Itinerarios de Abdul
No debí haber llegado
En efecto, el día que
viajó Leila entré en crisis; debo dejar claro que la ausencia de
Leila produjo en mí una melancolía terrible, era como el monte
Everest al que llegaban muy pocos aventureros. No quiero justificar
mi hipersensibilidad, el caso es prácticamente emocional, sin
embargo no es como piensan ustedes. Tal vez se preguntan ¿por qué
diablos cuento esto?, cosa que no me inquietará sabiendo que la
curiosidad corre en la sangre humana. Bueno, nunca llegué y cuando
llegué al aeropuerto el avión ya había despegado. Llegué con
ganas de decirle un montón de cosas que nunca me atreví enunciar,
llegué con ánimos e hipérboles que era inútil sacarlas del vacío.
No debí haber llegado nunca. La idea de una nueva pérdida me
atormentaba, el aeropuerto se convirtió en una isla desconocida.
Quise maldecir el tiempo, el aeropuerto, el avión, maldecir todas
las cosas que formaban parte de aquella conspiración, pero maldecir
no aliviaba mi dolor. El asunto se parecía enormemente a la agonía
que vi en los ojos de mi abuela cuando moría de una forma espantosa.
Qué estrecho es el mundo! Yo aún tenía catorce años, mi abuela
tosiendo y a duras penas respiraba, guardaba cama cerca de una
ventana grande que daba a la calle principal, las ventanas estaban
abiertas de par en par porque el médico decidió que eso era lo
mejor. Esa escena nunca me abandonó a lo largo de otros catorce años
y constantemente se me venía a la mente. Nunca entendí por qué
las cosas se me complicaban a ultimo momento cada vez que quería
llegar, y todos los que aparecían pronto desaparecían de mi vida.
Ya había
empezado a volverme loco cuando elaboré tanto optimismo que no me
sirvió en mis noches de insomnio, En realidad, me producía tanto
pánico y sudor en el cuello recordar cuando estaba en el aeropuerto
con las manos en los bolsillos parado ante el túnel contemplando
tristemente a los pasajeros empujando con dificultad sus maletas, y a
medida que el avión se elevaba sobre gigantescas nubes yo me hundía
en océanos de abismo. Confieso que todavía no sé cómo en poco
tiempo llegué a tomarle cariño aunque la verdad es que me costó
mucho trabajo. Diez menos quince: salí del aeropuerto sin saber a
donde ir, regresar a casa era aun más duro. Diez menos diez: cogí
un taxi, llovía fuerte. Diez menos tres: el taxi paró en el primer
semáforo, bajé el vidrio de la ventana, soplaba un viento muy frío.
Diez y veinte: llegué al centro y entré en un bar, creo era Bushi,
de los modernos pero tranquilo.
Avancé cabizbajo, y avancé más, hubiera continuado avanzando hasta
la trastienda y salir por ahí, pero una voz logró sacarme del
silencio. Terminé sentado en una mesa al fondo, ordené una botella
de whisky y me metí un par de tragos, la acabé rápido y pedí que
me pusieran otra. Pronto el asunto llegó a su clímax, no sé, pero
se me ocurrió infiltrarme de mirón entre las chicas que bailaban, a
ver si encontraba a Leila y rogarle morirme en sus brazos. Fue cuando
empecé a recitar en público versos de Luis
de Góngora, versos
románticos del Quijote,
también recité a gritos unos de Pedro
de Padilla, Luis
Barahona de Soto y Carlos
Boyls. Todos los que
estaban bailando se detuvieron y empezaron a rodearme y escucharme. A
medida que recitaba más me rodeaban. Me embargó una pésima pena
cuando llegué al último romance, y poco a poco se fue
transformando y no pude contener mis lágrimas. Me tiré al suelo y
rompí llorando en medio del bar.
“En
llorar conviertan
Mis ojos, de hoy más,
El sabroso oficio
Del dulce mirar,
Pues que no se pueden
Mejor ocupar,
Yéndose a la guerra
Quien era mi paz”
Mis ojos, de hoy más,
El sabroso oficio
Del dulce mirar,
Pues que no se pueden
Mejor ocupar,
Yéndose a la guerra
Quien era mi paz”
El
público se conmovió tanto, sobre todo las chicas. Vi un mar de
lágrimas brotaba de sus ojos, dos muchachas salieron a recogerme, y
comprendí que aquello tenía que terminar. Francamente eran muy
atractivas, me propusieron trago, dudé, si aceptar o negar, porque
sentía una necesidad impresionante de estar solo y al mismo tiempo de que
alguien supiera que estaba sufriendo. Opté por aceptar y deseé que
ambas fueran Leila por si se marchara una, otra se quedara conmigo.
Con
el último trago me levanté, iba al servicio a pegar una meada pero
por el camino me topé con Farfán.................
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