Duodécima parte: Chavalote y los tipos de Vera
Hubo un prolongadísimo silencio después del almuerzo, un silencio en que Chavalote confundía lo que miraba realmente con lo que era invisible, y no podía huir de la mirada de Inés, no tenía donde esconderse, sólo los separaba la distancia de una mesa rectangular. A veces el destino hace sus juegos mediante objetos insignificantes. La mesa y las flores que estaban en medio, la comida, las sillas…todas estas cosas no importan cuando son de uso habitual, pero resulta que estos detalles crean ambientes agradables y posibilitan lo que uno es incapaz de planear. Inés estaba escribiendo unos versos líricos, era un romance de octosílabos cuando sonó el timbre de la puerta y bajó a abrir Dolores, era hora de echarse la siesta para liberarse de tensiones y cargarse de energía, afuera el sol quemaba las hierbas dejándolas amarillas. Abrió y se encontró con Alberto Carlos Huevos, lo miró de arriba abajo como diciendo:-No es momento oportuno de visitas señor Huevos- pero Dolores era buena persona, no podría recibir así a la gente, nunca se ha comportado desagradablemente con aquellos que tocaban su puerta aunque para incomodarla. El tipo era vecino y necesitaba ayuda; supo que Inés ya estaba en casa de su madre y vino para pedirle que le redactase una carta a su hija que él suponía que debía estar en París estudiando. Ésta le solía escribir cada dos meses, pero ya hubo mucho tiempo que no volvió a saber absolutamente nada de ella, se había preocupada bastante por su hija, dijo que no dormía, llevaba el corazón en un puño y andaba todo el tiempo pensando en el destino de su única cría. Inés escuchó lo que el tipo contaba y le dijo que pasara, se dirigió a su escritorio seguida por el señor Huevos, con mucho gusto y muchísima pena, tomó una pluma dorada y un folio blanco….
Chavalote sólo observaba conmovido al máximo por la tierna bondad angelical de Inés, sin entender nada, como si estuviese en otro planeta, simplemente porque no estaba acostumbrado a aquellos ambientes de solidaridad. Chavalote era trasnochador, nocherniego, gustaba de recogerse al alba y dormir al medio día, se había pasado la mitad de su juventud con las botellas de whisky quejándose de que se cerraban tan temprano las tabernas,
En Vera había unos tipos muy raros y curiosos, uno se llamaba Armando Ruido, era un hombre andrajoso de cuarentaitantos años, lleno de extravagancias, tenía fama de loco, y corría la voz de que fue tomado por los demonios; a veces se le veía en la terraza de su casa casi desnudo, sólo llevaba una prenda negra, como quien hace gimnasia, silbaba, barriendo o regando sus plantas y hablando con personajes imaginarios, cosa que causaba gran asombro y risa a los chicos. Tenía rasgos de audacia, por las tardes arrojaba un hacha sobre su hombro derecho y se metía en un prado que está al sur del pueblo, y no regresaba hasta muy entrada la noche y a veces dormía donde le pescaba la noche. Éste era un gran misterio, una persona enigmática para todo el pueblo. Armando Ruido siempre decía con un gesto de fastidio- lo malo es que estamos muriendo de hambre, y lo peor es que hay que trabajar demasiado para comer- Sentía un profundo desprecio por todo lo que fuese política y consideraba a los gobernantes como sus enemigos naturales, y creía que todos debían luchar por la anarquía. Según él, la mentalidad dogmática se respiraba por todas partes; en las calles, en las casas, en los teatros, los salones y en las tabernas. A Chavalote le encantaba que le hablasen de Armando Ruido mientras se tomaba buenos tragos de whisky, eran infinidades de burlas que se han creadas sobre la figura de éste. Tenía un aire frío y no le importaba gran cosa los comentarios de la gente, pero nunca abandonaba sus teorías. Cada cual tiene su lógica y Armando Ruido, la suya.
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