Tercer capítulo: Itinerarios de Abdul
La tesis que tenía la hermana de Dania era que yo estaba loco, un ser de carácter tradicional, que yo era un misterio, un bohemio de aspecto clásico y juzgaba mi estilo de vida, después de afirmar esto, le fue especificando a Dania los defectos, físicos y morales que yo tenía. A decir verdad, yo no comprendía de qué clase era, y a qué se debía esa seria antipatía que ella no acertó disimular por mí, siempre trataba de convencer a Dania de que yo no era la persona indicada, que sólo se dejaba llevar por cosas insignificantes que veía en mí. Tenía mil y un motivos para hablar mal de mí y para diseñarme como un mamífero feroz y feo. A comparación con los demonios yo era peor. Por más que pensaba en el asunto no pude encontrar una justa razón que me explicara ese odio. Todos los males del mundo acerca de mi perosna se los comentaba a mis espaldas a Dania. A pesar de las cosas que decía de mí, yo no me incomodaba. Nunca he pretendido aparentarme perfecto, pero lo que a su hermana le molestaba profundamente era que yo no hacía caso a ella ni a lo que decía de mí. Esa indiferencia era peor porque le causaba rabia. Cada uno tiene derecho de opinar, pero esto no significa que me quiten el derecho de importarme un bledo lo que opinen de mi. Mientras tanto Dania se divertía entre su hermana y yo tomándonos por dos rivales que debían negociar la paz.
Terminó el pianista su turno y entró un guitarrista, un joven moreno, de pelo largo, con pantalón de vaquero negro y un sombrero marrón de tres picos como los piratas del Caribe. Se sentó, templó la guitarra, empezó a tocar y cantar canciones populares e inició con
Cuando por la noche
La luna se quita-a-aaa
Esperando que venga mi niña
Ahí me quedo esperando
Hasta que el sueño me vece
Y mi niña no viene
Unas parejas se entusiasmaron, se levantaron y salieron a la pista a bailar al son de la guitarra. El tocador variaba los ritmos y esto me produjo un estorbo musical, y para colmo cantó unas canciones vulgares, plebeyas, no me gustaron para nada, por lo encanalladas que eran. Dejé de prestar atención al guitarrista y volví a concentrarme en la carta que estaba leyendo.
Querido Abdul,
Quizás ésta es la primera vez en que te digo “querido” y supongo que es la última. La soberbia satánica y los celos no me dejaron simpatizarme contigo ni ganarte al menos como amigo, quiero decir, en el fondo, para mí, tú eres un caballero, una persona a quien quiero, aprecio y valoro muchísimo; esto nunca te lo había declarado ni demostrado; nosotras las mujeres, por naturaleza somos celosas y nos dejamos engañar por el coraje y la falta de la estabilidad sentimental nos hace ser rebeldes, aparentarnos y manifestar estúpidamente lo que no es. Reconozco que he sido tonta, y mala contigo aunque de manera indirecta, en muchas ocasiones he deseado ser la primera con quien te hubieses cruzado en la vida. Lamentablemente, no fue así, y así quedó sólo un deseo que me agobiaba cada vez que te miraba con mi hermana Dania. Créeme, me disculparías si supieses la envidia que sentía cuando os miraba juntos, caminando, estudiando, charlando…Envidiaba a Diana sin querer, todo era por ti, porque te quería en silencio. En todo caso, no me parece oportuno arrepentirme……………
Te comento que mis días están contados, yo estoy internada en el hospital con un problema de cáncer de pulmón, mi situación está muy grave, según, me enteré de algunas enfermeras que se ocupan de mí. Te escribo esta carta para que vengas a verme cuanto antes, que quiero despedirme de ti antes de irme al otro mundo.
Lina, hermana de Dania
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