Contrastes de la vida
Soy inconformista, descontento, nada me agrada en esta sociedad. Me parece que todas las cosas perdieron el valor estético, le dije a Sara que me miró con extrema curiosidad. Prefiero-añadí- vivir en el campo, vivir entre los árboles y los ríos, sentir verdaderamente el paso del tiempo y las estaciones, estar lejos de la hipocresía y de las mentiras, lejos de la envidia y las infinitas enfermedades sociales. Los hombres son absolutamente materialistas, no piensan más que en cómo ganar dinero, hacer crecer sus cuentas bancarias, adulan, complacen, soportan, en una palabra ¡lo que puede hacer un hombre por amor de unas miserables monedas! Y las mujeres son fastidiosas desde un punto de vista moral. Ya nadie desempeña el papel que le corresponde, nuestra sociedad vive bajo la incapacidad moral, es un caos. Mucha gente toma actitudes pensando que está desarrollando estratégicamente las condiciones de vida, sin embargo, ignoran que esta misma operación es una estrategia de una construcción destructiva.
Créeme Sara, no estoy criticando a nadie, simplemente, trato de interpretar estas malas y desagradables circunstancias en que se encuentra la sociedad. Además estoy harto de leer las necedades que publican los insensatos periodistas. Algunos periódicos dicen estúpidamente que las cosas se mejoran y habrá soluciones para la crisis, dicen que se puede dar un salto hacia el porvenir con todas las fuerzas del pueblo. Yo digo ¿de qué fuerzas habla esta gente? ¿Fuerzas de corrupción y de ignorancia? Esto no conduce a ninguna parte. Al leer estas necedades, el otro día se me ocurrió mandar una carta al periódico, pero pensé que no valía la pena. Me consideran un cínico pesimista, y no hay manera de que yo pueda convencer a nadie de que soy una persona sensata y seria. Seguro que abrir un debate con estos periódicos inmorales supone un fracaso polémico, como aquella polémica que había entre dos locos; uno asegura que es de día y otro que es de noche mientras que el asunto no es más que una tontería.
Pero las cosas cambiarán para bien, debes tener fe y esperanza, me dijo Sara a lo que contesté yo - Por amor a Dios Sara, tú también me vas a decir esto, estas palabras me las sé de memoria. Mira, la verdad es que tenemos mala sociedad, naturalmente, no me refiero a la tierra, ni al clima, ni tampoco a los siete vientos. Repito que hablo de la gente inmoral, gente que carece de educación, principios, y de valores y responsabilidad. Por Dios Sara tenemos que ser un poco objetivos y no andar pintando las tristes verdades; el sistema educativo actual no funciona, no da resultados, las programaciones y los proyectos que pone el gobierno no se llevan a cabo, el ir y venir de los estudiantes a los institutos yo lo veo como el movimiento de los molinos de viento, al menos éstos reproducen energía, pero los estudiantes, ¿dime qué producen, barbaridades, golfería y analfabetismo escolar? tengo una completa desconfianza en esta sociedad. Pero no voy a maldecir la patria como hizo Miguel de Unamuno cuando dijo “desgraciada la patria cuando no se puede hablar de la patria”. Al contrario, es cierto, yo amo mi patria, pero me duele lo que sucede y si digo esto, es porque soy nacionalista hasta los huesos y no permito a nadie que dude de mi nacionalismo.
Si yo fuera pintor, le dije a Sara, quiero decir, si yo fuera uno los buenos artistas, pintaría nuestra sociedad como un huerto aletargado; los manzanos no dan sus flores, a los perales se les han caído los frutos pequeños que tenían con el granizo y los rosales no abren sus capullos, los árboles corpulentos se les ve carcomidos por miles parásitos que van a acabar con ellos bajo un cielo que se ha nublado definitivamente. Sería un huerto que le falta una vida interior. Sería un cuadro que da la impresión de gritar ¡Eh, señora sociedad! tenga cuidado. Lo está usted haciendo muy mal. Sara soltó una carcajada y me dijo que tengo una imaginación trágica pero divertida. Yo sabía perfectamente que eso de “divertida” lo ha añadido sólo para que yo no me molestase. Lo bueno de las mujeres es que en sus discursos siempre procuran cuidar sus palabras e intentan producir bellas expresiones. Realmente valoro mucho este punto. Nada de trágico, le dije a Sara con un tono melancólico. De pronto sonó su teléfono móvil, contestó y me dijo que era el profesor con el que desarrollaba su tesis doctoral, le pidió que asistiese obligatoriamente a una conferencia que él haría en el museo nacional. Sara me dijo que ya no tendría más remedio que viajar, regresar a su ciudad, ya era tiempo de despedirnos. La verdad después de la llamada vi en los ojos de Sara una tristeza que no solía notar a lo largo del tiempo que estábamos juntos, sentí que le invadió una melancolía total, cuando me comentó que ya se iría, yo me quedé callado, no dije nada, y tampoco tenía nada que decir, sí, callado como una losa al borde de un prado esperando a que aparezca una ninfa para sentarse sobre ella y así puede sentir el valor de su existencia, un prado donde las ninfas no pueden vivir. Sin darme cuenta Sara se lanzó sobre mí, me abrazó fuertemente y sentí una lágrima que corría en sus mejillas, luego volteó, abrió la puerta y se ha marchado.
El tiempo que estuve en el hospital me atendieron muchas enfermeras, pero fue sólo una la que pudo acercarse mucho a mí, era bonita, una persona amable de un aire fino y poco desvaído, era curiosa e inteligente. La chica se llamaba Salma, tenía la aspiración de salir, de viajar por el mundo, de ir a los países del sol. Siempre que le tocaba atenderme, sentía yo que lo hacía como si fuera para ella una diversión, sonreía mucho y hablaba poco. Cuando supo que soy escritor empezó a entablar abiertamente conmigo conversaciones sobre muchos asuntos. Era preguntona, porque no dejaba de hacerme preguntas acerca de mi persona. Pronto Salma no volvió a aparecer, la cambiaron por otra enfermera que me trataba con seriedad como si yo fuera un soldado que regresó herido de los campos de concentración. Le pregunté por Salma y me dijo que la mandaron a otro departamento. También le pregunté el porque de este brusco cambio, me dijo que Salma era la hija del director general del hospital y entre el personal corrió la voz de que había una relación entre Salma y yo, por lo que su padre la alejó al quirófano. A los dos o tres días, vino el médico a decirme que yo estaba bien, que ya podría salir. Entonces, entendí que me despiden del hospital con el pretexto de que yo coqueteaba a la hija del director general.
Yo, señores, que soy un hombre que ha tenido la desgracia de vivir en una sociedad donde la palabra y la influencia de hombres de poder están por encima de todo, y hasta de las leyes. Con este motivo escribí una carta al director tratando de demostrarle que no había ninguna relación entre su hija y yo, que no era yo quien le coqueteaba a su hija, sino ella la que me conquistaba a mí con sus preciosas palabras ¿qué culpa tengo yo, le decía, de que la señorita Salma tenga un carácter angelical y de que su voz sea más suave que el susurro de las abejas? Claro, si yo fuera hijo de un hombre de poder no me tratarían así aunque hiciese el amor a la hija del director general del hospital. Pero soy un desgraciado escritor cuyas obras nunca llegarían a las bibliotecas de gente de prestigio y poder. Estoy seguro que el padre de Salma no llegó a leer mis obras, mis historias para poder conocerme de verdad. Casi nadie me conoce porque soy simplemente narrador de historias cuyas razones a nadie le agrada saber. Todos mis argumentos, no sirvieron de nada, el padre de Salma (el director general del hospital) me contestó en una carta diciéndome que, además de ingrato, yo era un impertinente, de una imprudencia repulsiva. La verdad es que no comprendí por qué me dijo aquello, que no pude entender por más que leía y relía la carta. ¿Acaso quiso ofenderme?
Después de leer muchas veces la carta y reflexionar sobre el contenido, he llegado a la conclusión de que la felicidad consiste en ser indiferente, no hacer caso a lo que diga la gente, sin embargo, eso es un poco complicado porque supone tener previamente tres cosas elementales: una buena autoestima, auto-crítica y saber dominar bien las sensaciones repentinas.