domingo, 15 de abril de 2012

Aventuras de Chavalote IX


Novena parte: Chavalote reflexionando

Inés estaba en su sillón en el jardín, un libro en sus manos, tenía un cuello largo y hermoso para estar orgullosa de sí misma, su cabello bailaba flexiblemente con el aire. Chavalote la observaba conmovido y ella a él de vez en cuando, no había cruzado con él aún ninguna palabra, pero sonrisas, sí, que no se sabía a ciencia cierta si eran de piedad, de clemencia, de consuelo o de caridad. El cuarto de Inés daba al jardín, siempre estaba bien ordenado, se despertaba al alba,  abría las ventanas, salía a hacer ejercicios deportivos, volvía con los diarios, se bañaba y se mete nuevamente en su estudio. Tenía muchos libros apilados por todos lados, tomos de historia, de arte, obras completas, parecía que había recogido bastante material como para pasarse muchos años leyendo. Chavalote aguardaba la cama y sentía bastante entusiasmo por la lectura, cosa inexplicable, se preguntaba por dónde le nació esa energía y tanta motivación que sentía en el fondo, ese afán de comerse libros, de tragarse todo el material y ser intelectual de una vez por todas.
Chavalote deseaba ser uno de los alumnos de Inés, era para él mil veces mejor que andar en el pueblo, de la taberna a la cama, y de la cama a la taberna,  comprendió por primera vez que su vida era meramente una repetición inactiva de una acción insignificante, una pereza innata y sin límites, una vida lejos de la lógica, pero era una amarga realidad. Era como despertar de una pesadilla que duró siglos. Chavalote  rompió a llorar en silencio, sí, lloraba a moco tendido, se acordó de lo desgraciado que era, de lo abandonado que estaba, de lo andrajoso y borracho que se miraba. Comprendió que era esclavo de las botellas de whisky, por ignorancia no sabía que la esclavitud se aplica a todos los vicios, caprichos y deseos. Y que era prisionero de trastornos irreales. Ahí Chavalote sudaba a mares y escuchaba un ruido tan espantoso en su alma que nadie podía darse cuenta –Dios me libre de mi desgracia- dijo Chavalote susurrando. Deseó que le hubiese tocado tener una familia tan sana y alegre como la de Inés. De repente Chavalote se acordó de aquel hombre que recogía chatarra y de los meses que le tocó vivir en su casa siendo uno de sus hijos.   

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