sábado, 5 de noviembre de 2011

La voz de Sara
Su voz era como abrazarla
                                                                         Cesare Pavese

Me exasperan las mujeres que hablan mucho, que no se cansan de tanto hablar. Pero en esa ocasión, mientras Sara me hablaba del dueño de la biblioteca, deseé que no parase de hablar. Tenía una voz realmente muy tierna, suave y dulce. Yo no estaba oyendo a nadie más que a Sara, reconozco que me gustaba escucharla, y si he de ser sincero, hubiese deseado grabar aquella primera conversación que tuvimos.
     
      Recuerdo una vez mi amigo Farfán me había dicho que la causa principal de la apreciación de los cuadros de pintura, era la firma del autor, y no era el cuadro en sí. Ahora me doy cuenta de que la voz de Sara yo la había firmado y apreciado a la vez, por lo que me hace estar convencido de que el juicio estético no es falaz.
    
       Eran las siete y cuarto cuando llegamos a Tánger, estaba lloviendo de una manera agradable y hacía un frío horrible. Salimos de la estación, aún estaba amaneciendo, a medida que nos acercábamos Sara y  yo a una tienda donde vendían periódicos un aire fresco nos azotaba la cara. A lo lejos la punta del muelle aparecía muy azul, las gaviotas volaban muy cerca de la superficie del mediterráneo acompañando los barcos de pesca, las calles de Tánger manifestaban un aspecto muy pintoresco. Bueno, para un poeta, un compositor de música,  un artista, esta ciudad es una fuente de inspiración, es un espacio estimulante para la creación, en general, es una ciudad admirable. Sin embargo, precisamente, en ese momento yo no necesitaba todo ese espectáculo hermoso para que me  estimulase los sentimientos, tenía a Sara a mi lado y eso me bastaba. Nos caminábamos codo a codo, ella hablaba, yo callado. Os repito por segunda vez que me gusta oír su voz, me fascina demasiado, o a lo mejor me enamoré de su voz, Sí, ¿por qué no? A decir verdad, oír su voz era un espectáculo tres veces hermoso que el ambiente de Tánger.

      Sara me había invitado a desayunar juntos en una cafetería en el muelle, justo cuando atravesamos la plaza mayor,-asentí sonriendo sin decir nada, y me alegré mucho porque iba a estar más tiempo oyendo a Sara, sí, sólo a Sara. Antes de entrar en la cafetería “la estrella del mar” ése creo era su nombre, me quedé unos momentos contemplando la costa, los marineros, los barcos, la tranquilidad del mar; todo eso formaba una escena maravillosa. Cuando volteé para ver a Sara, la vi dentro observándome, Ya había ocupado una mesa que exhibía un blanquísimo mantel. Sara pidió un zumo de naranja y un cruasán de chocolate chiquitito, y a mí le dije al camarero que me sirviese café con leche, tostada con mermelada y un cruasán relleno de quiso con laminas de almendra por encima. Yo tenía hambre porque durante el viaje no había comido nada. El desayuno resultó ideal, fue muy rápido, quizá yo no sentí el tiempo. Mientras  desayunábamos Sara me había contado ciertos episodios de su infancia, su teoría sobre la vida y su éxito en el trabajo. Me ha aparecido muy afortunada, claro, omitió cosas que se podían haber contado, la verdad yo quería hacerle muchas preguntas en ese momento, luego pensé que no era oportuno.

      A las nueve y media, Sara me dijo que necesitaba descansar unas horas antes de empezar su tarea. –sí, claro le dije, entonces pagué y salimos a buscar algún hotel cerca. Fuera el viento muy fuerte, había empezado a nevar, el mediterráneo tuvo un carácter violento, mucha mar, los barcos se balanceaban de un modo terrible, las olas se levantaban altas golpeándose con las rocas, Le susurré a Sara- ya saldrá el sol y se calmará el mar. Ella me observó con una sonrisa muy agradable. Apenas nos caminamos unos cincuenta metros, encontramos un hotel donde se instaló Sara y  yo me fue a buscar la casa del hombre que vendía su biblioteca.

      Ismael Bellí era un viejo judío con aspecto clásico, hablaba despacito, tenía una casa muy bonita que daba al mar, la había construido él mismo  en los años setenta, cuando aún todo era barato y no costaba nada, ni para construir un castillo. En los años setenta la gente era modesta, se contentaba con las mínimas cosas y comodidades para subsistir, pero contenta, había mucha tierra abandonada, y eran pocos los que aspiraban ser propietarios. La gente era generosa, tolerante, caritativa, prueba de ello es que hace un par de años mi abuela materna me había contado que en los años sesenta, un alcalde de un pueblo era amigo de mi difunto abuelo, ése le propuso que se hiciese dueño de un terreno bastante grande, casi más de cinco kilómetros cuadrados. Desgraciadamente, ¡mi abuelo que en paz descanse! Le había contestado literalmente “hombree…qué voy a hacer con ese terreno” que no le interesaba. ¿Es una estupidez, no? Pero en aquella época no era una idea estúpida. A mi perecer, la única explicación posible es que la vida era sencilla, no como ahora, todos deseamos fanáticamente tener mucho, todos pensamos igual cuando se trata de poseer, tener o ser dueño de algo. ¡Dios!, esto muestra hasta qué punto somos materialistas y egoístas, sí, somos absolutamente egoístas. En realidad me siento tremendamente irritado cando me pongo a reflexionar sobre esas malditas cosas de ese tipo.

      Bueno, llamé a la puerta tres veces y nadie me había contestado, la casa aparecía abandonada, pensé que no había nadie. Cuando ya me iba a marchar se abrió la puerta, y apareció ante mis ojos Ismael Bellí. Me preguntó si venía por la biblioteca, no le dejé terminar, -Sí, le interrumpí, -entonces pasa, me rogó. Entramos, abrí mis ojos y me encontré en un cementerio de los libros.  ………(suite)

2 comentarios:

  1. Me encanta esta historia,solo no creo que tenga tanta ficción a mi parecer, sobre todo como se expresa de Sara.

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  2. Me gusta....solo que me quedé esperando un poco mas de desenlace sobre Sara...

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