lunes, 7 de mayo de 2012

Aventuras de Chavalote XVIII


Decimoctava parte: Chavalote en paz
        
         Sacó una navaja afilada y la puso a su lado y extendió las manos sobre el mostrador como un profeta en su tierra. -Sírvame una copa de vino- le dijo al tabernero. Tomó el trago y echó el vaso al suelo, luego pidió otra copa. Al principio, a Chavalote, debió de haberle incomodado la forma en cómo se dirigía ese hombre a Danto, y parecía que se había cruzado con un tipo con aire e indumentaria de lobo de mar y un rostro desagradable que revelaba agresividad. Empezó a sentir una tremenda furia y le dieron ganas de partirle la cabeza al tipo, de repente se le vino  a la mente Inés y doña Dolores y se contuvo. A veces la ira hace que uno a su rival lo vea como una mosca. Debo confesar que no siempre resultan lógicos los comportamientos de la gente, era tan absurdo prevenir la  reacción de Chavalote, antes, metía las narices donde no debía y siempre salía con las suyas. Ahora, Chavalote había encontrado calma, interés, mucho cariño y respeto aunque no perdurables, ni seguros, en la casa de doña Dolores no quería meterse en líos ni problemas que le podrían perturbar la vida; eso indicaba, sencillamente, que tenía algo que perder por eso ahora empezó a pensar mil veces antes de actuar. Cuando uno no tiene nada que peder hace cualquier cosa y no le importa lo que pueda ocurrir ni se toma la molestia de medir las consecuencias, simplemente, porque cree que nada se pierde.

         El tipo era cetrino, facineroso, ojos saltones, grandes, inspiraban peligro y guerra. Tenía el aspecto de asaltante, o de esos soldados que mataban a los inocentes y violaban a la gente civil por ninguna razón; en general, el tipo se encontraba verdaderamente desagradable.
        
         Había un señor gordo, con una camisa negra, rayada y un chaleco blanco, sentado en una mesa hacia la puerta de la taberna. Estaba embriagado y empezó a cantar escandalosamente en francés.
Je bois pour oublier
Et je me sens libre…
Quand je me saoule
       
          No se sabía cuál era el estribillo de esa canción, pero todos se volvieron a mirarlo, y él cantaba cómodo e indiferente, y movía la cabeza en forma de arado de un lado a otro con ojos cerrados. El escenario era bastante cómico. Juanjo y sus amigos se echaron a reír a carcajadas. En ese momento, con un gesto tan rápido se lanzó la navaja hacia el gordo, que se quedó clavada en el centro de la mesa, justo entre una botella vacía y otra medio llena. Y le dijo rudamente ¡cállese bestia!.  Sabe Dios cuántas venas le hubiese roto y estado chillando de dolor si la hoja hubiese cambiado su dirección. El hombre gordo se puso pálido, no entendió nada de lo que ocurría a su alrededor. El público había contemplado entristecido la escena.

         Efectivamente, se confirmó el juicio formado a primera vista. El tipo quería arruinar la taberna y joder a la gente de cualquiera manera, y lo único que buscaba era destruir esa atmósfera de diversión que reinaba en la taberna antes de su llegada. En esto entraron tres policías, uno en forma civil y otros con el uniforme, examinaron con sus miradas los rostros de los que estaban en la taberna. El caso es que buscaban al tipo que al verlos entrar, saltó como un tigre el mostrador atropellando unas copas de vino, y había salido corriendo por la puerta de la trastienda dejando el ambiente en alerta. ¡Imbécil! Murmuró Danto. Chavalote  se había convencido de que el mundo podría estar mejor si la guardia civil velase realmente por la seguridad de los ciudadanos. Se levantó en silencio, pagó y se retiró vuelta a casa de doña Dolores.



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