jueves, 24 de mayo de 2012

Quinda y Milano


Primer capítulo: Quinda y Milano

         Milano se levantó de su sillón y se dirigió hasta donde la princesa, llegó, se quitó la gorra,  y le susurró en sus oídos algo que nadie debió escuchar, aunque se han movido las comisuras de sus labios como el que está pronunciando un poema totalmente romántico, eran palabras que ni el viento era capaz de llevárselas, ni el aire era potente empujarlas a los oídos del público, sí, eran palabras, y de esto todos estaban seguros, pero quién podría descifrarlas o entender el susurro de las comisuras de los labios, sabe Dios qué palabras eran! Acto seguido, ella se puso asombrada, sonrojada, su corazón empezó a acelerar y los latidos a cantar al son de las sensaciones que apenas las entendían los pastores que se habían enamorado de ninfas en prados mansos donde se escuchaba sólo el chorreo de las aguas que nutren de vida la espesura de las hierbas. Volvió a ponerse su boina, la miró sonrientemente, se dio media vuelta, abrió la puerta y salió.

         La princesa se llamaba Quinda, ni era alta ni baja; era de mediana estatura,  pelo oscuro, y de lejos se veía pelirrojo, su piel tenía una blancura de nieve, pero ella era más hermosa, bonita y elegante que Blancanieves,  ojos oscuros y cerraditos que inspiraban paz, cariño y ternura. Era la hija del rey Quintero en cuyo reino nunca se ponía el sol. Dios ha creado muchas cosas bonitas en este planeta, unas han sido vistas, halladas, vividas y otras sólo imaginadas. Habría que meditar y contemplar el universo y ver qué obra tan artística es, esto nos lleva a descubrir ¡qué artista  es el autor de esta obra tan bella y completa!

         Milano era  poeta y hortelano, cultivaba y cuidaba una huerta que fue lo único que le dejó su padre como herencia. Tenía veintitantos años, dedicaba mucho tiempo a su huerta donde había todas clases de flores y de todos colores, silvestres, jazmines, margaritas, orquídeas, rosas, tulipanes, lirios, claveles, violetas, narcisos, iris, anémonas, peonías girasol... Durante la tarde se le veía siempre regando sus plantas que daban un carácter artístico y coherente, era la mejor huerta del pueblo, Milano tenía un conocimiento profesional de jardinería, era el único que tenía la habilidad de salvar las huertas muertas, sabía mil y un trucos para mantenerlas sanas y hacerlas vivas con su magia artística que consistía en tres principios de las que él no podía desprenderse: la paciencia, la emoción y el amor por lo que hacía. Había también un banco de madera donde se sentaba a leer libros y componer poemas. Su casa estilo rústico, el portal bien decorado con plantas que subían verticalmente en las paredes como serpientes inmortales, era una casa muy bien situada…

         La cosa empezó entre Quinda y Milano, aquel día de primavera cuando ella estaba cruzando el pueblo en una carreta de prestigio tirada por cuatro caballos, dos blancos, uno negro y otro castaño. Justo cuando pasaron cerca de la casa de Milano, ella había divisado aquella fabulosa  huerta llena de flores de diversas especies que hechizaban las miradas de todos los observadores. Preguntó a sus criadas por el dueño de dicha huerta, le contaron que era un chico moreno vivía ahí solo, por lo que despertó más curiosidad en ella, e hizo otra pregunta- ¿y quién cuida la huerta? Sonrieron humildemente y respondieron que era el mismo chico. Quinda no entendía muy bien qué casa tan rara tenía Milano. Ella solía vivir en un palacio tan grande y con inmensos jardines donde  se podría realizar corridas de caballos  por eso no captó ver un pequeño paraíso fuera del palacio, le era difícil asimilar que había cosas bonitas fuera del castillo. Realmente se quedó tan pensativa, asombrada y emocionada…

         Mandó parar la carreta, se detuvieron los cuatro caballos y se detuvo la carreta, se abrió la puerta, primero se asomó un rostro blanco, hermoso luego apareció una muchacha, vestida íntegramente de blanco, elegante. Empezó a andar perfecta y lentamente como una reina, algo extraviada, las criadas seguían la escena, habían fijado los ojos en el fondo de la huerta cuya superficie eran flores bailan al son de un aire suave que besaba las mejillas de Quinda. Atravesó la puerta del jardín, entró, se paró en medio de la huerta, miró a su alrededor, extendió sus manos y alzó su mirada hacia el cielo y respiró hondamente. En ese momento salió Milano, se cruzaron las miradas, él la conocía pero ella a él no, sabía que era la princesa, se quedó desconcertado, cogió una flor hermosa  y se la entregó a Quinda y con un gesto humilde la invitó a sentarse. Los dos se habían sentado sobre el banco que estaba al sur de la huerta……….


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