lunes, 9 de abril de 2012

Aventuras de Chavalote VI


Sexta parte: La infancia de Chavalote
         
         Eran las siete y cuarto de la mañana, el cielo estaba nublado, gris, triste; como para llorar. Salió Chavalote de la taberna sin despedirse de Danto cuyo vientre abultado que parecía a punto de estallar. No estaba tan borracho, pero sus ojos lucían muy rojos. Recorrió unas cuantas calles y vio a un grupo de niños esperando el autobús escolar que los llevaría al colegio, todos tenían el típico aspecto atildado, sus uniformes eran idénticos, pero sus zapatos manifestaban cierta libertad individual. Inspiraban esperanza, paz e inocencia; en dos palabras; eran almas de una  futura sociedad.
         Chavalote se sentó en un banco en la acera de la avenida y se quedó mirando fijamente a los niños, le inundó una melancolía inexplicable y empezó a latirle el corazón mucho más fuerte. Era la primera vez que sentía tener un corazón y que estaba en función. Cruzó las manos y apretó ferozmente, con la cabeza caída y en profundo silencio, tenso y temblaba. Se acordó de su infancia.
         No había tenido la suerte de recibir la misma educación que cualquier niño. Chavalote no conoció lo que era una educación delicada, cariño, amor y consentimiento, nada de estas cosas elementales y básicas de las que deberían disponer todos los niños, ni tenía a quien le pasara la mano sobre la cabeza. Nació huérfano. Vivió en el campo con unos parientes suyos colaterales, no lo cuidaban, y lo consideraban como si fuese una cosa o un trapo tirado en la casa. Lo mantuvieron sólo para que no se quedase en la calle. A los doce años tuvo que trabajar para sobrevivir,  a veces era aguatero y otras veces trabajaba en la tierra y así hacía todo lo que era menester para ganarse unos centavos que al fin y al cabo llegaban al bolsillo de sus parientes que lo mantenían. Sus penas eran infinitas, repito, vivía en plena crueldad y eran momentos difíciles en la vida de un niño a la que se aplicaba toda clase de abuso e injusticia. Ha engordado el hombre, ha engordado la mujer, todos los miembros de la casa engordaban, y él cada vez delgadísimo; trabajaba mucho y comía poco, dormía tarde y lo despertaban temprano, los niños iban a la escuela y a él lo mandaban al campo a recoger leña.  Bueno, si hubiese escrito su infancia en un cuaderno, pues, no hubiese resistido tanta inmundicia sin que se pudriesen  las  páginas.
         Sucedió que un día por culpa de Chavalote murió una oveja,  el amo de casa  se puso furioso y le dio una paliza que duró quince minutos, eran sumamente ochenta golpes; entre bofetadas, tortazos, y golpes con un palo de escoba. Chavalote, gritaba llorando, juraba y rejuraba que no era él quien la mató, pero inútil, lo dejó bien molido. El día siguiente se escapó, y andaba cerca de dos meses de pueblo en pueblo, pasaba de todo, bueno y malo, dormía en los pajares y al raso, hasta que se encontró con una persona que recogía chatarra y todo tipo de metales, pues, se fue con él, dale que dale hasta que llegó a Vera.
Un camión iba rápido, tuvo que evitar un choque, frenó repentinamente y dio unos cláxones muy fuertes, entonces Chavalote se despertó espantosamente, eran las once de la mañana, se movió del balcón donde estuvo durmiendo y volvió a la taberna, entró, y otra vez se sentó al mostrador, pidió a Danto que le sirviese dos botellas de whisky. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario