiantes a los institutos yo lo veo como el movimiento de los molinos de viento, al menos éstos reproducen energía, pero los estudiantes, ¿dime qué producen, barbaridades, golfería y analfabetismo escolar? tengo una completa desconfianza en esta sociedad. Pero no voy a maldecir la patria como hizo  Miguel de Unamuno cuando dijo “desgraciada la patria cuando no se puede hablar de la patria”. Al contrario, es cierto, yo amo mi patria, pero me duele lo que sucede y si digo esto, es porque soy nacionalista hasta los huesos y no permito a nadie que dude de mi nacionalismo.
     Si yo fuera pintor, le dije a Sara, quiero decir, si yo fuera uno los buenos artistas, pintaría nuestra sociedad como un huerto aletargado; los manzanos no dan sus flores, a los perales se les han caído los frutos pequeños que tenían con el granizo y los rosales no abren sus capullos, los árboles corpulentos se les ve carcomidos por miles parásitos que van a acabar con ellos bajo un cielo que se ha nublado definitivamente. Sería un huerto que le falta una vida interior. Sería un cuadro que da la impresión de gritar ¡Eh, señora sociedad! tenga cuidado. Lo está usted haciendo muy mal. Sara soltó una carcajada y me dijo que tengo una imaginación trágica pero divertida. Yo sabía perfectamente que eso de “divertida” lo ha añadido sólo para que yo no me molestase. Lo bueno de las mujeres es que en sus discursos siempre procuran cuidar sus palabras e intentan producir bellas expresiones. Realmente valoro mucho este punto. Nada de trágico, le dije a Sara con un tono melancólico.  De pronto sonó su teléfono móvil, contestó y me dijo que era el profesor con el que desarrollaba su tesis doctoral, le pidió que asistiese obligatoriamente a una conferencia que él haría en el museo nacional. Sara me dijo que ya  no tendría más remedio que viajar, regresar a su ciudad, ya era tiempo de despedirnos. La verdad después de la llamada vi en los ojos de Sara una tristeza que no solía notar a lo largo del tiempo que estábamos juntos, sentí que le invadió una melancolía total, cuando me comentó que ya se iría, yo me quedé callado, no dije nada, y tampoco tenía nada que decir, sí, callado como una losa al borde de un prado esperando a que aparezca una ninfa  para sentarse sobre ella y así puede sentir el valor de su existencia, un prado donde las ninfas no pueden vivir.  Sin darme cuenta Sara se lanzó sobre mí, me abrazó fuertemente y sentí una lágrima que corría en sus mejillas, luego volteó, abrió la puerta y se ha marchado.
     El tiempo que estuve en el hospital me atendieron muchas enfermeras, pero fue sólo una la que pudo acercarse mucho a mí, era bonita, una persona amable de un aire fino y poco desvaído, era curiosa e inteligente. La chica se llamaba Salma, tenía la aspiración de salir, de viajar por el mundo, de ir a los países del sol. Siempre que le tocaba atenderme,  sentía yo que lo hacía como si fuera para ella una diversión, sonreía mucho y hablaba poco. Cuando supo que soy escritor empezó a entablar abiertamente conmigo conversaciones sobre muchos asuntos. Era preguntona, porque no dejaba de hacerme preguntas acerca de mi persona. Pronto Salma no volvió a aparecer, la cambiaron por otra enfermera que me trataba con seriedad como si yo fuera un soldado que regresó herido de los campos de concentración. Le pregunté por Salma y me dijo que la mandaron a otro departamento. También le pregunté el porque de este brusco cambio, me dijo que Salma era la hija del director general del hospital y entre el personal corrió la voz de que había una relación entre Salma y yo, por lo que su padre la alejó al quirófano. A los dos o tres días, vino el médico a decirme que yo estaba bien, que ya podría salir. Entonces, entendí que me despiden del hospital con el pretexto de que yo coqueteaba a la hija del director general.
Yo, señores, que soy un hombre que ha tenido la desgracia de vivir en una sociedad donde la palabra y la influencia de hombres de poder están por encima de todo, y hasta de las leyes. Con este motivo escribí una carta al director tratando de demostrarle que no  había ninguna relación entre su hija y yo, que no era yo quien le coqueteaba a su hija, sino ella la que me conquistaba a mí con sus preciosas palabras ¿qué culpa tengo yo, le decía, de que la señorita Salma tenga un carácter angelical y de que su voz sea más suave que el susurro de las abejas? Claro, si yo fuera hijo de un hombre de poder no me tratarían así aunque  hiciese el amor a la hija del director general del hospital. Pero soy un desgraciado escritor cuyas obras nunca  llegarían a las bibliotecas de gente de prestigio y poder. Estoy seguro que el padre de Salma no llegó a leer mis obras, mis historias para poder conocerme de verdad. Casi nadie me conoce porque soy simplemente narrador de historias cuyas razones a nadie le agrada saber. Todos mis argumentos, no sirvieron de nada, el padre de Salma (el director general del hospital) me contestó en una carta diciéndome que, además de ingrato, yo era un impertinente, de una imprudencia repulsiva. La verdad es que no comprendí por qué me dijo aquello, que no pude entender por más que leía y relía la carta. ¿Acaso quiso ofenderme?
     Después de leer muchas veces la carta y reflexionar sobre el contenido, he llegado a la conclusión de que la felicidad consiste en ser indiferente, no hacer caso a lo que diga la gente, sin embargo, eso es un poco complicado porque supone tener previamente tres cosas elementales: una buena autoestima, auto-crítica y saber dominar bien las sensaciones repentinas.

jueves, 29 de diciembre de 2011

Hoy al amanecer, salió Don Bartoche en su caballo, con su espada y escudo y celada buscando empresas . En medio del desierto bajo el sol irritante, se sienta bajo una palmera y saca su pluma dorada y se pone a escribir una carta a Sara contándole sus hazañas y las noches que durmió en cuevas y páramos.



lunes, 12 de diciembre de 2011


Odio injustificado

      Las horas en el hospital fueron alegremente rápidas. Sara estaba todo el tiempo conmigo, me cuidaba y a cada rato me preguntaba si necesitaba alguna cosa. Que yo hubiese expuesto mi vida por ella. De cuando en cuando las enfermeras me inyectaban para dormir y no sentir dolor en el brazo. Era como vivir un sueño meramente real del que pronto tendría que despertarme. Me encontraba en un estado de impresionalidad y sensibilidad extraño, cualquier cosa más insignificante me producía un arrebato de cariño y de odio.
      En medio, pues, del alboroto total que imperaba en el hospital, yo estaba imaginando vertiginosamente que aquel episodio desagradable podría haberme ocasionado un grave daño o la más estrecha y peligrosa desgracia. No soy maestro de artes marciales y no estoy en condiciones de creer que hubiese utilizado aquella táctica o tal estrategia. Reconozco que Salí herido de mi lucha contra el vagabundo, pero no fui vencido. En todo caso yo había luchado como Dios manda, de modo que no he de preocuparme por lo que podría decir la gente que llegue a enterarse de mi desventura. Además, me importa un bledo. Digo esto, simplemente porque los estratos más profundos de mi conciencia están en el clímax, y así no voy a detenerme en pequeñeces cuando soy capaz de hacer lo que otros no pueden hacer en general.
      Quería mover el brazo, pero el brazo no obedecía, intenté moverlo de nuevo, tampoco reaccionaba. Había concentrado toda mi atención en el brazo, lo observaba, hice un esfuerzo pero vi que mi brazo no me obedecía, inerte, como si las líneas de conexión entre mi cerebro y mi brazo estuviesen rotas y me poseyó un miedo muy intenso. De pronto me desperté con un inmenso sentimiento de temor y angustia, estaba sudando y una tremenda ansiedad  me consumía. Comprendí que era una pesadilla, observé mi brazo por unos instantes luego lo moví y reaccionó, pues respiré profundamente en siete tiempos y sentí relativamente un frío alivio que me invadía. Miré a mi derecha y me di cuenta de que Sara me estaba observando, sonrió y me dijo que el médico le había informado de que no era algo grave y que no me preocupase.
      Pedí a Sara que me trajera algún libro de una librería cerca del hospital porque necesitaba distraerme, necesitaba leer, necesitaba alimentar mi cerebro con la lectura, me considero un fanático lector. Mis lecturas diurnas y nocturnas para mí son unos indispensables ritos.
      Tengo miedo de que muera antes de leer una cantidad considerable de libros, novelas, crónicas y tomos de obras completas. Puede que parezca una idiotez para los retardados mental que nunca han llegado a sentir el placer y el gozo de la lectura, pero para mí es una de las idioteces que me conmueve y jamás abandona mi pensamiento.
      Desde los doce años lo único que leía eran historietas de moraleja. No sabía nada de novelas y crónicas. Los personajes eran siempre los mismos: princesa, rey, príncipe, soldado y jardinero. ¡Qué sensación de verdad se siente leyendo una historieta cuyo protagonista es el hijo del jardinero que sueña con ganar el corazón de la princesa y vivir en el castillo como un príncipe!
      Pero a los dieciocho años empecé a leer todo lo que me ilustraba sobre la historia y naturaleza humanas y también sobre los problemas sociales y metafísicos, y así mi espíritu empezó a joderse cuando comencé a explorar las desagradables verdades del mundo. Cada vez que abría alguna página no encontraba más que guerras, torturas, matanzas, degüellos, golpes de estado, conspiraciones e inquisiciones, cosas que preocupan al demonio. Pues, y hasta se me ocurrió que el mundo está lleno de canallas y habría que inventar algún parámetro que pudiera detectar la canallería en cada individuo y medirla con exactitud para descontarle a cada uno la cantidad que merece ser descontada.
      Sara fue a por lo que le había pedido y me quedé con la enfermera a solas que por lo visto no sabía más que cambiar vendas e inyectar a los enfermos. Detesto a las mujeres gordas y la enfermera que me atendía con una solicitud de amiga, era inmensa, gordísima metida en un uniforme de talla estándar que parecía hecho para una mujer normal, exhibiendo su pecho enorme que se temblaba a cada paso. Estaba colocando un tubo de goma blando y transparente donde circulaba un líquido sin color. Yo la observaba con tristeza y dolor, ella me sonreía con caridad y yo la miraba con desdeño y desprecio, ella me cuidaba y yo la odiaba sin razón. La verdad recorrí todos los rincones invisibles de mi sentimentalismo para ver si había amor hacia las gordas o cualquier otra clase de sensaciones que no fuera desdeño, nada, no había. En mi interior yo ardía de rabia y nerviosidad porque me había resultado difícil ser hipócrita y sonreírle a ella. Podría admitir ser amable con ella, desde luego, tratarla con respeto como Dios manda. Pero era absolutamente inadmisible para mí desempeñar el papel de un estúpido hipócrita. Siempre me presento tal como soy y no pretendo fingir o ser de otra manera como hacen los de doble cara. Puede que les parezca a ustedes que soy un canalla que tiene un pensamiento extremadamente estrambótico, pues, sí, quizás tengan razón, simplemente trato de ser sincero y mostrar las cosas tal como son, al menos no me engaño ni tengo la intención de engañar a nadie, ésa es mi naturaleza y la realidad ante todo. Repito que soy un canalla para que vean hasta qué punto el hombre es susceptible de formular prejuicios y odio injustificados.
      Yo odio a las mujeres gordas, el otro odia a las flacas o negras ¿y usted lector a quién odia? Pues es una locura ¿qué sería de estas pobre mujeres, qué culpa tienen para ser odiadas sin razón? Esto no existe en ninguna religión y en ningún libro sagrado. Sólo existe como filosofía de los racistas. Pero yo no soy racista, soy también víctima de ese odio irracional.
      Esa sensación empecé a tenerla cuando aún estudiaba en el colegio, cuando aún era un niño que no sabía lo que era odiar. El caso es que en el colegio teníamos una maestra bastante gorda, nos impartía clases de matemáticas. Era una tía muy dura y mala persona. Nos castigaba, nos daba palizas sin tener el mínimo sentimiento de piedad, y para colmo nos amenazaba con castigarnos duramente si alguien se atreviese a contarle a su familia algo de lo que sucedía en la clase. Como yo tenía mala memoria, me era difícil aprender las reglas y la tabla de multiplicar, además, se me olvidaba todo al estar frente a ella de modo que yo era el más castigado, siempre salía molido, era el más desafortunado, no digo de la clase sino de todo el colegio. A decir verdad yo la veía como un gigante, una bruja. Odiaba ir al colegio, odiaba las matemáticas y llegué a odiar a las damas gordas por culpa de aquella maestra.
      Durante años intenté deshacerme de ese odio y desmontarlo, pero nunca pude superar esa sensación de rencor que se despertaba en mí cada vez que me encontraba con mujeres gordas. Es casi imposible que una obsesión tan profunda como la que tenía con respecto a las gordas no la hubiese manifestado. Todo esto es clarísimo, pero ¿quién va a creer en los argumentos de un hombre que detesta a las mujeres gordas? Hay todavía algunos argumentos de cuyo índole personal, que no vale la pena que yo escriba, pues cada individuo tiene su compleja obsesión imborrable que perturba su vida normal, lo que demuestra que el ser humano a veces se convierte en un ser irracional cuando se deja llevar por las sensaciones  imperiosas e incontrolables.
      En fin, dejémonos de obsesiones y volvamos al hospital donde guardo la cama porque Sara ya había llegado, me trajo un libro cuyo título “El museo de la inocencia” de un escritor turco…


viernes, 25 de noviembre de 2011


La lucha contra el vagabundo

      Habíamos acordado a las cuatro y media en un café un poco lejos del muelle. Era una tarde muy particular, el sol había empezado a desaparecer tras las nubes dejando sus últimos rayos que se divisaban detrás del horizonte. Sara estaba de excelente humor, y tenía ganas de platicar incesantemente acerca de sus tareas, sus glorias y  sus planes futuros, hablaba con jactancia como cualquier joven que soñaba con conseguirlo todo. Utilizaba un vocabulario tan amplio que me producía admiración y curiosidad, se expresaba con un lenguaje cautiverio, no estaría exagerando si dijese que me había cautivado, sobre todo sus miradas. Comprendí de pronto que Dios dio a las mujeres unas cualidades especiales de las que carecen los hombres. Pero esto no significa que sean superiores, ni lo contrario. Entre un hombre y  una mujer hay una relación de complementariedad; cada uno es como es y no tiene que ser de otra manera,  y bastemos de filosofar.

      Sara hizo girar la taza de café entre las manos mientras el vapor le subía hasta el rostro, la bufanda azul que llevaba en el cuello le daba un carácter angelical; muy agradable de contemplar. Me llamó la atención que fuera tan hermosa, atractiva y  me sorprendió que no me hubiese dado cuenta antes de ello.

      Sara me había hecho ciertas preguntas acerca de mi biografía, le dije que mi padre era profesor de filología y literatura, descendía de una familia siria que vino a instalarse en la costa del mediterráneo en el siglo XVII. Sucedió que habían llegado tres hermanos sirios al norte de África, en aquella época no había la ley de las fronteras que podría limitar el desplazamiento de los individuos. Las gentes salían de Damasco (Medio oriente) pasando por Líbano, Egipto, Libia, Túnez, hasta Argelia; (tierra donde estuvo encarcelado Miguel de Cervantes) sin que nadie les detuviese para preguntarles adónde iban, ni pedirles pasaporte cosa que aún no existía en aquel entonces. Uno de estos tres hermanos bajó al sur, el otro  estuvo un poco tiempo aquí luego volvió a Damasco, y el último decidió quedarse definitivamente en Tetuán. ¿De modo que tú desciende de éste que posiblemente le encantó el clima, el ambiente y las mujeres? Me interrumpió Sara con una sonrisa que iluminaba sus mejillas como agua cristalina. –Sí, le contesté.

      El hombre por naturaleza es curioso y ambicioso, siempre aspira descubrir todo lo que desconoce, por eso no veo que la llegada de mi difunto a esta tierra fuese por casualidad, (como suelen explicar los historiadores en las crónicas). Te diré que no creo en la casualidad, ni tampoco en la coincidencia; dos términos que no existen en mi diccionario. ¡Vamos, Veamos el caso nuestro! Tú y yo nos conocimos en el tren, y ahora nos encontramos de nuevo en esta cafetería, a esta hora, el veinte dos de febrero, invierno. ¿Crees que todo eso es casualidad o sea coincidencia?  Sara quedó asombrada, vacilante, pero alegre, me escuchaba atentamente y no supo qué contestar. –Pues no, le dije,  -sencillamente es cosa del  destino,  añadí.

      De pronto entró un hombre a la cafetería y lo vi dirigiéndose hacia nuestra mesa. Era moreno y pecoso, de nariz aguileña, cuyos ojos amenazantes. Su cara era de pirata, muy seria y nerviosa, su aspecto era inquietante. Apenas había siete personas que ocupaban mesas en el fondo de la cafetería, Sara y yo éramos la única pareja que estaba allí. Pues llegó hasta nuestra mesa, miraba directamente a los ojos de Sara por unos momentos, luego sacó de su bolsillo una pulsera de oro blanco y se la tendió a Sara. A mí me había ignorado definitivamente, supuse que me había tomado por invisible. Para colmo, mientras exponía a Sara el artículo, echaba fugaces miradas de soslayo como si le persiguiese la policía. El caso es que quería vender esa joya que posiblemente haya sido robada. No se limitaba a explicarle solamente el artículo, intentaba convencer a Sara de que lo comprase. Enseguida comprendí que era adicto a las drogas, ladrón y quería conseguir el dinero de cualquier manera. A continuación, vi que el rostro de Sara se puso pálido, asustado. Sin darme cuenta me levanté y le dije caballerosamente que se largase, me miró pero no me hizo caso. – ¿es que no entiende lo que digo? Lárguese de aquí por favor, le  dije. Hay una categoría de gente que no entiende con palabras, y el tío era de ese tipo. Acto seguido, lo arrastré violentamente con mis manos, el vagabundo se vio lanzado al suelo a unos dos metros de nuestra mesa, metió la mano en el interior de su americana cuyo color parecía desgastado por el sol y la humedad del océano atlántico. Estaba claro que no sacaría ningún otro artículo o joya para vendérmela. En las guerras las actividades comerciales se paralizan y todos recurren a las armas, pues el vagabundo y yo estábamos  en estado de guerra, de modo que en ese momento ya no se trataba de artículos o joyas porque la cosa ya se había jodido. Efectivamente, sacó una navaja larga de doble filo y se dispuso a atacar. Sara dio un grito que estuvo a punto de desmayarse, y su corazón latía como un martillo en el pecho.

      Don Quijote salía buscando empresas de batir, andaba buscando con quien luchar, cosa que indudablemente le convenía porque era hidalgo,  pero yo no soy hidalgo ni busco contiendas. Siempre he sido partidario de la paz y en contra de la guerra, nunca se me había pasado por la cabeza hacer daño o acometer algún agravio a la gente. Por desgracia, se dio el caso y no tenía más remedio que luchar contra aquel vagabundo de cuya táctica no sabia absolutamente nada. Me veía obligado a luchar por mi dignidad, por mi libertad que fue agredida, luchar como un buen ciudadano que sufrió el agravio de la falta de respeto en medio de la ciudad, en un lugar público. Tenía las mil y una razones para luchar contra aquel vagabundo armado.

      En la cafetería había un tremendo silencio, el espectáculo era frío y encapotado. Todos los que estaban presentes se habían puesto atentos esperaban a que sucediese algo. A decir verdad yo no tenía miedo, en ese momento pensé únicamente aplicar la teoría de quien ataca primero vence. Bruscamente me lancé sobre él, y le pegué un puñetazo en la cara intentando quitarle la navaja, como yo estaba en mala posición entonces me la hundió por el brazo. Sentí escalofríos por todo el cuerpo y un dolor violento en mi brazo. Sara empezó a gritar y llorar desesperadamente. El vagabundo escapó fuera de la cafetería amenazando con la navaja a que le abriesen el paso y echó a correr hacia el sur de la ciudad. Sara sollozaba pidiendo a los espectadores que llamasen a la ambulancia, mientras me vendaba el brazo con su bufanda azul celeste. Vi mi sangre cómo manaba de mi brazo y corría por el suelo.

      No me di cuenta cuando me metieron en el coche y me llevaron al hospital, quedé rendido. Cuando abrí mis ojos, me hallé rodeado de dos enfermeras; una flaca de ojos oscuros, se parecía a la esposa del chivato del barrio, y la otra un poco gorda pero hermosa como mi amiga Itsel. Comprendí  que estaba en el hospital y sentí que mi brazo ardía. Estaba mirando a la enfermera que me cambiaba la venda, se parecía bastante a Itsel, procuré preguntarle sobre su nombre para asegurarme de que no era ella. Fue cuando se abrió la puerta, entró Sara con una rama de flores, yo no sabía si eran silvestres o orquídeas. Me regaló una sonrisa y pasó su mano por mi frente, sentí contento y le susurré que en la vida, muchas veces, no se sabe si es uno el que empuja los acontecimientos o si son los acontecimientos los que le arrastran a uno. Era una frase que había leído en un libro.

jueves, 17 de noviembre de 2011


Ismael Bellí y el cementerio de los libros
     
      Permanecí inmutable, sorprendido, boquiabierto por unos momentos, observando el sitio fabuloso donde me encontraba. No era lo que se dice una biblioteca, era un cementerio de libros. He frecuentado muchas bibliotecas, pero nunca había visto alguna semejante a ésa que poseía Ismael Bellí. Era  difícil hacer una aproximación de la cantidad de los libros de los cuales constaba ese cementerio.

      Me había acordado de Sara, y deseé con toda mi alma que le hubiese invitado a acompañarme para descubrir juntos la existencia de ese lugar tan misterioso. Pensé llamarle para que viniese, pero no tenía su teléfono, además, ella debió de estar dormida, me dije.

      A través de la ventana se veía pasar sombras opacas con una rapidez de sueño. Adentro, en el cementerio de libros, había poca luz, el ambiente inspiraba tristeza, angustia, sufrimiento y una inmensa fatiga de vivir. Todo indicaba la vejez, el abatimiento y la muerte.  Ismael había encendido su chimenea, envuelto en un abrigo negro, era un viejo pálido y extenuado, su mirada fría parecía no ver lo que miraba, sonreía con amarga tristeza, su aspecto respiraba decaimiento y el cansancio de los años. Una inmensa angustia se leía en su rostro y sus movimientos manifestaban una incomprensible esperanza.

      Había muchos libros esparcidos en el suelo, cogí un libro, era de Galdós, cuyo título era “la sombra” quité con la mano el polvo de siglos que llenaba la portada y  contraportada del libro. Ismael vivía solo en ese cementerio, seguro que no vivía ninguna mujer con él. El polvo es testigo de la soledad, y la soledad es la suerte de los espíritus excelentes, pero es terrible para un anciano. Me tendió una caza de café, y se  sentó en un sofá cerca de la chimenea, calentaba su cuerpo enflaquecido. Le pregunté si había leído todos esos libros, me contestó que sí. Me quedé asombrado, y pensé en ese momento que este viejo se había pasado la vida leyendo libros y no hacía otra cosa. Me dijo con un tono de fatiga y angustia que en otras épocas la gente leía mucho, había una preocupación literaria, era una preocupación de un medio bastante restringido. Los escritores vendían miles y miles ejemplares de cada nueva obra que se publicaba.
-Hoy los escritores, digo si hay buenos escritores, son desconocidos. En parte, la culpa es de la prensa (el demonio del cuarto poder). Los periodistas se volvieron comerciantes, ya no tienen preocupación literaria como antes, por lo tanto la fama de los escritores no trasciende. Esto significa que el oficio de escribir libros conoce una tremenda decadencia, y no puede subsistir en este país si la cosa sigue así. Tomó un sorbo de café, viendo cómo subían en el aire los espirales del humo de su pipa y añadió-Los periodistas siempre están dispuestos a participar en el juego político, olvidándose del papel que normalmente deberían desempeñar, y así los escritores no podrían ganar dinero. Y el colmo es que con este sistema político (el capitalismo) nos habían enseñado a ser más consumidores que productivos. Cuanto mayor fuera nuestro consumo, tanto más se beneficiarían de ello los empresarios y los políticos. No estoy en contra del espíritu burgués, pero tampoco a favor de que se domine a la población.
-¿Usted cree que eso es difícil de modificar? ¿Como se va a arreglar el problema?-pregunté yo. Creo que por ahora, de ninguna manera, es como las empresas que se imaginaba Don Quijote-siguió diciendo Ismael-Tendría que cambiar las ideas políticas y económicas para cambiar la sociedad. Mientras no haya cambio hacia la veracidad, cosa que de momento no se ve posible, la transformación no se puede realizar.
      Su comentario sobre ese tema me produjo una inexplicable melancolía, pero sus argumentos eran razonables, y yo estaba totalmente de acuerdo con él. Sin embargo esta razón no es del todo convincente para el medio social. Hubo un momento de silencio, entonces yo empecé a tomar serios sorbos de café contemplando a través de la ventana el tráfico del pueblo y las casas adosadas. Soplaba un viento cortante, estábamos a tres bajo cero, el mal tiempo mantenía las calles momentáneamente desiertas.
     
      En un determinado momento miró  su reloj de pulsera, se levantó y me dijo-Bueno chaval, ¡me disculpas! Voy a tener una visita, si no te importa vuelve mañana. La verdad es que me dejó abochornado. Aún no estaba preparado anímicamente para marcharme de aquel cementerio de libros, pero comprendí  que habíamos pasado tiempo platicando, y que ya había llegado el momento de largarme de allí. Dimos un apretón de manos como viejos amigos y después me acompañó hasta la puerta...........(suite)




sábado, 5 de noviembre de 2011

La voz de Sara
Su voz era como abrazarla
                                                                         Cesare Pavese

Me exasperan las mujeres que hablan mucho, que no se cansan de tanto hablar. Pero en esa ocasión, mientras Sara me hablaba del dueño de la biblioteca, deseé que no parase de hablar. Tenía una voz realmente muy tierna, suave y dulce. Yo no estaba oyendo a nadie más que a Sara, reconozco que me gustaba escucharla, y si he de ser sincero, hubiese deseado grabar aquella primera conversación que tuvimos.
     
      Recuerdo una vez mi amigo Farfán me había dicho que la causa principal de la apreciación de los cuadros de pintura, era la firma del autor, y no era el cuadro en sí. Ahora me doy cuenta de que la voz de Sara yo la había firmado y apreciado a la vez, por lo que me hace estar convencido de que el juicio estético no es falaz.
    
       Eran las siete y cuarto cuando llegamos a Tánger, estaba lloviendo de una manera agradable y hacía un frío horrible. Salimos de la estación, aún estaba amaneciendo, a medida que nos acercábamos Sara y  yo a una tienda donde vendían periódicos un aire fresco nos azotaba la cara. A lo lejos la punta del muelle aparecía muy azul, las gaviotas volaban muy cerca de la superficie del mediterráneo acompañando los barcos de pesca, las calles de Tánger manifestaban un aspecto muy pintoresco. Bueno, para un poeta, un compositor de música,  un artista, esta ciudad es una fuente de inspiración, es un espacio estimulante para la creación, en general, es una ciudad admirable. Sin embargo, precisamente, en ese momento yo no necesitaba todo ese espectáculo hermoso para que me  estimulase los sentimientos, tenía a Sara a mi lado y eso me bastaba. Nos caminábamos codo a codo, ella hablaba, yo callado. Os repito por segunda vez que me gusta oír su voz, me fascina demasiado, o a lo mejor me enamoré de su voz, Sí, ¿por qué no? A decir verdad, oír su voz era un espectáculo tres veces hermoso que el ambiente de Tánger.

      Sara me había invitado a desayunar juntos en una cafetería en el muelle, justo cuando atravesamos la plaza mayor,-asentí sonriendo sin decir nada, y me alegré mucho porque iba a estar más tiempo oyendo a Sara, sí, sólo a Sara. Antes de entrar en la cafetería “la estrella del mar” ése creo era su nombre, me quedé unos momentos contemplando la costa, los marineros, los barcos, la tranquilidad del mar; todo eso formaba una escena maravillosa. Cuando volteé para ver a Sara, la vi dentro observándome, Ya había ocupado una mesa que exhibía un blanquísimo mantel. Sara pidió un zumo de naranja y un cruasán de chocolate chiquitito, y a mí le dije al camarero que me sirviese café con leche, tostada con mermelada y un cruasán relleno de quiso con laminas de almendra por encima. Yo tenía hambre porque durante el viaje no había comido nada. El desayuno resultó ideal, fue muy rápido, quizá yo no sentí el tiempo. Mientras  desayunábamos Sara me había contado ciertos episodios de su infancia, su teoría sobre la vida y su éxito en el trabajo. Me ha aparecido muy afortunada, claro, omitió cosas que se podían haber contado, la verdad yo quería hacerle muchas preguntas en ese momento, luego pensé que no era oportuno.

      A las nueve y media, Sara me dijo que necesitaba descansar unas horas antes de empezar su tarea. –sí, claro le dije, entonces pagué y salimos a buscar algún hotel cerca. Fuera el viento muy fuerte, había empezado a nevar, el mediterráneo tuvo un carácter violento, mucha mar, los barcos se balanceaban de un modo terrible, las olas se levantaban altas golpeándose con las rocas, Le susurré a Sara- ya saldrá el sol y se calmará el mar. Ella me observó con una sonrisa muy agradable. Apenas nos caminamos unos cincuenta metros, encontramos un hotel donde se instaló Sara y  yo me fue a buscar la casa del hombre que vendía su biblioteca.

      Ismael Bellí era un viejo judío con aspecto clásico, hablaba despacito, tenía una casa muy bonita que daba al mar, la había construido él mismo  en los años setenta, cuando aún todo era barato y no costaba nada, ni para construir un castillo. En los años setenta la gente era modesta, se contentaba con las mínimas cosas y comodidades para subsistir, pero contenta, había mucha tierra abandonada, y eran pocos los que aspiraban ser propietarios. La gente era generosa, tolerante, caritativa, prueba de ello es que hace un par de años mi abuela materna me había contado que en los años sesenta, un alcalde de un pueblo era amigo de mi difunto abuelo, ése le propuso que se hiciese dueño de un terreno bastante grande, casi más de cinco kilómetros cuadrados. Desgraciadamente, ¡mi abuelo que en paz descanse! Le había contestado literalmente “hombree…qué voy a hacer con ese terreno” que no le interesaba. ¿Es una estupidez, no? Pero en aquella época no era una idea estúpida. A mi perecer, la única explicación posible es que la vida era sencilla, no como ahora, todos deseamos fanáticamente tener mucho, todos pensamos igual cuando se trata de poseer, tener o ser dueño de algo. ¡Dios!, esto muestra hasta qué punto somos materialistas y egoístas, sí, somos absolutamente egoístas. En realidad me siento tremendamente irritado cando me pongo a reflexionar sobre esas malditas cosas de ese tipo.

      Bueno, llamé a la puerta tres veces y nadie me había contestado, la casa aparecía abandonada, pensé que no había nadie. Cuando ya me iba a marchar se abrió la puerta, y apareció ante mis ojos Ismael Bellí. Me preguntó si venía por la biblioteca, no le dejé terminar, -Sí, le interrumpí, -entonces pasa, me rogó. Entramos, abrí mis ojos y me encontré en un cementerio de los libros.  ………(suite)

sábado, 29 de octubre de 2011


Sara y Don Bartoche

-¿De hecho vas a Tánger por la biblioteca que vende Ismael Bellí? Preguntó Sara con una voz tierna y serena. Don Bartoche la miró con una media sonrisa que no significaba nada, y dio un trago con detenimiento a la botella de agua mineral, luego sonrió abiertamente tensando casi todos los músculos de su cara, digo casi, por falta de seguridad de que veinticuatro músculos de su cara, todos se hayan puesto tensos. Por fin, contestó –sí. Don Bartoche sabía que la chica había oído todo lo que decía a su amigo farfán por teléfono móvil, y no era necesario preguntarle cómo lo supo.
-¿Eres profesor no? Volvió a preguntar Sara insistiendo en entablar una conversación para romper el silencio que se extendía en el compartimento del tren. Don Bartoche tardó en contestar, luego,  dijo procurando que su tono fuera lento.-Los profesores ya no leen, soy viajero.
         Don bartoche no era de las personas que hablaban clara y abiertamente, siempre se tomaba tiempo para pensar y repensar antes de responder cuando le hacían preguntas sobre su persona o sobre cualquier cosa. Sara guardó silencio, supongo que debió de entender que se encontraba con un extraño hombre, cínico y amargado. La verdad es que la impresión que le había  causado su respuesta no era óptima, y eso despertó en ella la curiosidad de analizar prematuramente a un hombre del que no sabía absolutamente nada, y con el que apenas había intercambiado unas palabras durante una conversación que apenas había empezado entre ambos en aquel vagón de segunda clase de aquel tren.
         Don Bartoche levantó las solapas de su abrigo intentando cubrirse el cuello hasta las orejas, porque un aire frío intenso ya había empezado a notarse dentro. Ha recordado que Sara había mencionado el nombre del  dueño de la supuesta biblioteca, Por lo que le hizo salir de su habitual mutis.
-Perdón, ¿conoces a este hombre que vende su biblioteca? Preguntó Don Bartoche curiosamente.
-Sí, lo conozco personalmente. Soy periodista y esto me posibilita conocer a mucha gente, claro, en eventos sociales, políticos, culturales...etc. Mi trabajo consiste en correr tras las noticias frescas, y por lo mismo hago este viaje a Tánger. Mañana van a inaugurar el nuevo gran puerto marroquí que se erige entre dos naciones y entre dos mares. Un puerto bastante grande donde es posible mover más de ocho millones de contenedores comerciales e industriales. Yo tengo que estar allí para realizar algunas entrevistas con algunos responsables sobre la administración general del puerto, y también a otros que se habían encargado de la construcción de ese puerto. Dijo Sara con una sonrisa que se diseñaba en sus mejillas, no se sabía si era de bondad o de orgullo. Don Bartoche se dio cuenta de que a Sara le gustaba hablar mucho, todos sabemos que a las mujeres les gusta hablar mucho, incluso cuando les van las emociones fuertecillas. Las mujeres consiguen fácilmente amigos por donde quieran, por la simpatía y el buen humor que muestran. Cuando aparecen en tu vida la llenan de alegría y amor, y te brindan su apoyo incondicional, pero son capaces también de hacerte triste, son capaces de enseñarte la otra cara que suele estar oculta.  La verdad es que no es razonable dejarse llevar por las emociones y sentimientos en cualquier momento, y en cualquiera circunstancia, eso es una debilidad emocional, y nunca ha sido una muestra de la fuerza de las emociones, cosa que sucede mucho a los hombres. Uno debe controlarse bien sus emociones para no hacerse ilusiones de cosas que no son tal como se ven,  y luego se pone a lamentar su mala suerte. Bueno, repito que a Sara le gustaba hablar mucho, sin embargo, Don Bartoche no lo veía como una mejor actividad, pero vio que era oportuno pedirle a la chica que le hablase de aquel hombre que pretendía conocerlo en persona.
-¿Si no te importa podrías hablarme un poco del vendedor de la biblioteca, para hacerme la idea de con quien voy a tratar? Preguntó Don Bartoche serenamente.
-Sí, por qué no, replicó Sara mostrando sus perlas blanquísimas que lucían de su boca.
         Había comentado Sara que en noviembre del año pasado, justo, después de la fiesta del cordero, el profesor con el que ella desarrollaba su tesis doctoral, la había invitado a una exposición de las fotografías sobre la arquitectura andalusí que se celebraba en la ciudad (roja)  Marrakech. En una sala   muy grande de cuya pintura fascinante y luces suaves, había profesores, pintores, artesanos, periodistas y gente apasionada a la pintura que asistieron a ese evento. Todos estaban examinando con sus ojos aquellos cuadros que parecían pertenecer a una edad remota. La exposición se centraba en la época de la existencia de los musulmanes en la Península Ibérica  durante la edad media,  a lo largo de ocho siglos. En el fondo de aquella sala de exposición estaba Sara parada ante un cuadro  donde aparecía el castillo del Alhambra, una palabra de origen árabe que significa castillo rojo, fue  adaptada al castellano. Sara se quedó mirando insistentemente el castillo rojo con sus jardines, las puertas, las torres, las murallas que habían dejado los bisabuelos de sus bisabuelos en Granada. Acto seguido, se presentó un hombre viejo y se paró también ante el cuadro, miró unos segundos, murmuró para sí unas palabras  mientras se fijaba en aquel cuadro cuya belleza y armonía de sus colores no querría olvidar. Entonces el viejo se retiró y Sara no pudo descifrar el enunciado que había pronunciado él. No lo conocía, y tampoco le importaba lo que dijo, debió de haberse dicho Sara para sí. Después de haber dado una vuelta por la sala grande de la exposición, vio a este viejo junto a su profesor conversando, entonces, se acercó y tomó parte en la conversación. Fue cuando su profesor se lo había presentado a ella, dijo que se llama Ismael Bellí, un catedrático que se había jubilado hace diecisiete años. Era bajito, bien parecido, llevaba una boina de color gris y unos lentes con un diseño clásico, vestido con ropa invernal, debió de tener unos setenta y siete años. Parecía culto, sabio amable, y de buena gente.
         Don Bartoche se notaba conmovido por todos los detalles que le había contado Sara sobre el viejo. A decir verdad, los modales y los gestos de Sara mientras hablaba, era tremendamente adorable, una preciosidad, no era lo que se dice guapa, era sumamente encantadora e inteligente.
         Esa emoción provocada, le causó a Don Bartoche una enorme sorpresa que le ha arruinado totalmente el dominio de sí mismo y de su sentimentalismo………… (Suite)
   
       


domingo, 23 de octubre de 2011


La intervención de Don Bartoche en la conferencia

         Don Bartoche afirmó que él no estaba a favor de la educación democrática, porque los hijos aún no conocen lo que es la democracia. Esto es un punto ya cerrado. A lo que voy, la educación no debe ser una palabra con la que abrimos infinitos discursos que al fin y al cabo seguimos igual, sin ver resultados concretos. Dijo Don bartoche, lo que quiero decir, y en breve os lo diré, la educación es prácticamente cultivar en los hijos valores, principios, virtudes, ética y el respeto. Todas esas cosas forman un parámetro con el cual los hijos pueden distinguir lo bueno de lo malo, lo que está bien de lo que está mal, y explicarles ¿por qué está bien lo que está bien y por qué está mal lo que está mal?
          Por desgracia esta generación, y me refiero a los hijos, a mí me parece que están absolutamente mal orientados. ¿De quién es la culpa? Es de los padres, ¿por qué? Simplemente es porque los padres son irresponsables por excelencia, claro, hay excepciones que es una minoría, y lamento no poder referirme a ella. Decía Don Bartoche, los padres no se preocupan por el futuro de la sociedad, no se preocupan por preparar una buena generación que pueda ser capaz de asumir las grandes responsabilidades en el futuro cuando ya sea mayor. Lo que ocurre es un desastre, es peligroso, porque genera la barbaridad en la sociedad, genera odio, violencia, crímenes y todos tipos de conflictos. Don Bartoche mientras hablaba parecía extremadamente pesimista. En todo caso el saber no es suficiente, hay que aplicarlo. Hablar cincuenta mil veces  de la educación sin aplicarla a los hijos no conduce a ninguna parte. A la  barbaridad y chulería sí que conduciría seguro. La educación como palabra de nueve letras no nos importa, lo que realmente importa de verdad es ver la educación en los comportamientos y en la conducta de los hijos. Con esto terminó Don Bartoche su intervención con una cara llena de pesimismo.
     
         Todos los presentes estaban emocionados y asombrados por lo que decía, y la manera de expresarse Don Bartoche. Según las caras, supongo que todos se preguntaban ¿quién es este hombre que nos recuerda de la dura realidad de la que siempre intentamos olvidarnos? De nuevo el silencio volvió a reinar en la sala, y sólo se oía el eco de respiros del público.


       Eran casi las 12:00 cuando el moderador tomó la palabra y cerró definitivamente la conferencia.








sábado, 22 de octubre de 2011


El solitario viajero
      Don Bartoche entró en la casa de su amigo Farfán, y luego en su cuarto; tomó un saco de viaje donde puso furiosamente unos cuantos libros que estaban sobre la mesa y unos trapos, y salió cabizbajo. Tomó el camino de la estación, una calma profunda envolvía la ciudad de Meknes, la luna brillaba en el cielo, una niebla azul se levantaba sobre la tierra húmeda, y en el silencio de la noche apacible, sólo se oía el estruendo de la lluvia en batalla con el viento.
      Pronto vio Don Bartoche a lo lejos brillar entre la bruma un foco eléctrico. Era de la estación. Estaba desierta, entró en una sala medio oscura. A continuación, se había dirigido hacia una ventanilla donde se veía en el fondo un hombre tendido sobre un sofá dormido roncando profundamente. Se ha detenido ante la ventanilla suponiendo que ese tipo llevaba dos días sin dormir. La vida a veces es dura, pero cuanto más dura, más enseña. Uno podría aprender mucho, para poder saber ajustar bien las velas que corren el riesgo de ser arrancadas por el viento y las tormentas repentinas. Metió la mano en el bolsillo y sacó una moneda con la que tocó en la ventanilla de cristal, enseguida se despertó el tipo asustado,  qué pasa-dijo, nada, quiero conseguir un billete a Tánger contestó Don Bartoche.
      -Ya sale, dijo el tipo detrás de la ventanilla.
      -Chokran (Gracias), dijo Don Bartoche mirando un cuadro de unas aleyas del Corán, colocado en la pared.
      Apenas pasaron unos minutos, se oyó el timbre anunciando la salida del tren de la estación inmediata; poco después, un lejano silbido. El tren avanzó en línea recta evolucionando la velocidad, Don Bartoche subió a un vagón de segunda clase. Echó a andar el tren por el campo como si tuviera miedo de no llegar. A la media hora se detuvo en Sidi Kasim, una pequeña estación desierta, lluvía a chorros, uno de los viajeros cogió su equipaje y saltó de un vagón que pertenece a la primera clase donde obviamente no estaba Don Bartoche. El tren, Inmediatamente, siguió su marcha. La noche estaba fría; la luna se había ocultado tras del lejano horizonte, y las estrellas temblaban en el alto cielo.
      Don Bartoche, sentado al lado de la ventana mirando lo que alcanzaba su vista, todo se convirtió ante sus ojos en viajeros, árboles, campos, faroles, ríos. En el vagón había una joven que debió de tener veinticinco años, rubia, esbelta, ojos verdes y unos labios chiquitos pero muy rojos, estuvo tecleando en el lapto que tenía puesto sobre sus piernas, por lo visto, la chica estaba muy distraída por su tarea ignorando absolutamente todo lo que existía a su alrededor.
       Acto seguido, Don Bartoche, abrió su saco, sacó tres libros cuyos títulos "Historia de los personajes misterios y de sociedades secretas", " Ce que Nous sommes" de Jan-Guy Talamoni, " La última respuesta" de Alex Rovira. Miró unos instantes los tres textos, volvió a abrir el saco e introdujo dos y se quedó con " La última respuesta", luego, haciendo un esfuerzo se ha acomodado y empezó a leer. Fue justo cuando la chica rubia, debió de haberse dado cuenta de los movimientos de alguien que existe por ahí, lanzó una mirada a Don Bartoche, cuando él ya había iniciado su lectura poniendo toda su atención en el texto. La joven volvió a teclear, pero esta vez lo hizo intentando no producir ruido. Para Don Bartoche, la lectura era una tonificación de la voluntad.

                                                                         II
      Reconfortado su espíritu con la lectura, puso un marcador rojo en la página donde había cesado su lectura, cerró el libro de golpe. Don bartoche se acomodó en el angosto asiento con un vivo gesto de dolor y respiró abdominalmente en dos tiempos. Fue en ese mismo momento cuando entró un hombre alto, negro y gordo. Muy buenas noches, los billetes por favor, dijo. La joven contestó: buenas noches y  se lo tendió amablemente. Don bartoche aún inspeccionaba su bolsillo murmurando dónde había metido el billete del tren cuando la chica ya había cerrado su lapto y miró a reojo hacia Don Bartoche. Se despidió el hombre alto, y salió meneando la cabeza hacia abajo para no golpearla con el umbral el de arriba de la puerta.
      Eran las tres y media de la madrugada, y el tren normalmente llega a Tánger sobre las 7, y cuando tarda, pues a  las 7:23 AM. Entonces todavía falta tiempo, pero a decir verdad, en los trenes el tiempo no existe, el futuro tampoco. Los trenes inspiran muchas cosas, viajeros, soledad, exilio, pero sólo los que están acostumbrados a contemplar, a meditar, pueden darse cuenta de lo que es el tiempo. Toda la gente habla del futuro, el  futuro, el futuro, ¿qué demonio?, ¿acaso no se contentan con el presente? ¿ Acaso el presente no se cuenta como tiempo, o sea que la gente no sabe que el presente es más importante que ese coño futuro?. Todo se ve complicado en el siglo XXI, pero ¿quién es el culpable de complicar la vida de la gente? ¿Acaso no es la gente misma? Seguro nadie quiere asumir la responsabilidad de sus actos, y por eso la gente siempre busca a quien echar la culpa de los  malos resultados, malas experiencias, eniquívocas decisiones y fracaso. Hay muchas preguntas que no tienen respuestas, son estupideces, es una ciencia de idiotizar, idiotizarse digo, porque no encuentro otro verbo que adecúa al caso. En todo caso, de eso hablaré en otra ocasión.
    
      Don Bartoche tiene la nariz corta, ojos azules, iluminados, grandes, el perfil recto y la barbilla muy fina, lo que le da un aspecto de dominio y de tesón, se peina de un modo clásico, y eso le contribuye a darle un aire más imperioso. Su rostro inspira un sentimiento trágico, de inseguridad, de mal humor. Cuando habla su expresión es una mezcla de bondad, de amargura y de timidez que despierta una profunda simpatía, su risa le ilumina el rostro, pero a veces sus labios se contraen de una manera tan sarcástica que su sonrisa entonces parece penetrar como la hoja de un cuchillo.
      Aquella cara tan expresiva, en donde se transparenta unas veces la ironía y la gracia, otras como un sufrimiento lánguido, contenido, produce a la larga un deseo vehemente de saber qué piensa dentro de aquella cabeza voluntaria.
      -¿A Tánger? Preguntó la chica.
      -sí, ¿y tú? le devolvió la pregunta Don bartoche.
      -sí, también, dijo la chica con una sonrisa de bondad. El monosílabo “sí”, salía de sus labios con un tono suave, muy femenino.
      -bien, ¡ojalá llegue a tiempo y no tarde! dijo Don bartoche, mirando en su reloj e ignorando la presencia de aquella chica que parece tener todos los encantos como para ser coqueteada a primera vista.
      De nuevo, sonrió la chica sorprendida por el carácter y la respuesta de Don bartoche. Fue justo cuando sonó el teléfono de Don bartoche, un sonido muy extraño (miii móvil eeestá sonandooo, entre toniiitotoniiito, y yo me voy acercando, no se descuelgue soniiiiido, pero mira cómo suena...) era la voz de un payaso que sonaba. Don bartoche, vio que la chica sonreía sin saber el porqué. Sacó un LG, no era de la tercera generación, para él siempre los teléfonos sirven sólo para llamadas y enviar mensajes, otra cosa no.
      -sí, contestó.
      -¿Hombre dónde estás? desde que llegué a la casa  te estaba llamando, y me contestaba el operador que tu teléfono... fuera de Área, ¿dónde te has metido amigo del alma?, preguntaba Farfán con un tono caballeresco, gentil.
      -Te había dejado una carta sobre la mesa explicándote todo, ¿no la has visto? Bueno, digo, que recibí una llamada en la que me habían comentado que alguien en Tánger vende su biblioteca que consta más de 17 mil libros. Ya sabes amigo, no me gusta perderme esa ocasión y así no me queda de otra más que salir en el tren de las 00:00 para poder llegar temprano y averiguar el asunto.
      -Estás loco amigo del alma, dijo farfán en buen sentido. Siguió farfán, pero me hubieses llamado para ir juntos.
      -La verdad sabía que estabas ocupadísimo con tus tareas de traducción, además, según mi conocimiento el miércoles impartes clases a primera hora, por eso no quise...ya sabes que....
      -OK. Bueno, suerte amigo del alma, más tarde te llamo a ver cómo va esto de la biblioteca....!abrazos! dijo Farfán.
      -¡bendiciones!! Pronunció Don bartoche, mirando desde la ventana un pueblo lejos que iba desapareciendo con la velocidad del tren.
      Acto seguido, Don Bartoche, volvió a meter el teléfono en el bolsillo, fue, cuando se dio cuenta de que la chica rubia que estaba sentada delante de él ya  desapareció y que se había quedado solo en el compartimento.  A lo mejor había ido al servicio, pensó.
      Don bartoche solía viajar solo, pensaba solo, meditaba solo, metía la patas solo, se acostaba solo, leía solo, escribía solo, se despertaba temprano solo, paseaba solo, se las arreglaba solo. Siempre contestaba a los que se oponían a su soledad pronunciándoles sus célebres argumentos “nací solo, viviré mi destino que me corresponde solo, asumiré la responsabilidad de mis actos solo, no quiero echar la culpa a nadie por mis errores. No quiero romper los sueños a nadie. Además, “vale más estar solo que mal acompañado”. Para la gente, don bartoche nunca se deja a conocer, es un tipo estrambótico, extraño.
      Desde el pasillo del vagón, se oyó el ruido de unos tacones acercando al compartimento donde estaba Don Bartoche, se abrió la puerta y fue la chica, volvió........... (Suite)


                                                                              III


21/10/2011


     Hace un par de días asistimos Farfán y yo a una conferencia en la que se iba a exponer el tema de la educación. A las 09:30am estábamos en la sala de conferencias, ocupando las primeras sillas que suelen ser cómodas. El espectáculo en aquella sala inspiraba a como si estuviésemos en un funeral de algún profesor muy conocido, digo esto, porque justo después de haberse iniciado la conferencia, miré hacia atrás intentando reconocer las caras de los presentes, entonces vi que ninguno sonreía. ¿Qué pasa, por qué están así? Me dije.
     
      Realmente no comprendí absolutamente nada de lo que sucedía. Volví la mirada hacia los conferenciantes poniendo atención a lo que decían. Eran cuatro profesores, de buen aspecto. Uno hablaba de la ética y de vez en cuando citaba una que otra de las frases de Aristóteles.
      Pasados unos veinte minutos, mientras el público estuvo animado por los conceptos, términos, eufemismos, que requieren que uno dedicase horas y horas de estudio para entenderlos como Dios manda. Se abrió la puerta de la sala y entró Don Bartoche. “Éramos pocos y parió la bisabuela”.
      Don Bartoche era el tipo de un crítico inteligente y tranquilo, cosa muy difícil de unirse en un hombre que procura razonar sobre cualquier cosa, en cualquier momento. Ser crítico y tranquilo a la vez me parece una virtud porque requiere bastante paciencia. Sin embargo la inteligencia pura es cualidad igual en todos los hombres. Un físico ruso y un físico francés tienen que hacer un análisis y lo hacen lo mismo, piensan sobre su ciencia y piensan lo mismo, pero salen del laboratorio y ya son distintos: el uno se toma constantemente VODCA, el otro apenas se sirve un vaso de Whisky, ( si acaso lo tiene, sobre todo con la crisis económica), el uno se levanta temprano y el otro tarde, el uno se pasa todo el día en el laboratorio y el otro se da tiempo a sí mismo, para ejercer deporte, leer, salir de viaje. Cada uno es como es y no puede ser de otra manera, pero en el fondo experimentamos todos, la fatalidad de la raza. Uno no sabe por qué es izquierdista, el otro no sabe por qué es derechista o sea EXTREMISTA (aunque no creo en esta palabra, todavía no encaja en mi diccionario) y tampoco saben que siéndolo fomentan el instinto de destrucción. A todos los que se hacen partidarios les pasa lo mismo inconscientemente. Todo eso, es  un resultado de las estúpidas ideologías de los partidos políticos, (yo siempre digo el malestar político así me conviene), es un resultado de la idiotez de aquellos que nunca reflexionan sobre las cosas, ni reaccionan, supongo por ignorancia, y no es que no se tomasen la molestia de reaccionar, es un resultado de la falta de fe, de criterio, de conciencia. Dios, Dios Dios, no me cansaré de decir Dios aunque sea cincuenta mil millones de veces por ese caos, por esa fatalidad absoluta, desorden social. ¡Ojalá llueva piedras pero que sean grandes para acabar con ese caos!, según dijo un desesperado Chaval delincuente en la medina.
      Todos somos hijos de Iva y Adam, somos del mismo planeta, pero unos estúpidos y otros inteligentes, unos positivos y otros negativos, unos comprensivos y otros fanáticos, tercos, unos buenos y otros malos, unos trabajadores y otros perezosos que no hacen más que consumir y nunca se les pasa por la cabeza la idea de ser algún día responsables y producir como Dios manda.
      Bueno aquí quiero dejar ese tema porque sino me encabronaría y abandonaré la conferencia dejando solo a mi amigo Farfán, la verdad no quiero estar de mal humor porque hablar de ese tema me amarga, me pone de mala leche.
      Don Bartoche sacó un folio de su carpeta y se puso a anotar mientras el conferenciante explicaba que la falta de educación genera los conflictos entre padres e hijos, genera falta de respeto que debe ser mutuo entre los seres humanos. Todo empieza con la enseñanza, si tenemos buena enseñanza, todo estará bien. La enseñanza debe transmitir virtudes a los alumnos, la enseñanza no puede organizarse de manera democrática, porque la enseñanza fundamentalmente por definición es jerárquica, es piramidal. Tiene que haber un profesor  investido de autoridad. Donde no hay autoridad surge autoritarismo que es lo contrario de autoridad, por lo tanto la relación de colegueo y amistad entre maestro y alumno no conduce a ninguna parte. A la barbaridad o chulería creo que sí conduciría. A este respecto, ha citado una frase de Chstertón en la que dice “todos los educadores deben ser absolutamente dogmáticos y autoritarios, no puede existir la educación libre porque si dejáis a un niño libre no lo educaréis”. Entonces basta de permisividad, hace falta mano firme, correcta y justa, pero firme. En la actualidad, ya que me gustaría decirlo así a rajatabla, porque veo muchos padres aquí en la sala. “resulta que los padres no saben nada de la conducta de sus hijos, ni a dónde van, o en qué gastan su dinero, ni qué compañas frecuentan. Lo único de lo que están seguros es de que son chicas y chicos de lo más majos, con quererles mucho y defenderles frente a maestros y jueces ya creen haber cumplido su tarea de progenitores. Con esta cita que había sacado de un libro de Fernando Savater concluyó. Yo miré a Farfán que por su partes me había dirigido una mirada como si quisiese comunicarme algo, me dije es la telepatía. Sin embargo Farfán no logró comentármelo porque inmediatamente el moderador activó el megáfono que había tenido a su lado, proporcionó al público que hiciesen preguntas por si acaso había algo que no quedó claro. Cosa que suele suceder en la mayoría de las conferencias.
      Un tremendo silencio reinaba en la sala después de haber callado el moderador. En ese momento se levantó Don Bartoche. El auditorio debió de entusiasmarse, todos se miraron, unos a otros, un poco asombrados, luego todas las miradas se dirigieron hacia Don Bartoche que ya había tomado la palabra……………(Suite)