Séptima parte: Chavalote y la contienda
La soledad deja demasiado tiempo libre y hay que ocuparlo en algo. Chavalote ya estaba cansado, se estaba dejando crecer el pelo, la barba, el bigote, las uñas, se estaba dejando crecer sus instintos por el vino. Soñaba con tener un bar, tener una bodega, estudiar, leer, aprender, con ser intelectual como aquel conferenciante que había estado hablando lógica y correctamente en medio de una partida de ignorantes. Chavalote no sentía bien, algo empezó a cambiar dentro de él; era como un conflicto interno entre dos bandos en que la guerra no estaba a favor de nadie. Su alma se estaba descomponiendo para formarse de nuevo. Chavalote en el fondo estaba buscando algo sin querer, y como no comprendió lo que le sucedía, pensó que se estaba volviendo loco, tras lo cual se cagó de risa de sí mismo y consideró que, en efecto, debía tomarse de nuevo otra botella de Whisky para que se le despejase la mente.
La taberna estaba copada por gentes adictas al vino, cuya pereza los llevaba a la inutilidad. Chavalote otra vez sentado al mostrador quiso comentarle a Danto lo que sentía y con qué soñaba, pero, de pronto pensó que se burlarían de él o lo envidiarían, además, nadie estaba autorizado moralmente a participar en una dialéctica aplacable, mientras ellos en la sombra, el mundo andaba patas arriba. Lo que le tenía realmente desgarrado a Chavalote era esa incapacidad de captar el estado de desasosiego, desconcertado en que se encontraba; era como si estuviese a punto de probar por primera vez el cielo de las buenas intenciones. Se tomaba los tragos cabizbajo, depresivo intentando conectar su pensamiento con la botella y no con el proceso fisiológico cosa que era menester para asimilar bien una parte de sus trastornos que ningún psicoanalista pudo entender.
En ese momento entró disparada una mujer furiosa a la taberna en busca de Piolín Botella, no se sabía si era esposo, novio o amante suyo. Bueno, abrió la puerta violentamente sin importarle que ésta pudiese estallarse contra la pared, lanzó una mirada asesina a Piolín que se quedó de piedra, éste estaba sentado en un taburete junto a la portezuela de la trastienda., se levantó de un salto, cogió su abrigo y se marchó obedientísimo con aquella burguesa dama. Pero antes, Le gritó Danto- ¿Qué tipo de mujer es usted, que no entiende que estaba a punto de romper la puerta de nuestra taberna? Ésta lo miró con desprecio y le estiró dos billetes de cien euros -llévatelos ahí están- le contestó. Chavalote era un tipo de hombres que no se aguantaba ver a un hombre humillado por mujeres le dijo a Danto- da el poder a las mujeres y verás la auténtica tiranía- y le espetó- ¿pero qué mierda se cree usted? La mujer estaba acompañada de un hombre alto, gordo, fuerte y con una cara bastante seria que por su actuación se entendió claramente que era su bodyguard.
Éste agarró a Chavalote por las solapas de la americana y lo zarandeó contra el mostrador rudamente, cayeron tres botellas de Whisky y se armó un ruido de gritos ¡Olé!, hasta la gente que estuvo embriagada se despertó asustada en medio de un ambiente tan horroroso. El interés y el espanto sobrecogió a los espectadores, y todos se acercaron a las paredes para dejar sitio a los contendientes. Danto quería intervenir para salvar a Chavalote de las manos de ese Kingkong, pero, esté lo tenía apoyado en el mostrador y recibía a patadas a todo el que se le ocurría acercarse. Uno de los golpes del Bodyguard rasgó las narices de Chavalote que se quedó tirado en el suelo, inerte y sangraba.
En las caras se reflejaba un terror espantoso y reinaba un silencio angustioso sepulcral. Se abrió la puerta de la taberna, salió la mujer, Piolín y luego el bodyguard como si no hubiese ocurrido nada en el mundo.
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