jueves, 29 de octubre de 2015



Itinerarios de Abdul

No debí haber llegado


         En efecto, el día que viajó Leila entré en crisis; debo dejar claro que la ausencia de Leila produjo en mí una melancolía terrible, era como el monte Everest al que llegaban muy pocos aventureros. No quiero justificar mi hipersensibilidad, el caso es prácticamente emocional, sin embargo no es como piensan ustedes. Tal vez se preguntan ¿por qué diablos cuento esto?, cosa que no me inquietará sabiendo que la curiosidad corre en la sangre humana. Bueno, nunca llegué y cuando llegué al aeropuerto el avión ya había despegado. Llegué con ganas de decirle un montón de cosas que nunca me atreví enunciar, llegué con ánimos e hipérboles que era inútil sacarlas del vacío. No debí haber llegado nunca. La idea de una nueva pérdida me atormentaba, el aeropuerto se convirtió en una isla desconocida. Quise maldecir el tiempo, el aeropuerto, el avión, maldecir todas las cosas que formaban parte de aquella conspiración, pero maldecir no aliviaba mi dolor. El asunto se parecía enormemente a la agonía que vi en los ojos de mi abuela cuando moría de una forma espantosa. Qué estrecho es el mundo! Yo aún tenía catorce años, mi abuela tosiendo y a duras penas respiraba, guardaba cama cerca de una ventana grande que daba a la calle principal, las ventanas estaban abiertas de par en par porque el médico decidió que eso era lo mejor. Esa escena nunca me abandonó a lo largo de otros catorce años y constantemente se me venía a la mente. Nunca entendí por qué las cosas se me complicaban a ultimo momento cada vez que quería llegar, y todos los que aparecían pronto desaparecían de mi vida.

         Ya había empezado a volverme loco cuando elaboré tanto optimismo que no me sirvió en mis noches de insomnio, En realidad, me producía tanto pánico y sudor en el cuello recordar cuando estaba en el aeropuerto con las manos en los bolsillos parado ante el túnel contemplando tristemente a los pasajeros empujando con dificultad sus maletas, y a medida que el avión se elevaba sobre gigantescas nubes yo me hundía en océanos de abismo. Confieso que todavía no sé cómo en poco tiempo llegué a tomarle cariño aunque la verdad es que me costó mucho trabajo. Diez menos quince: salí del aeropuerto sin saber a donde ir, regresar a casa era aun más duro. Diez menos diez: cogí un taxi, llovía fuerte. Diez menos tres: el taxi paró en el primer semáforo, bajé el vidrio de la ventana, soplaba un viento muy frío. Diez y veinte: llegué al centro y entré en un bar, creo era Bushi, de los modernos pero tranquilo. Avancé cabizbajo, y avancé más, hubiera continuado avanzando hasta la trastienda y salir por ahí, pero una voz logró sacarme del silencio. Terminé sentado en una mesa al fondo, ordené una botella de whisky y me metí un par de tragos, la acabé rápido y pedí que me pusieran otra. Pronto el asunto llegó a su clímax, no sé, pero se me ocurrió infiltrarme de mirón entre las chicas que bailaban, a ver si encontraba a Leila y rogarle morirme en sus brazos. Fue cuando empecé a recitar en público versos de Luis de Góngora, versos románticos del Quijote, también recité a gritos unos de Pedro de Padilla, Luis Barahona de Soto y Carlos Boyls. Todos los que estaban bailando se detuvieron y empezaron a rodearme y escucharme. A medida que recitaba más me rodeaban. Me embargó una pésima pena cuando llegué al último romance, y poco a poco se fue transformando y no pude contener mis lágrimas. Me tiré al suelo y rompí llorando en medio del bar.




En llorar conviertan
Mis ojos, de hoy más,
El sabroso oficio
Del dulce mirar,
Pues que no se pueden
Mejor ocupar,
Yéndose a la guerra
Quien era mi paz”


        El público se conmovió tanto, sobre todo las chicas. Vi un mar de lágrimas brotaba de sus ojos, dos muchachas salieron a recogerme, y comprendí que aquello tenía que terminar. Francamente eran muy atractivas, me propusieron trago, dudé, si aceptar o negar, porque sentía una necesidad impresionante de estar solo y al mismo tiempo de que alguien supiera que estaba sufriendo. Opté por aceptar y deseé que ambas fueran Leila por si se marchara una, otra se quedara conmigo. Con el último trago me levanté, iba al servicio a pegar una meada pero por el camino me topé con Farfán.................
 

                                                                 
    
                                                                                                  

                                                                        

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