martes, 1 de mayo de 2012

Aventuras de Chavalote XVII


La decimoséptima parte: Chavalote y la protesta obrera

         Entró a la taberna, se instaló en el mostrador y pidió tan amablemente a Danto que le sirviese, esta vez; sólo dos copas de Whisky muy frío. Acto seguido, todos se levantaron, algunos alzaron sus copas, unos botellas, otros sombreros y brindaron la llegada de Chavalote. Apenas se alzaron las copas, se escuchó un estrépito diabólico indescriptible del entrechoque de los vasos y hubo derramadas de vino en todas partes; fue como el brindis de los diablos. El espectáculo era bastante emotivo. Como era el primero de mayo, la taberna estuvo demasiado llena de los obreros que se benefician de este día célebre de reposo y de recuperar la consideración de los trabajadores. Se subió Juanjo sobre una mesa que estaba cerca del mostrador y dijo con una voz ronca: -amigos míos, hoy es nuestro día, quiero decir, llegó el día en que debemos salir de nuestro mutis y declararnos rebeldes contra la discriminación, la injusticia que se ejercen sobre los trabajadores. Amigos míos, a nuestra costa los ricos se hacen cada vez más ricos y a la vez nos hacen a nosotros más pobres, ¡que nos declaremos  indignados! En ese momento todos gritaron ¡indignados! Aplaudieron conmovidos, callaron y volvió Juanjo a seguir su discurso citando muy mal a algunos revolucionarios de la historia -Trabajamos de sol al sol a cambio, nos pagan unos centavos que con ellos llevamos una vida de mierda, nos están matando día a día, ¡que nos maten de una vez! Habremos de luchar por nuestra liberación de esta miseria de mierda. Y lanzó ¡Vivan los trabajadores! ¡Viva la justicia! ¡Viva la igualdad! Y todos respondieron lo mismo que Juanjo.  Éste hablaba tan desesperado, compungido como si realmente quisiera sacarlos ahí mismo de ese mundo tan estrecho, atroz y de esa desgracia donde se hallaban viviendo miserablemente. Los que le oían eran gente ramplona, perezosa y le faltaba talento, se dejaba llevar por cualquier cosa bien dicha, bien enunciada; gente que siempre se engañaba y se deja engañar y esto porque nunca razonaba ni tenía ideales.
        
         Cuando hubo terminado el discurso, dio un salto desde la mesa, se sentó en un sillón y tomó unos tragos de aguardiente para recuperar el aliento y mojarse las cuerdas vocales que debieron de estar apretadas, cansadas y secas de tanto hablar y gritar. Un hombre viejo, grueso, vestía íntegramente de negro y llevaba un abrigo descolorado, unas botas cortas, desgastadas parecía que nunca se las quitaba, éste estaba sentado en una esquina, dio un porrazo con el puño en la mesa y murmuró muy disgustado y molesto -¡estupideces! ¡Habladurías! Luego dijo a un amigo suyo que le llamaban El Corte -el mejor de éstos que hablan, es vendido al gobierno- algunos le escucharon, le miraron con ojos rojos e inyectados de ira y se miraban pero nadie le contestó. Este vejo parecía tener el alma envenenada de tanto odio y desconfianza. Eso fue lo único que dijo un tipo raro, alto, con una barriga abultada,  que estuvo aplaudiendo durante toda la protesta que hicieron dentro de la  taberna. Los obreros habían entablado una gran discusión sobre cómo formar un sindicato muy fuerte, fiel y luchador para la defensa de los derechos obreros. Indudablemente había policía secreta que no aparecía por la taberna más que en días en los que se celebraban eventos sociales o políticos.

         Danto descorchó una botella de Whisky y la puso al alcance de Chavalote que miro de reojo a Danto, y le dijo, ¿ésta es para mí? A lo que le respondió el otro, -sí, -pero yo he pedido dos copas, no una botella- le dijo. -Éste, es un día  muy especial y no creo que te contentes con dos copas ni te harán sentir bien y cómodo ni te descansarán la cabeza- le comentó sonrientemente- ¿Pero quién dijo que yo quiero descansarme la cabeza? Yo quiero dos copas muy frías y no más, además, no debo estar aquí mucho tiempo-. Le contestó chavalote con un tono serio y muy decidido. Danto se quedó sorprendido ante la nueva actitud de Chavalote que por lo visto, cambió su estilo grosero, inquieto e insaciable por uno impasivo, grave y serio. Cosa que creó mayor confusión en el pensamiento de Danto y pensó que por haber estado unos días en casa de doña Dolores Chavalote había perdido el entusiasmo por el vino.

         A pesar de tanta oratoria que hizo Juanjo, chavalote no quedó muy convencido, se encogió de hombros y se mostró indiferente ante los argumentos heterogéneos y desordenados que había expuesto Juanjo. Chavalote guiñó un ojo a Danto insinuándole que se acercase a él porque quiso hacerle algunas confidencias, pero un tipo alto y feo que inspiraba maldad  se acercó y se sentó en el mostrador.

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