sábado, 29 de octubre de 2011


Sara y Don Bartoche

-¿De hecho vas a Tánger por la biblioteca que vende Ismael Bellí? Preguntó Sara con una voz tierna y serena. Don Bartoche la miró con una media sonrisa que no significaba nada, y dio un trago con detenimiento a la botella de agua mineral, luego sonrió abiertamente tensando casi todos los músculos de su cara, digo casi, por falta de seguridad de que veinticuatro músculos de su cara, todos se hayan puesto tensos. Por fin, contestó –sí. Don Bartoche sabía que la chica había oído todo lo que decía a su amigo farfán por teléfono móvil, y no era necesario preguntarle cómo lo supo.
-¿Eres profesor no? Volvió a preguntar Sara insistiendo en entablar una conversación para romper el silencio que se extendía en el compartimento del tren. Don Bartoche tardó en contestar, luego,  dijo procurando que su tono fuera lento.-Los profesores ya no leen, soy viajero.
         Don bartoche no era de las personas que hablaban clara y abiertamente, siempre se tomaba tiempo para pensar y repensar antes de responder cuando le hacían preguntas sobre su persona o sobre cualquier cosa. Sara guardó silencio, supongo que debió de entender que se encontraba con un extraño hombre, cínico y amargado. La verdad es que la impresión que le había  causado su respuesta no era óptima, y eso despertó en ella la curiosidad de analizar prematuramente a un hombre del que no sabía absolutamente nada, y con el que apenas había intercambiado unas palabras durante una conversación que apenas había empezado entre ambos en aquel vagón de segunda clase de aquel tren.
         Don Bartoche levantó las solapas de su abrigo intentando cubrirse el cuello hasta las orejas, porque un aire frío intenso ya había empezado a notarse dentro. Ha recordado que Sara había mencionado el nombre del  dueño de la supuesta biblioteca, Por lo que le hizo salir de su habitual mutis.
-Perdón, ¿conoces a este hombre que vende su biblioteca? Preguntó Don Bartoche curiosamente.
-Sí, lo conozco personalmente. Soy periodista y esto me posibilita conocer a mucha gente, claro, en eventos sociales, políticos, culturales...etc. Mi trabajo consiste en correr tras las noticias frescas, y por lo mismo hago este viaje a Tánger. Mañana van a inaugurar el nuevo gran puerto marroquí que se erige entre dos naciones y entre dos mares. Un puerto bastante grande donde es posible mover más de ocho millones de contenedores comerciales e industriales. Yo tengo que estar allí para realizar algunas entrevistas con algunos responsables sobre la administración general del puerto, y también a otros que se habían encargado de la construcción de ese puerto. Dijo Sara con una sonrisa que se diseñaba en sus mejillas, no se sabía si era de bondad o de orgullo. Don Bartoche se dio cuenta de que a Sara le gustaba hablar mucho, todos sabemos que a las mujeres les gusta hablar mucho, incluso cuando les van las emociones fuertecillas. Las mujeres consiguen fácilmente amigos por donde quieran, por la simpatía y el buen humor que muestran. Cuando aparecen en tu vida la llenan de alegría y amor, y te brindan su apoyo incondicional, pero son capaces también de hacerte triste, son capaces de enseñarte la otra cara que suele estar oculta.  La verdad es que no es razonable dejarse llevar por las emociones y sentimientos en cualquier momento, y en cualquiera circunstancia, eso es una debilidad emocional, y nunca ha sido una muestra de la fuerza de las emociones, cosa que sucede mucho a los hombres. Uno debe controlarse bien sus emociones para no hacerse ilusiones de cosas que no son tal como se ven,  y luego se pone a lamentar su mala suerte. Bueno, repito que a Sara le gustaba hablar mucho, sin embargo, Don Bartoche no lo veía como una mejor actividad, pero vio que era oportuno pedirle a la chica que le hablase de aquel hombre que pretendía conocerlo en persona.
-¿Si no te importa podrías hablarme un poco del vendedor de la biblioteca, para hacerme la idea de con quien voy a tratar? Preguntó Don Bartoche serenamente.
-Sí, por qué no, replicó Sara mostrando sus perlas blanquísimas que lucían de su boca.
         Había comentado Sara que en noviembre del año pasado, justo, después de la fiesta del cordero, el profesor con el que ella desarrollaba su tesis doctoral, la había invitado a una exposición de las fotografías sobre la arquitectura andalusí que se celebraba en la ciudad (roja)  Marrakech. En una sala   muy grande de cuya pintura fascinante y luces suaves, había profesores, pintores, artesanos, periodistas y gente apasionada a la pintura que asistieron a ese evento. Todos estaban examinando con sus ojos aquellos cuadros que parecían pertenecer a una edad remota. La exposición se centraba en la época de la existencia de los musulmanes en la Península Ibérica  durante la edad media,  a lo largo de ocho siglos. En el fondo de aquella sala de exposición estaba Sara parada ante un cuadro  donde aparecía el castillo del Alhambra, una palabra de origen árabe que significa castillo rojo, fue  adaptada al castellano. Sara se quedó mirando insistentemente el castillo rojo con sus jardines, las puertas, las torres, las murallas que habían dejado los bisabuelos de sus bisabuelos en Granada. Acto seguido, se presentó un hombre viejo y se paró también ante el cuadro, miró unos segundos, murmuró para sí unas palabras  mientras se fijaba en aquel cuadro cuya belleza y armonía de sus colores no querría olvidar. Entonces el viejo se retiró y Sara no pudo descifrar el enunciado que había pronunciado él. No lo conocía, y tampoco le importaba lo que dijo, debió de haberse dicho Sara para sí. Después de haber dado una vuelta por la sala grande de la exposición, vio a este viejo junto a su profesor conversando, entonces, se acercó y tomó parte en la conversación. Fue cuando su profesor se lo había presentado a ella, dijo que se llama Ismael Bellí, un catedrático que se había jubilado hace diecisiete años. Era bajito, bien parecido, llevaba una boina de color gris y unos lentes con un diseño clásico, vestido con ropa invernal, debió de tener unos setenta y siete años. Parecía culto, sabio amable, y de buena gente.
         Don Bartoche se notaba conmovido por todos los detalles que le había contado Sara sobre el viejo. A decir verdad, los modales y los gestos de Sara mientras hablaba, era tremendamente adorable, una preciosidad, no era lo que se dice guapa, era sumamente encantadora e inteligente.
         Esa emoción provocada, le causó a Don Bartoche una enorme sorpresa que le ha arruinado totalmente el dominio de sí mismo y de su sentimentalismo………… (Suite)
   
       


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