Primera parte: Chavalote y el mundo de Nubarrones
Chavalote estaba gritando a las enfermeras que ya no sentía la pierna derecha después de habérsela inyectado, no sabía que pegarse una inyección sucedería eso, maldecía e insultaba a todo el personal del hospital. El caso es que intentaban calmarlo, le decían que era normal el efecto que le había producido la inyección, sin embargo, él juraba por todos los dioses de Roma y los santos de Grecia vengarse de una vez por todas de aquéllos que lo habían atado en el hospital. Chavalote no era el tipo que podía quedarse quieto una hora sin salir con las suyas, sin joder al mundo. Su caso era el objeto de estudio de muchos investigadores psicoanalistas. Unos decían que era loco, otros creían que era disparatado e imprudente, un doctor especialista en los trastornos infantiles aseguró que Chavalote actuaba como los niños inquietos retrasados, todas esas ideas resultaron equívocas, ninguna era correcta, simplemente, porque según Chavalote, el problema es que sentía que nadie le quería, nadie le entendía, sentía que era un ser odiado por toda la gente, y así él respondía a su manera. Para él la sociedad era un conjunto de gilipollas y sólo hay nubarrones en este mundo de mierda, solía decir al tabernero que le servía copas de whisky, ése era la única persona que le caía bien entre toda la gente que le rodeaba.
Una mañana, justo cuando estaba cerrando la puerta del quinto piso donde se albergaba, escuchó a una vecina decir a otra que el padre de Chavalote era ladrón y también lo fueron su abuelo, su bisabuelo y su tatarabuelo. Esta vez no se armó la bronca porque no estaba borracho, entonces se molestó y dijo indiferentemente: ¿pero qué dice esta vieja, si nunca los conoció? Y aunque hubiesen sido asaltantes de camiones ¡qué diablos importa! Hasta las vecinas le andaban jodiendo por la vida. Ese día el tabernero estaba esperando como siempre la llegada de Chavalote pero no apareció, él nunca se ausentaba, y así corrió la voz de que el Chavalote se echó al campo.
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