Itinerarios de Abdul
Entre tragos y cartas de Leila
Media
hora después, ya estábamos en su departamento que olía a licor.
Farfán insistió en que nos deprimiéramos los dos juntos, que
después de un duchazo me contó que Lamy le había dejado y se fue
con un deportista, me contó la desilusión tan grande que se había
llevado con Lamy. Me abrazaba y se bañó en lágrimas, sentía que
se le iba a caer el corazón, en medio de tanta tristeza estaba
bebiendo demasiado. Entonces comprendí que empezó de nuevo el
horrible calvario de quejas y lamentos. Supe que esa noche la cosa
no iba a parar bien. Lamy era la quinta novia que lo dejaba. Mirando
hacia el techo me dijo que en ella había depositado toda la
confianza que él era capaz de dar en el mundo, sin Lamy su vida era
una mierda, y deseaba suicidarse aunque en sus ojos se notaba que se
moría por ganas de vivir. Le palmeé el hombro tratando de calmarlo
fue cuando chilló que las mujeres eran lo peor que podía existir.
Yo sabía que Frafán necesitaba desahogarse y contarle a alguien lo
que le estaba sucediendo, pero yo empecé a cansarme, entonces agarré
un lápiz y papel y le sugerí que escribiera de una vez por todas
todo lo que sentía.
Viví
dos semanas con Farfán, le ayudé a superar sus dolores. Hemos
devorado muchos libros, escribí varios textos, bebía poco y leía
mucho. Yo metido en el mutismo leyendo las cartas que me mandaba
Leila y él abrazando la botella de whisky danzaba locamente y
cantaba. Era su manera de levantarse el ánimo. En todo caso, Farfán
volvió a su vida normal, y yo volví a ser yo también. Una noche me
habló de sus proyectos y del negocio en el que quería invertir el
dinero que le concedieron tras haber sido ganador finalista del
premio literario. Dijo que primero quería cambiar su coche por una
furgoneta grande, usarla como transporte turístico, y segundo era
construir una pequeña imprenta. Dijo que la vida de un maestro era
una mierda, nunca llegaba a fin de mes con los centavos que le daban,
y decidió abandonar la enseñanza de una vez por todas. Me dijo que
si no le salían bien las cosas, se iría a vivir a Canadá. Lo que
yo seguía ignorando era de dónde iba sacar el dinero suficiente
para todo aquello, pero nunca le hice la pregunta.
El
otoño no tardaba en acabarse y yo contaba los días porque Leila
tenía programado llegar a fines de noviembre. Lo que me importaba
era volver a ver a Leila y anunciarle que la vida sin ella era un
total disparate, una vida llena de dificultades, veía su mirada por
todas partes y perdía el control, pedirle que me prometiera no
volver a dejarme solo. Claro, era una locura ni yo mismo podía
entender porque no había base material en que apoyarme. No fui con
Leila a Londres y ése era mi error. La primera carta que me mandó,
en ella contaba que se encontraba excesivamente contenta, citó los
lugares que había visitado y los libros que había comprado para mí,
me relató detalladamente cómo iban sus actividades y las salidas
con sus padres. Mientras leía su carta, en el fondo le perdoné mil
veces esos detalles que no habíamos compartido. Le perdoné esas
caminatas que hizo lejos de mí, le perdoné las cosas de las que no
pudo acordarse, le perdoné hasta las cosas que indudablemente
omitió. Todas las mujeres, y por más sinceras que fueran siempre
tienen cosas que omitir.............