jueves, 29 de marzo de 2012

Itinerarios de Abdul VI


Sexto capítulo: Itinerarios de Abdul

         Yo anduve perplejo y casi obsesionado durante un tiempo por el abandono en el que me dejó Dania, cuando más la necesitaba, en abandono me encontraba. No pude evitar pensar en  Dania. Se me vino a la mente el recuerdo de muchas cosas, me poseyó una tremenda nostalgia, me sentí ahogado, decaído y enteramente  derrotado. Un alboroto promovido en mis interiores, en el fondo me hería, sí, era un alboroto que rompía el silencio de mi corazón, aquel mundo de paz y belleza.  Mi vida empezó a ser aburrida, monótona y sin sentido, por primera vez en mi vida, llegué a comprender que el corazón no muere cuando deja de latir, el corazón muere cuando los latidos no tienen sentido, cuando los sabores son iguales, cuando no se podría diferenciar el día de la noche, y la luz de la oscuridad, cuando todo es nada, y la nada no podría llevar absolutamente a ningún lugar más que a la nada, y luego a la deriva. Cada situación endemoniada, es peor que la otra.

         Enseñé mi artículo al jefe del departamento de los estudios sociológicos. El señor Bengala estaba en su despacho, me permitió, amablemente, sentarme. Me sentí autorizado por su sonrisa y conseguí sentarme tras una operación muy complicada de mi torpeza.  Leyó atentamente mi ensayo, vaciló unos momentos, me miró con asombro y se mostró muy contento de mi escrito. Dijo que era interesante el tema que analicé. Era mi primer encuentro con Bengala, todos le respetaban, tenía fama de intelectual,  ensayista, sabio y filósofo. Tenía cuarenta y cinco años, llevaba un traje gris, siempre usaba corbata, una boina clásica, anteojos dorados, su mirada inspiraba sabiduría y su sonrisa daba un carácter de modestia y humildad. Charlamos un rato, a decir verdad, me impresionó mucho su visión del mundo, utilizaba un lenguaje metafórico pero sencillo y bien claro, de cuando en cuando citaba a platón y a otros pensadores que no había oído nombrar, me habló de cosas que yo ignoraba, sentí que mis conocimientos pertenecían a la época en que se habían construido las primeras torres en la historia. Me hizo unas cuantas preguntas acera de mi vida privada y cuando le contesté, él respondió con sonrisas ambiguas y daba la impresión de estar divertido de mi conversación.

        En medio de la conversación, se abrió la puerta, entró una muchacha a la que él me presentó con cierto engolamiento. Era esbelta, hermosa y llena de excelentes cualidades, mejillas rojizas.  Nos sirvió un café a mí y otro a Bengala. La contemplé serenamente, probablemente Bengala se dio cuenta de lo distraído que me puse. Era asistente, y correctora de textos, de modo que el mío pasaría inevitablemente por sus manos, pensé, porque Bengala me pidió dejarle una copia.  Debió de tener veintitrés años. Se llevó una colección de folletines que reposaban encima del escritorio y salió silenciosamente. Dieron las cinco, quise despedirme, pero Bengala me dijo que esperase unos momentos, que iríamos en su coche. Marcó unas llamadas a la prensa para comentarles las publicaciones que debían salir en la parte sociológica. Se puso su blusa, me cogió del brazo y me llevó hasta donde tenía aparcado el coche. Era un Renault Mégane, de color gris metálico. 


       Cuando llegamos a la rotunda, vía Nº 37 le dije que me dejase ahí. Tuve ganas de caminar, el cielo estaba claro, soleado y despejado, pero fresco, me sugirió que la atmósfera estaba limpia. Paseé por el parque público, y compartí con la gente que me miraba con supuesta indiferencia,  aquel sol sin fuerza, aquellos árboles espesos, aquel aire suave y fragante. Me paré ante la sombra de un tronco de árbol seco, declinado que pareció aproximarse a su fin. Es extraño cómo se descubre a veces, en ciertas cosas, respuestas a preguntas e inquietudes más frecuentes que suelen fatigar la mente. Realmente lo importante no es lo que se hace, sino cómo se piensa, porque esto último precede a todas las cosas hechas, nunca me han interesado las consecuencias, a partir de cómo se piensa puedo saber cómo se hace, y por lo tanto prevenir las consecuencias. Volví a casa hasta bien entrada la noche, me encerré en mi estudio y comencé mis lecturas nocturnas. Sin embrago, no pude dejar de pensar en Dania. Las agujas del reloj daban mecánicamente vueltas incesantes, mientras el tiempo va muriendo. El reloj pesa más que las agujas, pero sin agujas éste no vale nada, ni se podrá medir el tiempo. Pensé, y me reí de mi locura.



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