sábado, 28 de abril de 2012

Aventuras de Chavalote XVI


Decimosexta parte: Chavalote en casa de Doña Dolores
        

         Con un gesto torpe y ligero, volvió a meter la carta en el sobre y lo puso entre las páginas, creo, eran cuarentaicuatro y cuarenta y cinco, precisamente donde estuvo, o si quieren donde la reposó Inés antes de mandarla a su amiga Magdalena Soto. Chavalote estaba conmovido, pero en el fondo tenía una preocupación que no le dejó disfrutar de esa ternura que lo pudo llevar, incluso al colmo de la incomodidad escrupulosa y sólo pensaba en cómo reaccionaría y actuaría Inés si supiera que él había violado su privacidad. Poco a poco sintió con mucha confianza el desmoronamiento de esa preocupación que no tenía sentido; cómo sabría Inés que Chavalote se dio con la carta que ella misma había diseñado con esa caligrafía tan suya, tan exótica, encantadora, en cursiva, entre nítida y ordenada.


         La casa de doña Dolores, era cuadrada, su fachada principal miraba a una plaza que ahora es parking.  Lo primero que se veía al entrar, era un retrato muy grande de Las Hilanderas que debió de pertenecer a las obras barrocas, y un cuadro viejo que expresaba la batalla entre el Imperio otomano y Austria  que se terminó con la Paz de Zsitvatorok. Un banco de hierro descolorado por el sol, con una portada barroca, del mismo color del tejado. Era una casa llena de nostalgia e historias, se hallaba muy bien amueblada y decorada. El cuarto de Chavalote era grande y lleno de maletas, trapos, relojes, artefactos, montones de periódicos amarillos por los años y la humedad, que a la primera vista, se entendía claramente que ese cuarto servía para guardar muebles rotos, inútiles o que ya han dejado de usar; cosas estaban por romperse por cualquier toque o movimiento, una cama grande que cada vez, al moverse sobre ella se armaba un estrépito infernal. A través de las ventanas se divisaban el jardín de tierra rojiza, un raso enlosado de piedras, una acera desgastada, plantas de todas clases; arbustos y herbáceas, vivaces, carnívoras; urnas con tapa, trompetas… esa masa verde daba un poco de frescura y amabilidad, en general, al paisaje panorámico de la casa que Chavalote no tenía buenos ojos ni gustos artísticos para notarlo.



         En su nueva vida de hombre débil, delicado, pálido y delgado, a Chavalote, ahora no le gusta pronunciar malas palabras como solía hacer antes en las tabernas y en las callejuelas de Vera y por lo sólido, antipático e imbécil que era, porque le suenan horribles, y las buenas palabras no le salen, simplemente, porque no está acostumbrado a decirlas ni recibirlas de modo que propone arreglárselas para poder entablar buenas conversaciones con Inés y doña Dolores. Chavalote no era hombre retórico ni de discursos pero ya quiere pasar por un hombre de carácter, serio y templado, se ha decidido conocer más detalles sobre el perfil que le ha puesto Inés para sorprenderla y no decepcionarla. Chavalote como era aficionado a al vino, pensó bajar a la calle e ir a la taberna a tomar unas copas de whisky y ver a su amigo Danto, y luego regresar antes de que llegasen Inés y doña Dolores.

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