miércoles, 30 de mayo de 2012

Aventuras de Chavalote XIX


Decimonoveno capítulo: Chavalote y las sospechas pueriles

         Encendió un cigarrillo, lo chupó, contempló unos instantes el jardín, los tejados, el cielo, tiró las cenizas, cruzó sus dedos, ajustó su camisa dentro del pantalón, se pasó la lengua por los labios y entró a la casa. Inés y doña Dolores aún, todavía no han llegado. Se dejó caer en el sofá. Chavalote no pudo destruir para siempre una de las realidades más delicadas de sus vicios, pudo renunciar a la cantidad de botellas que se tomaba diariamente, pero no le convino desprenderse de sus visitas a Danto y las copas que éste le servía. Sintió algo grueso debajo del cojín, movió el cojín y halló un libro, era en francés, miró con atención la portada del libro, el diseño y el título. Chavalote nunca leyó algo en francés, abrió el libro y ahí encontró una foto de Inés con un hombre, pero, cogidos del brazo en la entrada de uno de los hoteles de Paris. Era alto, corpulento, rubio,  pelo amarillo, cara redonda, ojos claros, nariz aguileña y orejas pequeñas, llevaba un traje negro y moderno, en la mano izquierda tenía un reloj de lujo que proyectaba unos rayos suaves de luz. El hombre debió de ser parisiense, precisamente de la clase media porque su rostro inspiraba cortesía, moderación y chulería, pero muy atractivo para perturbar la fantasía de las mujeres. Inés aparecía muy preciosa, muy acaramelada, con un vestido de terciopelo lucía como unas rusas que posaban de forma tan atrevida en la portada de revistas de moda.

         Aquella tarde, Chavalote no recordó si había bebido, ni si estuvo en la taberna, cayó bruscamente en un silencio y sintió que su corazón le pesaba más que en otro tiempo, le sacudió una especie de escalofrío y le poseyeron unos celos inexplicables. Su asombro fue enteramente mudo al ver a Inés a lado de este hombre francés. Otra vez, Chavalote se sintió insignificante, que vivía al margen de la historia debido a la baja autoestima que le produjo la foto, pero, si era ésta la causa ¿cómo se explicaría la razón de estos sentimientos? y ¿cómo podría explicar algo de lo que él mismo no tenía idea? A veces es difícil entender lo que se siente o explicar lo que se siente y no se entiende, e incluso cuando uno carece de experiencia como el caso de Chavalote.

         Bueno, cuando volteó la foto, a Chavalote se le agrandaron los ojos. Estaba escrito un soneto cuyas rimas especulares que daban al poema un rasgo de perfección. Firmado por el propio autor: Gilbert Castle. Durante los meses del primer año que estuvo Inés impartiendo clases en San Sebastián, sucedió que recibió una invitación a un evento que se celebró en la universidad de parís I Pantheón-Sorbonne, ahí, ella se reunió por primera vez con poetas y escritores franceses para hablar de literatura y los nuevos senderos de la literatura juvenil, pues ahí conoció a Gilbert. Él era maestro de filología clásica y escribía en el diario de París, había publicado dos o tres libros de cuentos y una narrativa que le llevó al escenario de los conocidos dejando atrás a sus colegas escritores incógnitos.

          Leyó el poema sin pestañear, afortunadamente no eran versos de amor, todos los detalles del poema indicaban que no era de amor, eran palabras que comunicaban amistad y simpatía, tal vez Gilbert Castle quería expresarle a Inés  la afición y profesión que ambos tenían en común. Sin embargo, nada pudo amansar la inquietud de Chavalote porque el hecho de verlos cogidos del bracete despertó en él mil y una sospechas de pensar que había una relación entre los dos. No diría de noviazgo, ni amores, sino algo más allá de lo que se podría pensar en un estado de perplejidad. Llegó a trazarse un itinerario sin sentido. En todo caso el asunto no le quedó muy claro. De pronto se escuchó las llaves se insertaban en la cerradura de la puerta, advirtió la llegada de Inés y doña Dolores. Cerró torpemente el libro, y lo volvió a meter debajo del cojín.



jueves, 24 de mayo de 2012

Quinda y Milano


Primer capítulo: Quinda y Milano

         Milano se levantó de su sillón y se dirigió hasta donde la princesa, llegó, se quitó la gorra,  y le susurró en sus oídos algo que nadie debió escuchar, aunque se han movido las comisuras de sus labios como el que está pronunciando un poema totalmente romántico, eran palabras que ni el viento era capaz de llevárselas, ni el aire era potente empujarlas a los oídos del público, sí, eran palabras, y de esto todos estaban seguros, pero quién podría descifrarlas o entender el susurro de las comisuras de los labios, sabe Dios qué palabras eran! Acto seguido, ella se puso asombrada, sonrojada, su corazón empezó a acelerar y los latidos a cantar al son de las sensaciones que apenas las entendían los pastores que se habían enamorado de ninfas en prados mansos donde se escuchaba sólo el chorreo de las aguas que nutren de vida la espesura de las hierbas. Volvió a ponerse su boina, la miró sonrientemente, se dio media vuelta, abrió la puerta y salió.

         La princesa se llamaba Quinda, ni era alta ni baja; era de mediana estatura,  pelo oscuro, y de lejos se veía pelirrojo, su piel tenía una blancura de nieve, pero ella era más hermosa, bonita y elegante que Blancanieves,  ojos oscuros y cerraditos que inspiraban paz, cariño y ternura. Era la hija del rey Quintero en cuyo reino nunca se ponía el sol. Dios ha creado muchas cosas bonitas en este planeta, unas han sido vistas, halladas, vividas y otras sólo imaginadas. Habría que meditar y contemplar el universo y ver qué obra tan artística es, esto nos lleva a descubrir ¡qué artista  es el autor de esta obra tan bella y completa!

         Milano era  poeta y hortelano, cultivaba y cuidaba una huerta que fue lo único que le dejó su padre como herencia. Tenía veintitantos años, dedicaba mucho tiempo a su huerta donde había todas clases de flores y de todos colores, silvestres, jazmines, margaritas, orquídeas, rosas, tulipanes, lirios, claveles, violetas, narcisos, iris, anémonas, peonías girasol... Durante la tarde se le veía siempre regando sus plantas que daban un carácter artístico y coherente, era la mejor huerta del pueblo, Milano tenía un conocimiento profesional de jardinería, era el único que tenía la habilidad de salvar las huertas muertas, sabía mil y un trucos para mantenerlas sanas y hacerlas vivas con su magia artística que consistía en tres principios de las que él no podía desprenderse: la paciencia, la emoción y el amor por lo que hacía. Había también un banco de madera donde se sentaba a leer libros y componer poemas. Su casa estilo rústico, el portal bien decorado con plantas que subían verticalmente en las paredes como serpientes inmortales, era una casa muy bien situada…

         La cosa empezó entre Quinda y Milano, aquel día de primavera cuando ella estaba cruzando el pueblo en una carreta de prestigio tirada por cuatro caballos, dos blancos, uno negro y otro castaño. Justo cuando pasaron cerca de la casa de Milano, ella había divisado aquella fabulosa  huerta llena de flores de diversas especies que hechizaban las miradas de todos los observadores. Preguntó a sus criadas por el dueño de dicha huerta, le contaron que era un chico moreno vivía ahí solo, por lo que despertó más curiosidad en ella, e hizo otra pregunta- ¿y quién cuida la huerta? Sonrieron humildemente y respondieron que era el mismo chico. Quinda no entendía muy bien qué casa tan rara tenía Milano. Ella solía vivir en un palacio tan grande y con inmensos jardines donde  se podría realizar corridas de caballos  por eso no captó ver un pequeño paraíso fuera del palacio, le era difícil asimilar que había cosas bonitas fuera del castillo. Realmente se quedó tan pensativa, asombrada y emocionada…

         Mandó parar la carreta, se detuvieron los cuatro caballos y se detuvo la carreta, se abrió la puerta, primero se asomó un rostro blanco, hermoso luego apareció una muchacha, vestida íntegramente de blanco, elegante. Empezó a andar perfecta y lentamente como una reina, algo extraviada, las criadas seguían la escena, habían fijado los ojos en el fondo de la huerta cuya superficie eran flores bailan al son de un aire suave que besaba las mejillas de Quinda. Atravesó la puerta del jardín, entró, se paró en medio de la huerta, miró a su alrededor, extendió sus manos y alzó su mirada hacia el cielo y respiró hondamente. En ese momento salió Milano, se cruzaron las miradas, él la conocía pero ella a él no, sabía que era la princesa, se quedó desconcertado, cogió una flor hermosa  y se la entregó a Quinda y con un gesto humilde la invitó a sentarse. Los dos se habían sentado sobre el banco que estaba al sur de la huerta……….


lunes, 7 de mayo de 2012

Aventuras de Chavalote XVIII


Decimoctava parte: Chavalote en paz
        
         Sacó una navaja afilada y la puso a su lado y extendió las manos sobre el mostrador como un profeta en su tierra. -Sírvame una copa de vino- le dijo al tabernero. Tomó el trago y echó el vaso al suelo, luego pidió otra copa. Al principio, a Chavalote, debió de haberle incomodado la forma en cómo se dirigía ese hombre a Danto, y parecía que se había cruzado con un tipo con aire e indumentaria de lobo de mar y un rostro desagradable que revelaba agresividad. Empezó a sentir una tremenda furia y le dieron ganas de partirle la cabeza al tipo, de repente se le vino  a la mente Inés y doña Dolores y se contuvo. A veces la ira hace que uno a su rival lo vea como una mosca. Debo confesar que no siempre resultan lógicos los comportamientos de la gente, era tan absurdo prevenir la  reacción de Chavalote, antes, metía las narices donde no debía y siempre salía con las suyas. Ahora, Chavalote había encontrado calma, interés, mucho cariño y respeto aunque no perdurables, ni seguros, en la casa de doña Dolores no quería meterse en líos ni problemas que le podrían perturbar la vida; eso indicaba, sencillamente, que tenía algo que perder por eso ahora empezó a pensar mil veces antes de actuar. Cuando uno no tiene nada que peder hace cualquier cosa y no le importa lo que pueda ocurrir ni se toma la molestia de medir las consecuencias, simplemente, porque cree que nada se pierde.

         El tipo era cetrino, facineroso, ojos saltones, grandes, inspiraban peligro y guerra. Tenía el aspecto de asaltante, o de esos soldados que mataban a los inocentes y violaban a la gente civil por ninguna razón; en general, el tipo se encontraba verdaderamente desagradable.
        
         Había un señor gordo, con una camisa negra, rayada y un chaleco blanco, sentado en una mesa hacia la puerta de la taberna. Estaba embriagado y empezó a cantar escandalosamente en francés.
Je bois pour oublier
Et je me sens libre…
Quand je me saoule
       
          No se sabía cuál era el estribillo de esa canción, pero todos se volvieron a mirarlo, y él cantaba cómodo e indiferente, y movía la cabeza en forma de arado de un lado a otro con ojos cerrados. El escenario era bastante cómico. Juanjo y sus amigos se echaron a reír a carcajadas. En ese momento, con un gesto tan rápido se lanzó la navaja hacia el gordo, que se quedó clavada en el centro de la mesa, justo entre una botella vacía y otra medio llena. Y le dijo rudamente ¡cállese bestia!.  Sabe Dios cuántas venas le hubiese roto y estado chillando de dolor si la hoja hubiese cambiado su dirección. El hombre gordo se puso pálido, no entendió nada de lo que ocurría a su alrededor. El público había contemplado entristecido la escena.

         Efectivamente, se confirmó el juicio formado a primera vista. El tipo quería arruinar la taberna y joder a la gente de cualquiera manera, y lo único que buscaba era destruir esa atmósfera de diversión que reinaba en la taberna antes de su llegada. En esto entraron tres policías, uno en forma civil y otros con el uniforme, examinaron con sus miradas los rostros de los que estaban en la taberna. El caso es que buscaban al tipo que al verlos entrar, saltó como un tigre el mostrador atropellando unas copas de vino, y había salido corriendo por la puerta de la trastienda dejando el ambiente en alerta. ¡Imbécil! Murmuró Danto. Chavalote  se había convencido de que el mundo podría estar mejor si la guardia civil velase realmente por la seguridad de los ciudadanos. Se levantó en silencio, pagó y se retiró vuelta a casa de doña Dolores.



martes, 1 de mayo de 2012

Aventuras de Chavalote XVII


La decimoséptima parte: Chavalote y la protesta obrera

         Entró a la taberna, se instaló en el mostrador y pidió tan amablemente a Danto que le sirviese, esta vez; sólo dos copas de Whisky muy frío. Acto seguido, todos se levantaron, algunos alzaron sus copas, unos botellas, otros sombreros y brindaron la llegada de Chavalote. Apenas se alzaron las copas, se escuchó un estrépito diabólico indescriptible del entrechoque de los vasos y hubo derramadas de vino en todas partes; fue como el brindis de los diablos. El espectáculo era bastante emotivo. Como era el primero de mayo, la taberna estuvo demasiado llena de los obreros que se benefician de este día célebre de reposo y de recuperar la consideración de los trabajadores. Se subió Juanjo sobre una mesa que estaba cerca del mostrador y dijo con una voz ronca: -amigos míos, hoy es nuestro día, quiero decir, llegó el día en que debemos salir de nuestro mutis y declararnos rebeldes contra la discriminación, la injusticia que se ejercen sobre los trabajadores. Amigos míos, a nuestra costa los ricos se hacen cada vez más ricos y a la vez nos hacen a nosotros más pobres, ¡que nos declaremos  indignados! En ese momento todos gritaron ¡indignados! Aplaudieron conmovidos, callaron y volvió Juanjo a seguir su discurso citando muy mal a algunos revolucionarios de la historia -Trabajamos de sol al sol a cambio, nos pagan unos centavos que con ellos llevamos una vida de mierda, nos están matando día a día, ¡que nos maten de una vez! Habremos de luchar por nuestra liberación de esta miseria de mierda. Y lanzó ¡Vivan los trabajadores! ¡Viva la justicia! ¡Viva la igualdad! Y todos respondieron lo mismo que Juanjo.  Éste hablaba tan desesperado, compungido como si realmente quisiera sacarlos ahí mismo de ese mundo tan estrecho, atroz y de esa desgracia donde se hallaban viviendo miserablemente. Los que le oían eran gente ramplona, perezosa y le faltaba talento, se dejaba llevar por cualquier cosa bien dicha, bien enunciada; gente que siempre se engañaba y se deja engañar y esto porque nunca razonaba ni tenía ideales.
        
         Cuando hubo terminado el discurso, dio un salto desde la mesa, se sentó en un sillón y tomó unos tragos de aguardiente para recuperar el aliento y mojarse las cuerdas vocales que debieron de estar apretadas, cansadas y secas de tanto hablar y gritar. Un hombre viejo, grueso, vestía íntegramente de negro y llevaba un abrigo descolorado, unas botas cortas, desgastadas parecía que nunca se las quitaba, éste estaba sentado en una esquina, dio un porrazo con el puño en la mesa y murmuró muy disgustado y molesto -¡estupideces! ¡Habladurías! Luego dijo a un amigo suyo que le llamaban El Corte -el mejor de éstos que hablan, es vendido al gobierno- algunos le escucharon, le miraron con ojos rojos e inyectados de ira y se miraban pero nadie le contestó. Este vejo parecía tener el alma envenenada de tanto odio y desconfianza. Eso fue lo único que dijo un tipo raro, alto, con una barriga abultada,  que estuvo aplaudiendo durante toda la protesta que hicieron dentro de la  taberna. Los obreros habían entablado una gran discusión sobre cómo formar un sindicato muy fuerte, fiel y luchador para la defensa de los derechos obreros. Indudablemente había policía secreta que no aparecía por la taberna más que en días en los que se celebraban eventos sociales o políticos.

         Danto descorchó una botella de Whisky y la puso al alcance de Chavalote que miro de reojo a Danto, y le dijo, ¿ésta es para mí? A lo que le respondió el otro, -sí, -pero yo he pedido dos copas, no una botella- le dijo. -Éste, es un día  muy especial y no creo que te contentes con dos copas ni te harán sentir bien y cómodo ni te descansarán la cabeza- le comentó sonrientemente- ¿Pero quién dijo que yo quiero descansarme la cabeza? Yo quiero dos copas muy frías y no más, además, no debo estar aquí mucho tiempo-. Le contestó chavalote con un tono serio y muy decidido. Danto se quedó sorprendido ante la nueva actitud de Chavalote que por lo visto, cambió su estilo grosero, inquieto e insaciable por uno impasivo, grave y serio. Cosa que creó mayor confusión en el pensamiento de Danto y pensó que por haber estado unos días en casa de doña Dolores Chavalote había perdido el entusiasmo por el vino.

         A pesar de tanta oratoria que hizo Juanjo, chavalote no quedó muy convencido, se encogió de hombros y se mostró indiferente ante los argumentos heterogéneos y desordenados que había expuesto Juanjo. Chavalote guiñó un ojo a Danto insinuándole que se acercase a él porque quiso hacerle algunas confidencias, pero un tipo alto y feo que inspiraba maldad  se acercó y se sentó en el mostrador.