Tredécima parte: Las inquietudes de Chavalote
A medida que pasaba el tiempo, se fue acostumbrando a la casa de Dolores y a su hija Inés, cada día transcurrido se acercaba el final de su instancia para volver de nuevo a las botellas de Whisky, a la calle, la noche, a la taberna donde la gente se reñía por cualquier cosa insignificante, y a sus rincones indeseables en donde, naturalmente, nadie se ocupaba de él, excepto Danto el tabernero que le servía las copas, éste le hacía exhortaciones y le escuchaba atentamente aunque con una ligera desconfianza. En los suburbios de Vera, se respiraba por todas partes la carencia de confianza entre los individuos, cosa análoga a lo que sucedía en el imperio romano; entre el emperador y el pueblo faltaba confianza y esto era una de las causas de la caída de todos los imperios y no sólo de Roma.
En Vera todos eran ciudadanos de segunda categoría, y tristemente, Chavalote era, sin querer e inconscientemente, de tercera; nadie se había encargado de su educación, instruirlo, mandarlo al colegio como Dios manda, nadie se oponía a las malas inclinaciones que tenía y las que fue adquiriendo. Chavalote, desde que vino al mundo vivía sólo en las más sucias y abismales situaciones. No hay nada peor que nacer huérfano, vivir miserable y ser desgraciado para vivir un destino sin destino fijo, esperando que el mundo diera algún día una vuelta para favorecer de una vez por todas, los laberintos en que se envolvía la vida de Chavalote. Pero debo decir que siempre aparecía una esperanza en el momento menos pensado, y así fue prácticamente el caso de Chavalote con doña Dolores e Inés.
Terminó de escribir la carta, dobló el papel en dos, le dio una forma cuadrada, lo metió en un sobre blanco y se lo entregó muy amablemente a Carlos Huevos, éste lo guardó torpemente en el bolsillo interior de su americana, dio humildemente las gracias a Inés, y se despidió cabizbajo pensando en el tiempo tan largo que había pasado sin recibir noticias, ni una sola línea de su hija; cosa era demasiado inquietante. Chavalote pensó que el que leyera la carta que estaba redactando Inés debía de tener la sensación de encontrarse ante la prosa ágil y aparentemente parca de los mejores escribanos que acompañaban a Fray Bartolomé de las Casas en sus viajes a América, en defensa de los indios.
Aquella tarde, Dolores e Inés iban de compras y preguntaron a Chavalote que por qué no se decidía a acompañarlas, él fingió que aún sentía mareos, y aunque lo deseaba con fervor no se atrevía y se quedó solo en casa. Hacía un calor tremendo, y como no tenía nada que hacer se puso a leer un libro de sueños y discursos que había encontrado sobre el escritorio de Inés.
No se me pare Don Bartoche, seguimos a Chavalote esperando asu triunfo.
ResponderEliminarCarlos