Itinerarios de Abdul
Farfán y sus delirios
Algo
que siempre detesté es que me repitieran la misma historia. El
asunto es que Frafán se empeñaba en que su vida se pareciera a la
de los personajes de los libros de Marcel Proust que había leído,
tenía una convicción profunda de que se identificaba con la mayoría
de esos personajes de Proust. No sé cómo explicarlo, pero es que
sus teorías me jodían. Bueno, mencionaré dos de esas teorías de
las que me había hablado cada vez que se ponía ebrio. Decía que
había algunos escritores que de tanto leer habían llegado a un
estado “Crush”, y habían podido prever futuras
vidas de muchas personas. Ésa era la primera, la segunda teoría era
que esos escritores decidieron inventar nombres y lugares distintos
para que la gente no se diera cuenta de que se trataba prácticamente
de su vida real, y sencillamente pensara que es una identificación.
Creía con orgullo que con la suya sucedía igual, debía estar
encerrada en una de las novelas empolvadas de Proust que hasta ese
momento no había podido descubrir. Sólo mis debilidades de
intelectual podían permitirme la estupidez de tragarme esas ideas
tan absurdas que habían capitalizado toda su mente de la noche a la
mañana. La verdad empecé a preocuparme cuando vi que seguía
creyendo en semejante cuento, y también le importaba que la gente le
creyera. Era increíble, pero ¿quién iba a creer en argumentos que
carecían absolutamente de lógica?. Hubo momentos en que
pensé que a Farfán le estaba sucediendo lo mismo que a Don Quijote,
y la única diferencia era que al hidalgo se le secó el cerebro y se
había ido por los campos en busca de aventuras caballerescas, en
cambio mi amigo disponía de un cerebro fresco, joven, y aun tenía
mucho que aprender. Un día decidí desprenderme de mi soberbia de
intelectual y admitir que, tal vez, yo podía estar equivocado
respecto a esas situaciones tan exageradas que había creado Frafán.
Bueno, empecé a leer mucho a Proust, leía, “Por el camino del
Swan. A la sombra de las muchachas en flor. El tiempo recordado. En
busca del tiempo perdido” y seguí leyendo y leyendo con la
esperanza de poder creer en el chiste que se había inventado Farfán.
Pero no sé si decir mala o buena suerte, porque en realidad lo que
se me despertó fue otra cosa. Se me despertó una especie de
inspiración de escribir un cuento sobre el propio Proust, y
modificar completamente su vida de esas épocas del siglo XIX a una
vida terriblemente antipática, actual, del siglo de mierda XXI.
Un
domingo llegó con una canaria chaparra, pelo oscuro y
descomunalmente gorda. Saludaron y me dijo que era su novia, se
confesó enamorado. Eso no me sorprendió nada, lo había visto
enamorado decenas de veces, pero esa vez fue un caso aparte. Dudé de
la veracidad de sus palabras, e incluso yo estaba seguro que había
algo que escondía tras aquella aventura semi-amorosa. Pusieron la
mesa, traían dos botellas de whisky y unos numerosos platos
deliciosos. Había de todo, pescado, pavo, verdura, pasta. En fin,
platos que uno debería comer antes de morir. Me invitaron a comer,
al principio pensé que iba a haber invitados por la cantidad de
comida revuelta que había sobre la mesa, luego me había dado cuenta
de que no esperaban a nadie cuando La Chaparra empezó a comer
desesperadamente, zampaba tanta comida como si llevara años sin
comer. El asunto era bastante fuerte porque La tipa estaba
sudando en su camiseta y tenía manchas de whisky en su ropa. La
verdad me quedé estupefacto y empecé a tomar tragos más de la
cuenta para no ver tanta realidad, pero la realidad crecía a gritos
y era imposible no verla. ¡Dios. No podía ser! Quería salir de mi
mente que buscaba explicaciones.
Farfán
me fue contando que se llamaba Rebeca, tenía treintaitantos años,
era viuda y de Lanzarote. Se habían conocido en una cantina en
Madrid. Me dijo que su difunto tenía un terreno agrícola de
trescientas hectáreas y una granja de puercos. Un día estuvo arando
su tierra con tractor, cuando el vehículo perdió estabilidad cayó
y se le vino encima. Tres días después murió y todos sus bienes
han pasado al poder de la mujer. Bueno, entendí que Farfán vio a
Rebeca como una receta mágica para realizar sus proyectos.
Escuchando a Farfán, sentí que nunca lo había conocido tan bien
como en ese momento. Lo cierto es que no ignoraba que Farfán se
buscaba siempre los métodos mas elaborados para convertirse en un
imbécil burgués capitalista. O es que la gente se vuelve
materialista muy rápido, o es que yo comprendo tarde que la vida
exige ese cambio tan horripilante. Opté por adivinar que el dinero
era el enlace e iba a ser el mismo desenlace de la historia de Rebeca
y Farfán.
- -¿Y ahora qué vas a hacer? Le pregunté.
- -Nada, casarnos- me lo confesó con tanto optimismo, con una cara tan radiante de ilusión.
Agarré
mis libros y me largué a mi cuartucho en busca de mi profunda santa
madre de la paz.
Cuando
me gradué en letras, y como no había modo de graduarme en otra cosa
que letras, empecé a tomar la vida con seriedad. La educación a la
que fui sometido no me había permitido muchas opciones. Sobre todo
con aquella rígida filosofía de mi padre que consistía en
“arreglártelas”, de esa manera tan dura. En todo caso, la
vida cuando quiere reventar a uno, lo revienta a inconsciencia; la
educación es una ilusión, en el fondo todo es destruir. Lo que sí
podría jurar es que no todos los caminos llegan a Roma como cree
todo el mundo. El mío llega muy a menudo al pasado, y eso me hace
hundirme irremediablemente en la angustia. En medio de esas benditas
o malditas circunstancias me vi obligado a pensar en algo, a tratar
de hallar soluciones a problemas que no me
correspondían. Bueno, en el fondo tal vez no había nacido para ser
feliz, eso llegué a creer muchas veces porque la vida no dejaba de
darme la espalda. Ahora que estoy redactando este capítulo, siento
un dolor que me parte el alma, me convertí en el depositario de la
historia más amarga y melancólica jamás leída. Intento no
recordar situaciones tan exageradas que había vivido pero de repente
se me deslizan sin querer. Desde ahora prometo no separar los
tiempos, poniendo en orden mis recuerdos, es difícil, pero no me
queda más remedio que hacerlo porque mi sobrina me había reclamado
completar el cuento de Leila. Bueno, estaba en que Leila me mandó
tres cartas, en la última se me hizo extraño no haberme hablado de
su regreso, el asunto me inquietó bastante, yo era capaz de
cualquier cosa con tal de que ella regresara cuanto antes posible.
Sólo pensar que iba a quedarse unos días más en Londres me causaba
espanto. Así fueron las cosas, en efecto, se había ido toda la
semana y se habían ido mis noches de insomnio y ella aun no había
regresado. Una tarde subiendo a mi piso me dijo el portero que la
dueña iba a restaurar el edificio. Entonces me había mudado a otro
departamento, y fui sacando mis cosas una tras otra a lo largo de
varios días. En mi nuevo piso se había abierto una nueva ventana de
mi historia y eso era lo peor........